Mientras Riad usa su riqueza petrolera para diversificar la economía interna y reducir la dependencia del crudo, el país latinoamericano retrocede y se ve lastrado por un Pemex debilitado
EL UNIVERSAL
No hay representación más perfecta de unaeconomía petroleraque el reino de Arabia Saudita. Pero la estrategia energética del país durante la última década ofrece valiosas lecciones para México que van mucho más allá del petróleo. Bajo el paraguas de la Visión 2030, Arabia Saudita busca utilizar su riqueza petrolera para diversificar su economía, invertir en energías renovables, minerales críticos y eficiencia, y reducir su dependencia estructural del crudo. Por el contrario, México, que hace tiempo diversificó su economía a través del comercio, la manufactura y el T-MEC, parece estar retrocediendo en el sector energético, atrapado en debates sobre la “soberanía” y lastrado por una Pemex debilitada.
Gobierno corporativo en Aramco
Una de las medidas más significativas de Arabia Saudita desde 2017 fue la transformación del gobierno corporativo de Saudi Aramco. Aunque sigue siendo una empresa estatal, el proceso de profesionalización, la adopción de estándares internacionales de transparencia y una apertura parcial a los mercados financieros la han obligado a comportarse como una empresa moderna y orientada a la eficiencia. En México, Pemex sigue atrapada en la lógica de una empresa estatal politizada con poca rendición de cuentas. Tomar prestados elementos del modelo de Aramco —sin privatizarla— podría dotar a Pemex de una mayor disciplina financiera, control de costes y credibilidad ante los inversores.
Liberar el petróleo mediante las energías renovables
Arabia Saudita ha apostado decididamente por las energías limpias para reducir su consumo interno de hidrocarburos. Según The Wall Street Journal, el reino tiene previsto instalar decenas de gigavatios de capacidad solar para 2030, cubriendo hasta un tercio de la demanda de electricidad con fuentes renovables. Megaproyectos como el complejo solar de Sudair y las plantas de Yeda y Sakaka están diseñados para dejar de quemar crudo y fuelóleo para generar energía y redirigir esos barriles liberados a los mercados de exportación, donde los ingresos son mucho mayores.
El contraste con México es notable. El país sólo cuenta con unos 12 gigavatios de capacidad solar instalada, y los nuevos proyectos se han estancado debido a obstáculos normativos y políticos. Incluso el emblemático Plan Sonora, anunciado como el mayor proyecto solar de América Latina, no ha logrado hasta ahora cumplir sus promesas en cuanto a escala, inversión y generación. Arabia Saudita está multiplicando su capacidad renovable varias veces en menos de 10 años; México, en cambio, parece incapaz de poner en marcha su propio proyecto insignia.
México debe acelerar la transición hacia las energías renovables no sólo por razones medioambientales, sino también como una cuestión de estrategia económica y geopolítica: menos gas importado, más electricidad barata y competitiva.
Minerales críticos y Visión 2030
Como parte de la Visión 2030, Arabia Saudita se ha convertido en un actor activo en la extracción y el procesamiento de minerales críticos, tanto a nivel nacional como a través de inversiones estratégicas en África, Asia y América Latina. Esto refleja la creciente demanda mundial de litio, níquel, cobre y tierras raras, todos ellos esenciales para la transición energética. México, con su potencial en litio y cobre, podría aprender del enfoque saudita: combinar la inversión nacional, las asociaciones internacionales y el desarrollo de una cadena de valor que vaya más allá de la simple extracción.
Eficiencia energética como política estatal
Arabia Saudita también ha puesto en marcha un Programa Nacional de Eficiencia Energética, cuyo objetivo es reducir el desperdicio de energía en edificios, transporte e industria. La eficiencia es la vía más barata y rápida hacia la competitividad. En México, los programas son dispersos y carecen de financiación suficiente. Todavía no existe una estrategia nacional coherente con objetivos medibles y una coordinación adecuada.
Visión 2030 y la paradoja mexicana
La apuesta saudita por la Visión 2030 es clara: utilizar la riqueza petrolera actual para diversificar la economía del futuro. El objetivo no es sólo construir megaproyectos en energía solar o incursionar en minerales críticos, sino reducir el peso estructural del petróleo en el PIB y las finanzas públicas.
México, por el contrario, ya se diversificó hace décadas. El libre comercio, un sector manufacturero competitivo y la integración en América del Norte a través del TLCAN y, posteriormente, del T-MEC convirtieron al país en una potencia exportadora de automóviles, productos electrónicos y alimentos. Pero mientras la economía en general se modernizaba, el sector energético se quedó atrás. Pemex nunca se sometió a una reforma profunda; la apertura de 2013 se revirtió y, hoy en día, la política energética privilegia el control estatal sobre la eficiencia, la inversión y la innovación.
El resultado es paradójico. Arabia Saudita está dejando atrás el petróleo, mientras que México retrocede: debilitando las normas del mercado eléctrico, desalentando la inversión privada en energías renovables y manteniendo a Pemex como una carga fiscal.
Los límites del modelo saudita
La transición de Arabia Saudita no está exenta de problemas. Se enfrenta a la escasez de ingenieros, la dependencia de la tecnología importada y los enormes costes que supone la construcción de instalaciones solares, eólicas y de hidrógeno verde. Puede financiarlos con los excedentes de petróleo, pero México no. Para emular siquiera una parte de la estrategia saudita, México tendría que abrirse al capital privado y extranjero en lugar de bloquearlo con una visión estrecha de la “soberanía energética”.
Sin embargo, el discurso oficial en México sigue centrado en rescatar a Pemex y la CFE como símbolos nacionales, y no en crear un sistema energético eficiente y competitivo que sirva a la economía y a la sociedad. Esa obsesión por la soberanía entendida como autarquía impide al país aprovechar las oportunidades de inversión, innovación y cooperación internacional.
Una agenda bilateral por construir
La experiencia de Arabia Saudita no debe considerarse sólo como una inspiración lejana. México podría explorar la cooperación técnica con Arabia Saudita, tanto a nivel gubernamental como de empresas estatales. Un diálogo estructurado entre Pemex y Aramco podría generar aprendizaje en materia de gobernanza, tfinanciación e innovación, al tiempo que abriría la puerta a la inversión conjunta en energías renovables, minerales críticos y programas de eficiencia.
En una transición energética global, México no puede quedarse atrapado en viejos debates. Arabia Saudita demuestra que incluso un país cuya riqueza depende del petróleo puede reinventarse. México haría bien en tomar nota.
Director ejecutivo de Hurst International Consulting
ENLACE: Lo que Arabia Saudita entendió sobre el petróleo, y México no | El Universal