En las áridas llanuras de Huatabampo, Sonora, donde el río Mayo serpentea como una vena de vida entre los cardones y los mezquites, aunque usted no lo sepa, hubo una vez un rey.
El presente texto esta basado en una cita de la obra de Francisco Troncoso, Las Guerras Vs Las Tribus Yaqui y mayo. Ha sido editado mediante GROK, la Inteligencia Artificial de X Twitter
Era el año de 1825, y Juan Ignacio Jusacamea, un guerrero llóreme de ojos fieros y piel curtida por el sol del desierto, se alzó en armas contra el naciente gobierno federal mexicano.
Como el Padre de la Patria, don Miguel Hidalgo y Costilla, quince años atrás, 1810, Juan Ignacio Jusacamea portaba un estandarte bordado con la imagen de la Virgen de Guadalupe, que juraba guiarlo en cada galope de sus huestes mayos por los polvorientos caminos y pueblos ribereños.” ¡Por la Guadalupana y por nuestra tierra!”, gritaba mientras cabalgaba al frente de sus hombres, lanzas en alto y corazones inflamados.
Cruzaban los llanos del río Mayo, liberando aldeas de los impuestos opresores, creyendo aún que combatían a los colonizadores españoles.
Pero el destino es caprichoso: cuando las tropas federales lo aprehendieron en una emboscada al amanecer, Jusacamea, con la dignidad de un cacique antiguo, declaró:
“No sabíamos que la Independencia ya se había consumado. Pensábamos que luchábamos contra los gachupines, no contra hermanos mexicanos”.
Libre por un tiempo, el fuego de la rebelión no se apagó en su pecho. En 1832, el mismo Juan Ignacio Jusacamea, ahora apodado como Juan Banderas por su estandarte sagrado, se levantó de nuevo. Esta vez, no contra México, sino por algo mayor: invocando el Derecho de Gentes , o Internacional Publico , proclamó la Independencia de la Gran Nación Cahita.
En las sombras de un jacal junto al río, ante sus fieles yoremes, se coronó como don Juan Banderas I, Rey de los Yoremes que habitaban la vasta Provincia de Ostimuri, esa tierra fértil y salvaje entre los ríos Fuerte, Mayo y Yaqui.”¡Soy el rey de mi pueblo!”, proclamó, y sus guerreros, con plumas de guajolote y arcos tensos, juraron lealtad.
Le había puesto el cascabel al gato, como dijera Hidalgo al inicio de la gesta independentista. Pero la audacia tiene su precio. Las fuerzas mexicanas, comandadas por oficiales endurecidos, lo combatieron con fiereza en batallas que tiñeron de rojo los arenales.
Detenido al fin, tras una causa judicial breve como un relámpago en la sierra, Juan Banderas I fue fusilado sin mayor trámite, cayendo su cuerpo ante un pelotón en el polvo de Huatabampo.
Desde aquellas fechas, los pueblos yoremes, mayos y yaquis vivieron gran parte del siglo XIX en una independencia tácita, con sus propias autoridades civiles, eclesiásticas y militares, guardianes de sus ríos y tradiciones, lejos del yugo central.
Así, en el corazón de Sonora, un rey efímero dejó un legado de libertad que el viento del mayo aún susurra.








