EDITORIAL
Ayer, después de 18 años de resistencia inquebrantable, la huelga en la mina de Cananea llegó a su fin. No fue un acuerdo nacido de la voluntad de Grupo México, ni de la benevolencia de su dueño, Germán Larrea, el hermético “zar del cobre”. Fue, en realidad, el resultado de una resistencia que desafió no solo el tiempo y el clima extremo de la sierra sonorense, sino el peso de un imperio económico que por casi dos décadas intentó asfixiar por hambre y olvido a la Sección 65.
Para la huelga de Cananea, y los hombres y mujeres de la Sección 65 del Sindicato minero, el fin de la huelga no es motivo de celebración, sino la sutura de una de las heridas más profundas y prolongadas en la historia laboral del México contemporáneo.
Lo que inició el 30 de julio de 2007 como una exigencia legítima por condiciones de seguridad e higiene, tras la tragedia de Pasta de Conchos, es hoy un símbolo de la resistencia obrera frente al poder casi omnímodo del “Rey del Cobre”, Germán Larrea, y su consorcio, Grupo México.
La huelga de Cananea del siglo XXI deja de ser una herida abierta para convertirse en una lección de justicia social. Durante estos 18 años, Cananea —cuna de la Revolución Mexicana— volvió a ser el epicentro de una lucha de clases moderna: de un lado, la acumulación desmedida de riqueza; del otro, la defensa de la salud, la seguridad y la dignidad del contrato colectivo.
El costo de la intransigencia
La victoria de los mineros tiene un sabor agridulce. El costo humano ha sido devastador. Mientras Larrea consolidaba su fortuna como uno de los hombres más ricos del mundo, los huelguistas enfrentaban el desempleo, la persecución legal y la pérdida de más de 50 compañeros que fallecieron sin ver el final de esta batalla.
“Cananea resistió y venció”, proclamó el sindicato. Sin embargo, la pregunta editorial persiste: ¿Por qué el Estado mexicano permitió que una disputa laboral se extendiera por casi dos décadas?
La respuesta apunta directamente a la figura de Germán Larrea, cuya influencia parecía intocable durante los sexenios de Calderón y Peña Nieto. Para el “zar del cobre”, los trabajadores eran variables ajustables en una hoja de cálculo; para los mineros, la huelga era la única herramienta frente a la prepotencia corporativa.
Un nuevo precedente laboral
El acuerdo alcanzado ayer con la mediación del Gobierno Federal no solo garantiza liquidaciones justas y pensiones vitalicias, sino algo que Larrea siempre negó: el reconocimiento del derecho a la salud universal (IMSS) y el respeto a las viudas de quienes cayeron en el camino.
Este cierre marca un precedente fundamental:
Justicia restaurativa: Se reconoce que el daño a la comunidad de Cananea fue sistémico.
Límite al poder corporativo: Envía un mensaje claro de que el capital, por más poderoso que sea, no puede estar por encima de los derechos fundamentales.
Fin del olvido: Las mesas de diálogo lograron lo que los tribunales, a menudo parciales, postergaron durante años.
Conclusión
La huelga de Cananea termina, pero el estigma sobre la forma de operar de Grupo México permanece. Mientras los mineros regresan a sus hogares con la cabeza en alto, el “indeseable zar” queda expuesto como el rostro de una minería depredadora que, finalmente, tuvo que ceder ante la terquedad de la justicia. Cananea ya no es solo historia; es, nuevamente, esperanza.









