Existen dos hechos que, puestos en la balanza, ayudan a entender el cuarto informe de gobierno de Alfonso Durazo. Dos escenarios distintos, unidos por un mismo río: el plan hídrico y el proyecto de las presas en el Sonora.
El primer hecho ocurrió en Puerta del Sol, donde se pretende levantar una de esas obras hidráulicas. Ahí, la comunidad se reunió en una velación que tuvo tanto de espiritual como de político: mujeres, hombres, niñas y niños pidieron por la consagración del río Sonora en manos del Señor, para que detenga al gobernador, para que lo aparte de dañar la vida, para que convierta a cada niño en guardián del río. Frente a la figura de Cristo y bajo el coro de grillos y estrellas, se tejió la certeza de resistir. En la oración nocturna, el agua fue plegaria y bandera; el río, altar y esperanza.
El segundo hecho ocurrió en la capital. Lejos del monte, en el corazón de los poderes, el gobernador rindió su informe ante el Congreso y más tarde en el Auditorio Cívico. Con sonrisa ensayada, protegido por vallas metálicas que lo separaban de los gobernados, Durazo presentó un plan hídrico que incluye la construcción de presas, anunciando recursos federales por 7 mil 500 millones de pesos. Lo hizo como quien se adentra en tierras movedizas, ignorando el viento de protesta que ya sopla desde los pueblos ribereños.
Claudia y Alfonso: el mismo lenguaje.
En la instalación de una comisión especial entre diputados y funcionarios, el delegado de Conagua fue claro: la iniciativa de las presas es del gobernador, aunque Claudia Sheinbaum la retomara y la vistiera de estrategia nacional. En su informe, Durazo habló con palabras elegantes, casi reverenciales hacia la presidenta, como si quisiera blindarse ante la inconformidad de los pueblos.
Colocó a las presas como símbolo de futuro y sustentabilidad, mientras en las comunidades se les ve como amenaza y despojo. En su discurso no hubo espacio para mencionar a las mujeres que, organizadas, mantienen la vigilancia comunitaria en Puerta del Sol para impedir el ingreso de la Conagua y la Comisión Estatal del Agua. Para él, esas voces simplemente no existen.
La promesa de “agua para todos” vuelve a repetirse como un eco del pasado. Desde el acueducto Independencia hasta hoy, los gobiernos han usado esa consigna como llave de legitimidad. Pero la experiencia enseña que el agua rara vez termina en las casas: se desvía hacia la agroindustria, las mineras, los corredores de exportación. Y no son pocos quienes sospechan que detrás de este plan se encuentra Grupo México, señalado en asambleas con documentos en mano como beneficiario de licitaciones.
Los gastos ocultos y las palabras huecas
Durazo no habló de impactos ambientales, ni de fragmentación del río, ni de caudales ecológicos perdidos. No habló de caravanas, rezos ni velaciones. Tampoco de los recursos gastados para convencer -o amedrentar- a quienes se oponen. Para él, todo eso fue silencio.
En cambio, ofreció la retórica conocida de la política hidráulica en México: grandes promesas, grandes obras, justicia hídrica. Pero el río Sonora guarda heridas abiertas. Ahí siguen las secuelas del derrame tóxico de Grupo México en 2014, un crimen ambiental aún sin justicia. ¿Cómo hablar de presas sin antes resolver esas deudas?
Durazo se presentó como garante de equidad y sustentabilidad en un territorio donde ni siquiera llueve lo suficiente. Tomó para sí un chaleco demasiado grande, y en su afán de presentarse como salvador del agua, puede haber sembrado ya los vientos de su propia tempestad.