En tiempos de inmediatez, la coherencia entre lo que pensamos y hacemos define quiénes somos realmente.
Diciembre nos invita a reflexionar. Al cerrar otro año, quiero compartir algo que considero fundamental para cualquier persona que aspire a trascender: la congruencia entre lo que pensamos, lo que decimos y lo que hacemos. Hablo de esa coherencia que sostiene nuestros proyectos, define nuestras decisiones y termina siendo el criterio con el que se juzgará nuestro paso por la vida.
La congruencia debe vivirse en todos los ámbitos: lo personal, lo social, lo económico y lo político. Sin embargo, en nuestra sociedad actual, esta virtud se ha vuelto cada vez más escasa.
Hemos escuchado repetidamente que los ideales son el punto de partida para las verdaderas transformaciones. Pero con demasiada frecuencia, estos se abandonan para dar paso al pragmatismo, a las modas o al comportamiento condescendiente que busca agradar sin compromiso real.
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Hoy, más que nunca, nuestra sociedad exige firmeza en los ideales y coherencia en la conducta. En el ámbito social, esto significa comportarnos de manera responsable y solidaria con nuestra comunidad y nuestro entorno. En el terreno económico, implica sostener aspiraciones legítimas de un mejor país y promover políticas públicas y privadas que realmente conduzcan al desarrollo. En lo político, significa ejercer con total libertad nuestros derechos y exigir a las instituciones y gobiernos la misma responsabilidad que demandamos para nosotros mismos.
Estas reflexiones están inspiradas en el pensamiento de grandes figuras que, a lo largo de la historia, han señalado la importancia de la ética, la responsabilidad y el compromiso. Desde Aristóteles y Marco Aurelio hasta pensadores contemporáneos como Albert Camus y Fernando Savater, existe un hilo conductor claro: el comportamiento humano debe estar guiado por ideales firmes y acciones consecuentes con ellos.
Los ideales no son teoría, son supervivencia
Muchas personas piensan que los ideales nos distraen de la vida práctica y de la búsqueda de satisfactores inmediatos. Se les considera un gesto de romanticismo o una colección de buenos deseos sin impacto real. Por ello, no pocos se alejan de ellos, absorbidos por el pragmatismo y la lucha por la supervivencia personal en un entorno competitivo.
Esta percepción es un error fundamental. Los ideales constituyen una forma esencial de supervivencia social. Sin ellos, las sociedades dejan de evolucionar y quedan atrapadas por el conformismo y las coyunturas del momento. La historia lo demuestra: los pueblos sin ideales se estancan, mientras que quienes los conservan y practican mantienen viva su capacidad de renovarse.
Aristóteles, en su “Ética a Nicómaco”, señalaba que la grandeza humana empieza cuando aspiramos al bien y actuamos conforme a él. Marco Aurelio, en sus “Meditaciones”, recordaba que el ser humano se ennoblece cuando orienta su vida a la virtud, no a la comodidad. Fernando Savater, en “Ética para Amador”, insiste en que los ideales no son un lujo moral, sino una brújula indispensable para decidir quiénes somos y hacia dónde queremos ir como sociedad.
Los ideales no solo inspiran: sostienen, orientan y permiten a los pueblos trascender. Sin ellos, nada permanece; con ellos, todo puede comenzar.
La coherencia entre discurso y realidad
La congruencia, es decir, la coherencia entre lo que se piensa, se dice y se hace, se ha vuelto una de las virtudes más escasas en la era de la inmediatez. Vivimos en un tiempo donde las recompensas rápidas, el protagonismo instantáneo y la presión por lograr resultados inmediatos empujan a personas, instituciones y gobiernos a actuar sin un hilo conductor ético.
La incongruencia erosiona la confianza porque rompe el pacto básico entre discurso y realidad. Cuando lo que se promete no corresponde con lo que se ejecuta, las instituciones pierden credibilidad, las perspectivas económicas se vuelven volátiles y la legitimidad política se desmorona.
En lo económico, la incongruencia se manifiesta cuando se anuncian políticas de austeridad mientras se incrementan gastos superfluos en obras que no generan crecimiento. O cuando se prometen incentivos productivos sin reglas estables ni mecanismos viables de apoyo, provocando estancamiento, fuga de capitales y desinversión. Según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía, la inversión fija bruta en México ha mostrado un crecimiento anual promedio de apenas 1.2% entre 2019 y 2023 (INEGI, Cuentas Nacionales), reflejando la desconfianza que genera la inconsistencia en las políticas económicas.
En el ámbito político, la incongruencia se vuelve más evidente cuando líderes que se autoproclaman defensores de la ley actúan al margen o en contra de ella, debilitando el Estado de Derecho. Se expresa en discursos que celebran la igualdad y las oportunidades para quienes más lo necesitan, mientras que en las prácticas cotidianas se reproducen privilegios, corrupción, discriminación y simulación.
Ya en la Antigüedad, Sócrates advertía que “la peor de las injusticias es aparentar ser justo sin serlo”, subrayando que la incoherencia moral afecta tanto al individuo como al orden colectivo. En tiempos modernos, Fernando Savater lo resume con contundencia: “La ética comienza donde termina la hipocresía”. En un mundo saturado de inmediatez y contradicciones, la congruencia vuelve a ser un acto de resistencia y la condición mínima para reconstruir confianza, legitimidad y futuro.
Sostener ideales cuando se vuelve difícil
Sostener los ideales justamente cuando se vuelve más difícil es el punto en el que se define la fuerza interior de una generación. En tiempos de incertidumbre, crisis o presión social, muchos renuncian a sus convicciones para adaptarse al camino más fácil o más rentable.
La historia demuestra que los momentos decisivos no los protagonizan quienes ceden, sino quienes se mantienen fieles a un propósito. Hannah Arendt, una de las figuras más influyentes del siglo XX en teoría política, lo expresó con claridad en su obra “Los Orígenes del Totalitarismo” cuando escribió que “la mayor valentía es seguir pensando por uno mismo en medio de la oscuridad”. El valor moral no consiste en la ausencia de miedo, sino en la capacidad de sostener una verdad personal cuando todo alrededor empuja hacia la conformidad.
Ese valor redefine el liderazgo, no como autoridad o influencia, sino como integridad puesta en acción. Quien sostiene sus ideales en medio de la incertidumbre inspira confianza, genera estabilidad emocional y abre caminos que otros pueden seguir. En una era marcada por la volatilidad y la desorientación, la valentía de mantenerse congruente es la verdadera medida del liderazgo.
El desafío para las nuevas generaciones
Las nuevas generaciones muestran conciencia social y defensa de causas importantes. Sin embargo, también enfrentan cierta fragilidad institucional y tienden a conducirse con base en avances tecnológicos que, si bien conectan, también fragmentan. Las opiniones y diálogos mediáticos subjetivos avasallan con frecuencia los objetivos superiores y el compromiso necesario para construir una mejor sociedad.
Por ello, resulta fundamental desarrollar una educación ética y cívica moderna, a través de reformas institucionales y educativas que premien la congruencia, el liderazgo, la responsabilidad y el compromiso. Debemos construir comunidades orientadas a estos valores en la familia, la escuela, el trabajo y la sociedad en su conjunto.
El coraje de ser
Vivir con ideales no es ingenuidad, sino una forma superior de responsabilidad. Ante los retos de una sociedad moderna que avasalla al individuo y cuestiona constantemente su desenvolvimiento personal y colectivo, no te sobrestimes ni te subestimes. Date el valor que merecen tus principios, tus ideales, tu lucha y tu entrega. Nada más y nada menos.
Siempre hay que tener el coraje de ser y no doblegarse ante adversidad alguna o ante la comodidad que ofrece una falsa y oportunista obediencia por sobrevivir.
El mundo y su historia están hechos por quienes se atreven a ser en cualquier circunstancia. El imperativo de todas las generaciones, y sobre todo las nuevas, es vivir con ideales, congruencia y valor. Solo así se trasciende y se contribuye a la construcción de una mejor sociedad y un mejor país.
