Alejandro Matty Ortega
Nacozari de García, Sonora.- Cada 7 de noviembre, cuando el amanecer pinta de naranja las montañas de Sonora, el silbato de un tren resuena en Nacozari, hoy Nacozari de García, Sonora.
No es un tren cualquiera, es el eco del valor, el recuerdo vivo de un hombre que eligió la entrega por encima del miedo.
Su nombre: Jesús García Corona, el Héroe de Nacozari.
Era 1907 y México apenas soñaba con el progreso, las vías del tren cruzaban el desierto como cicatrices metálicas del Porfiriato.
En Nacozari, un pequeño pueblo minero rodeado de montañas, la vida era dura, pero la esperanza viajaba sobre rieles.
El joven Jesús, de 26 años, trabajaba como maquinista en la Compañía de Ferrocarriles de Sonora, era conocido por su disciplina, su humildad y su sonrisa serena.
Le gustaban las locomotoras porque, decía, “eran como el corazón del país: si se detienen, todo deja de moverse”.
Aquella mañana, mientras preparaba el tren número 2, el destino encendió su chispa; uno de los vagones cargados con dinamita comenzó a arder.
Los obreros corrieron, los gritos rompieron el aire, en minutos, el tren entero podía volar en pedazos y con él, todo el pueblo de Nacozari.
Jesús García no tuvo tiempo de pensar en sí mismo, subió a la locomotora, a su máquina 501, soltó el freno y llevó el tren hacia adelante, hacia la sierra, lejos de las casas, lejos de los niños, lejos del peligro.
No había retorno, el fuego crecía, la máquina 501 rugía y en cada segundo ardía también su destino, a unos kilómetros del pueblo, el tren estalló.
La explosión fue tan poderosa que se escuchó hasta en Bisbee, Arizona.
Jesús murió pero Nacozari vivió
Antes de ser héroe, Jesús García fue hijo, amigo y compañero.
Nació en Hermosillo el 13 de noviembre de 1881, en una familia humilde y desde niño admiraba el paso de los trenes y soñaba con conducir uno.
Los veía sobre lo que hoy es el bulevar Luis Encinas, frente y enseguida del Molino “La Fama” cuando apenas iniciaba su construcción a un costado de la entonces Estación de Ferrocarril en Hermosillo, Sonora.
A los 17 años ingresó al ferrocarril como aprendiz y con esfuerzo y disciplina se convirtió en maquinista.
Era de esos hombres que creen que hacer bien su trabajo también es una forma de servir al país y quizás por eso, cuando la tragedia llegó, su reacción no fue huir, fue proteger.
Su historia no nació de la guerra ni de la política, nació del amor al prójimo, en un tiempo donde los héroes solían tener uniformes o medallas, Jesús García enseñó que también un obrero puede ser símbolo de grandeza.
Era un joven como los jóvenes de hoy, lleno de sueños, de anhelos, de esperanzas, no sabía que la historia lo esperaba, pero cuando llegó su momento, eligió el camino de la generosidad.
Cada año, cuando el viento sopla entre los cerros y los niños marchan con cascos de cartón y banderas mexicanas, el pueblo de Nacozari de García revive aquel día.
Las escuelas se llenan de cantos y de flores, los trenes, en todo México, suenan sus silbatos al mediodía.
Es el Día del Ferrocarrilero y el país entero recuerda al joven que cambió la historia, en la plaza central, una estatua de bronce lo muestra sobre su locomotora, con el rostro firme y la mirada al frente.
A sus pies, los mineros colocan flores, las madres rezan y los niños escuchan la historia que les cuentan sus maestros: la del hombre que salvó un pueblo con su valor.
Pero más allá de la estatua y las ceremonias, lo que mantiene viva su memoria es el mensaje que dejó:
“No hay acto pequeño cuando se hace por los demás”.
Jesús García no fue héroe porque murió, lo es porque decidió dar vida.
En un mundo donde el miedo paraliza y la indiferencia domina, su gesto nos recuerda que el valor también se hereda.
Para la niñez y juventud de Sonora y de todo México, la historia de Jesús García Corona es una lección profunda:
los héroes no nacen con capa ni espada, nacen con principios.
Hoy, más que nunca, cuando la tecnología parece alejarnos de lo humano, su ejemplo nos recuerda el poder de la empatía, de la responsabilidad y del compromiso social.
Jesús no salvó solamente a Nacozari; salvó la fe en la bondad, en cada niño que defiende a un compañero, en cada joven que elige la honestidad sobre la trampa, en cada ciudadano que actúa con ética, vive un poco de Jesús García.
Su historia enseña que la valentía no consiste en no tener miedo, radica en enfrentarlo con amor.
El maquinista que detuvo la muerte nos enseña a no renunciar a la esperanza, incluso cuando todo parece arder.
Para los jóvenes de Sonora, su ejemplo tiene un valor especial: demuestra que desde esta tierra árida y luminosa han nacido hombres y mujeres capaces de cambiar el destino, que los valores de la honradez, la solidaridad y el amor a la vida pueden nacer en cualquier hogar, incluso en uno humilde.
Cuentan que, tras la explosión, el cielo se oscureció y las montañas guardaron silencio pero dicen también que, cuando el polvo se disipó, un silbato volvió a sonar.
Era el viento entre los rieles, era la memoria era la voz del héroe Jesús García.
Más de un siglo ha pasado desde aquel día, bueno, 118 años, pero su eco sigue viajando.
Los trenes modernos ya no usan carbón ni vapor, pero cada vez que arrancan, su silbato lleva el recuerdo de Jesús García, el maquinista de Nacozari.
Y es que su historia es una brújula moral para el presente porque nos invita a preguntarnos qué haríamos nosotros si tuviéramos en las manos la posibilidad de salvar a otros.
Nos recuerda que los valores como la solidaridad, la empatía y el amor al prójimo, siguen siendo los rieles que mantienen unido a un país.
Jesús García eligió esos rieles y por eso nunca se descarriló de la historia.
En 1944, el Gobierno de México declaró el 7 de noviembre como Día del Ferrocarrilero, en su honor pero más allá de los reconocimientos, lo que perdura es su ejemplo, que sigue inspirando a nuevas generaciones.
En Sonora, cada escuela primaria tiene un mural, una historia contada, una poesía dedicada a él, los niños lo dibujan, los maestros lo recuerdan, los padres lo mencionan con orgullo.
Y es que Jesús García no pertenece al pasado, pertenece al porvenir, a ese futuro donde los jóvenes son llamados a reconstruir un México más justo, más solidario, más humano.
Un México donde los valores no sean discurso, más aún que sean una práctica; donde la valentía no se mida por la fuerza, que sea por la bondad.
Jesús no fue un superhéroe, fue un hombre común, como los que trabajan, estudian y sueñan cada día y eso lo hace aún más grande porque demuestra que cualquiera puede ser héroe si actúa con amor, con responsabilidad y con coraje.
Hay historias que mueren cuando se apaga la voz que las cuenta pero hay otras, como la de Jesús García Corona, que siguen avanzando, como un tren que no se detiene con su máquina 501, llevando esperanza en cada vagón de memoria.
Su vida y su sacrificio salvaron un pueblo y sembraron la idea de que el valor no depende del poder, depende del corazón.
Para los niños y jóvenes de Sonora, mirar la historia de Jesús García es mirar un espejo luminoso, un espejo que refleja lo mejor de nosotros mismos: el deseo de servir, de cuidar, de creer en algo más grande que uno mismo.
Y mientras haya una niña que escuche su historia con asombro o un joven que se inspire en su valor para enfrentar los retos de su tiempo, Jesús García Corona seguirá vivo.
Porque hay hombres como Jesús García Corona que no mueren, porque su máquina 501 y su silbato, siguen sonando en nuestra memoria y en la conciencia de México.











