Un reciente estudio neurocientífico compara el envejecimiento cerebral con la pérdida de hojas en los árboles, señalando que la clave del declive cognitivo no es la muerte neuronal, sino la disminución de las espinas dendríticas, los puntos cruciales donde ocurre la comunicación (sinapsis). Aunque con la edad estas estructuras se pierden, el cerebro exhibe una notable resiliencia: el ejercicio, el aprendizaje y la curiosidad pueden provocar que vuelvan a brotar, abriendo una ventana a un envejecimiento saludable.
Carolina Cid Castro, Citlali Elizabeth Magaña López y Héctor Eduardo Coronado Conteras / Nexos
Imaginemos las neuronas como vastos árboles. Sus ramas, llamadas dendritas, están cubiertas de estructuras diminutas, las espinas dendríticas. Es en estas pequeñas protuberancias donde ocurre el milagro de la sinapsis: la comunicación entre células nerviosas.
Al igual que en otoño las hojas caen, con el paso de los años, una parte de estas espinas se modifica y se pierde. Cuando esto sucede, la comunicación neuronal se vuelve menos eficiente, afectando directamente procesos fundamentales como la memoria y el aprendizaje. Antes se creía que el deterioro cognitivo se debía a una gran pérdida de neuronas, pero la evidencia reciente indica que el problema reside en estos cambios estructurales que comprometen la capacidad de las células para conectarse.
Las “hojas” de la memoria y sus formas
Las espinas dendríticas no son solo adornos microscópicos; son estructuras dinámicas cuya forma está intrínsecamente ligada a su función. Se clasifican en varias categorías según su morfología:
- Fungiformes: Con cabeza grande, asociadas a conexiones estables y fundamentales para la memoria a largo plazo.
- Delgadas: Más dinámicas, relacionadas con los procesos de aprendizaje activo.
- Filopodios: Estructuras alargadas, precursoras que pueden convertirse en espinas maduras.
La reducción de espinas no es trivial: en muchas regiones cruciales del cerebro, como el hipocampo (memoria) y la corteza prefrontal (funciones ejecutivas), se ha observado una pérdida de hasta un 30% de estas estructuras en cerebros envejecidos. Esta disminución afecta la plasticidad sináptica, es decir, la capacidad del cerebro para adaptarse, aprender y formar nuevos recuerdos.

¿El otoño es el fin? El poder de la resiliencia cerebral
Afortunadamente, el “otoño cerebral” no tiene por qué significar el fin de la función. El cerebro puede procurar las condiciones para que estas “hojas” vuelvan a brotar.
La investigación en ratones ha demostrado que es posible influir positivamente en la densidad de espinas:
- Estrategias Farmacológicas: Tratamientos con Vitamina B12 y ácido fólico, así como medicamentos como el Donepezil (usado para el Alzheimer), han mostrado la capacidad de incrementar el número de espinas en neuronas del hipocampo de ratas envejecidas.
- Estrategias No Farmacológicas (Estilo de Vida): El ejercicio físico constante (como correr durante cinco meses en ratones) también demostró un aumento significativo en el número de espinas dendríticas.
Aunque aún se necesita más evidencia en humanos para confirmar el impacto directo de estas intervenciones sobre las espinas, los estudios de imagenología ya sugieren que el ejercicio y ciertos tratamientos mejoran el volumen cerebral que se pierde con el envejecimiento.
La clave para un envejecimiento saludable parece radicar en procurar el cuidado de estas estructuras microscópicas. Hacer ejercicio, aprender cosas nuevas, socializar y mantenernos curiosos son las herramientas no farmacológicas que tenemos para fortalecer las conexiones neuronales. Las espinas que logran permanecer son el cimiento de la resiliencia del organismo, permitiendo que el cerebro se adapte y encuentre nuevas formas de mantenerse en equilibrio frente al paso del tiempo.
Carolina Cid Castro
Posdoctorante en el Instituto de Investigaciones Biomédicas de la UNAM y el Centro de Investigación sobre el envejecimiento del CINVESTAV-INMEGEN, donde estudia los procesos moleculares asociados al envejecimiento en distintas regiones del cerebro.
Citlali Elizabeth Magaña López
Tesista de la licenciatura en Biología (UNAM) en el CIE-CINVESTAV sede sur. Su trabajo de tesis es acerca del efecto de fármacos geroprotectores sobre la morfología de espinas dendríticas en el cerebelo.
Héctor Eduardo Coronado Conteras
Es un estudiante de maestría en Ciencias Bioquímicas en el área de neurobiología, con intereses particulares en el envejecimiento. Actualmente, se encuentra trabajando en el CIE-INMEGEN-IIBo-UNAM.
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