Pienso mucho en la muerte; quizá más ahora que soy consciente de lo mucho que han envejecido mis seres queridos y las dolencias que empiezo a sentir con la edad. La imagino cálida y pacífica, como un remanso que te lleva en un suspiro hasta la eternidad. Pero sé que la idea de este lecho de muerte sin dolor ni resistencia es un mero deseo, un lujo… una moneda al aire. No todos los finales son bellos, y no sé si tendré la suerte de que el mío sea tal como todos nos imaginamos el nuestro.
Los más de 20 que murieron en el incendio de Hermosillo, Sonora, sufrieron uno de los finales más aterradores y angustiantes. El fuego, la asfixia y la impotencia dominaron sus últimos pensamientos y no puedo dejar de imaginar lo que pasó por sus mentes en sus últimos momentos de juicio: la madre que no sabía si salvaría a su hijo; el bebé que nunca nacería, la abuela que no abrazaría a nadie jamás… todos tienen una historia inconclusa, con un final forzado, adelantado y marcado por la desgracia.
Un momento rutinario se convirtió en una sentencia de muerte. ¿Cómo iban a imaginarse que un transformador explotaría y los encerraría en el infierno? ¿Cuándo hubieran pensado que ese “mandado” acabaría con su vida?
No puedo dejar de pensar a quién le colocamos sus cruces en la conciencia. Son 23 más las 49 del incendio de la Guardería ABC; se suman todas las lápidas que no se ponen porque no hay restos por las desapariciones; las muertes que se quedan en impunidad; las víctimas de la violencia y del sistema; las que pudimos haber prevenido… pero el hubiera no existe.
Esta tragedia revive una herida que no termina de cerrar y quizá nunca logre cicatrizar: el 5 de junio 2009. Ese día, una estancia infantil se levantó en llamas y cobró la vida de 49 niños y casi destruye la de otros más que aún tienen que vivir con las marcas del fuego. Las irregularidades en la guardería eran evidentes y el gobierno se había hecho de la vista gorda. No aprendimos la lección. En este 2025, Waldo’s, este popular comercio en el centro de Hermosillo, no tenía salidas de emergencia y era una bomba de tiempo.
Estos no son accidentes ni daños colaterales; son víctimas con nombres y apellidos. Son expedientes que se empolvan en la búsqueda de una justicia que jamás los traerá de regreso y para el que no existe el consuelo.
Por eso, el pueblo vuelve a marchar para tratar de sacudirse la impotencia que les provoca la impunidad y la corrupción. Salen a las calles en un grito desesperado por darle sentido a un luto impuesto. Y otros están en funerales y homenajes tratando de darle sentido a sus vidas sin los que se fueron. Irónico, doloroso, demasiado profundo.







