Judith León / Conecta Arizona
Parte de la historia de finales del siglo XIX y principios del siglo XX, que comparten Sonora, Arizona y Texas, es la vida de Teresa Urrea, conocida también como la Santa de Cabora, una mujer que recibió el don de la sanación y que fue considerada como bruja y como opositora del régimen del presidente mexicano Porfirio Díaz.
Teresa Urrea nació en Ocoroni, Sinaloa, México (564 millas de la frontera de Nogales, Arizona). Fue hija del hacendado Tomás Urrea y de una trabajadora de la hacienda, de la etnia yaqui, llamada Cayetana Chávez.
En su adolescencia, Teresa fue llevada a vivir a la propiedad de su padre en Cabora, una ranchería perteneciente al municipio de Quiriego (386 millas de Nogales, Arizona), en el sur de Sonora.
Ahí, una sirvienta del rancho, a quien llamaban La Huila, le heredó sus conocimientos de curación con hierbas para distintas enfermedades.
Volvió de la muerte para curar y rebelarse
A los 16 años, Teresa, quien sufría de ataques epilépticos tuvo un episodio de catalepsia. La gente de su entorno pensó que había muerto y le organizaron un funeral. Mientras la velaban, la joven despertó, volviendo del trance con visiones y poderes curativos que fueron más allá de las enseñanzas de La Huila.
Sus poderes para curar, no solo eran por medio de raíces y plantas, también curaba con la imposición de las manos (quizás fue lo que hoy conocemos como reiki) y preparando pastas compuestas de tierra y su saliva.
Cuando los trabajadores del rancho preguntaron al patrón qué hacían con el cajón de Teresa, ella pidió que no se deshicieran de él porque lo usarían muy pronto. Así fue. Ese fue el ataúd en el que sepultaron a La Huila, su maestra.
La vida de Teresa Urrea ha sido abordada por autores de varios géneros, desde novelas, biográficas hasta textos históricos y tesis; los más populares son La insólita historia de La Santa de Cabora, escrito en 1990 por Brianda Domecq, y La hija de la chuparrosa, escrito por Luis Alberto Urrea en 2006.
Esta mujer vivió en los tiempos del régimen porfirista, se le relaciona con el desarrollo de la Revolución Mexicana y con una lucha de indígenas en Tomóchic, Chihuahua, cansados de abusos de poder, exterminio de pueblos y despojo de tierras.
Teresa generó desplazamientos para buscar sus poderes sanadores, por los que no cobraba. Además, fue nombrada como emblema de lucha contra la dictadura. “¡Viva La Santa de Cabora!”, fue el grito que marcó el inicio de lo que fue su exilio de Cabora, hasta llegar a Estados Unidos.
Los textos sobre ella señalan que hablaba del amor a Dios por encima de los poderes de la iglesia, que estaba unida al régimen de Díaz, esto hizo que la consideraran hereje por querer desestabilizar a dicha institución, y la señalaran de traicionar a la patria.
Nogales fue su puerta de entrada a Estados Unidos
En compañía de Tomás, su padre, Teresa inició el destierro de Cabora con rumbo al norte de Sonora, fue así como llegó a Nogales, Arizona en 1892.
El Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México, INEHRM, señala que Teresa y Tomás Urrea solicitaron la ciudadanía estadounidense, sin que se resolviera esta petición; sin embargo, continuaron viviendo cerca de la frontera atrayendo a miles de personas que buscaban los poderes curativos de “La Santa” y de liberales antiporfiristas.
Después se desplazaron a Clifton y seguidamente a El Paso, Texas, donde era vigilada por autoridades mexicanas y de Estados Unidos. A los 19 años, Teresa inició una relación sentimental con John Van Order, con quien compartió su vida entre San Francisco y Nueva York, para instalarse en un barrio de Los Ángeles, donde convivía con obreros anarquistas y socialistas.
En su exilio, tras la persecución del gobierno de Díaz, que llegó a pedir su deportación, Teresa Urrea tuvo dos hijas: Laura nació en 1902 y Magdalena en 1904.
Los Van Order Urrea fueron víctimas de un incendio provocado en California, del que su entorno responsabilizó al gobierno mexicano. Entonces Teresa y John se separaron y ella se mudó con sus hijas a Clifton, Arizona, donde construyó un dispensario para curar a mineros mexicanos y gente desprotegida que enfermaba de tuberculosis. Al tiempo, enfermó y murió de neumonía. Tenía 33 años. Su tumba sigue siendo visitada por migrantes y desprotegidos, que la han convertido en un personaje de la cultura chicana.