Al menos 246 reporteros han muerto en la Franja desde octubre de 2023. Los últimos seis perdieron la vida el pasado lunes, cinco de ellos en el ataque israelí contra el hospital Nasser
Mohamed Solaimane
“Mataron gente. Mataron gente”. La voz del corresponsal Ibrahim Qannan, de Al Ghad TV, se quebró en directo cuando dos explosiones arrasaron el hospital Nasser de Jan Yunis el pasado lunes. Sus cámaras grabaron en tiempo real el doble ataque israelí en el que murieron al menos 20 personas, entre ellas, cinco periodistas que habían trabajado desde allí durante meses. “Nunca olvidaré cómo grité, Israel bombardeó y mató a periodistas y civiles en directo”, se aflige. El lugar de los ataques, la cuarta planta del edificio quirúrgico del hospital Nasser, era de sobra conocido. “Todo el mundo sabe de la presencia de periodistas y sus cámaras” porque “los drones y los aviones de reconocimiento” del ejército de Israel “lo fotografían todo”. “No hay margen para hablar de error o de falta de intención”, explica Qannan.
Entre las víctimas se encontraba Hussam al Masri, veterano fotoperiodista de Reuters y de la televisión palestina, el fotógrafo de Al Jazeera Mohammad Salama, la reportera independiente Mariam Abu Dagga, el fotoperiodista Moaz Abu Taha y el periodista independiente Ahmed Abu Aziz. Ese mismo día, en otro bombardeo israelí en Jan Yunis, falleció también el reportero Hassan Douhan.
Samaher al Masri guarda silencio antes de hablar sobre las últimas horas de su marido. Su voz se quiebra al recordar el momento en que supo que había muerto en el doble ataque contra el centro sanitario. “Vivíamos en un estado de semitranquilidad porque Hussam trabajaba dentro del hospital”, cuenta a EL PAÍS de pie entre los escombros de su casa arrasada en el campo de refugiados de Jan Yunis. “Nunca imaginamos que sería asesinado en un lugar que debería ser el más seguro. Siempre llevaba su chaleco marcado con la palabra ‘PRESS’ [prensa] en árabe e inglés. Llevaba meses filmando desde ese mismo sitio”.

El ataque ha vuelto a poner el foco en lo que los defensores de la libertad de prensa califican como una tendencia alarmante: Gaza se ha convertido en el conflicto más mortífero para los trabajadores de los medios en la historia moderna. Según el Sindicato de Periodistas Palestino, desde octubre de 2023 al menos 246 periodistas han muerto, más de 500 han resultado heridos y 650 viviendas de informadores han sido destruidas. La cifra de muertos, según el proyecto Costs of War, supera el número de periodistas que perdieron la vida en las dos guerras mundiales y en los conflictos de Vietnam, Yugoslavia y Afganistán juntos. Unos 1.000 reporteros siguen trabajando en la Franja, de acuerdo con los datos del sindicato.
Los testigos del ataque del lunes describieron una ofensiva en dos fases. La primera explosión mató a Al Masri, de 49 años. La bomba impactó en un balcón de la cuarta planta del hospital Nasser, un lugar utilizado desde hace tiempo por Reuters, Associated Press y otros equipos de prensa para grabar retransmisiones en directo o captar señal de teléfono. Nueve minutos después, cuando los colegas de Al Masri se apresuraban a documentar la escena, un segundo bombardeo, que consistió en dos explosiones casi simultáneas, según imágenes obtenidas por la CNN, acabó con la vida de otros cuatro reporteros, hirió a varios más y causó la mayor parte de las víctimas mortales.

“En cuanto resulté herido y mi cara y mi cuerpo quedaron cubiertos de sangre, bajé corriendo las escaleras hasta urgencias”, relata Hatem Omar, de 45 años, fotógrafo de Reuters que sobrevivió por apenas unos metros. Sufrió la perforación de un tímpano y pérdida parcial de audición. “No pasó ni un minuto, quizá menos”, añadió, “y llegó la segunda explosión. 16 muertos. Yo estaba a unos metros”.
El mismo lunes, el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, calificó el incidente de “trágico error”. Pero al día siguiente, el ejército israelí defendió la ofensiva, alegando que había matado a seis “terroristas” y que el ataque iba dirigido contra “una cámara colocada por Hamás”. Más tarde, las Fuerzas de Defensa de Israel añadieron que aún revisaban “varias lagunas” en su comprensión de lo ocurrido, entre ellas “el proceso de autorización previo al ataque” y “la toma de decisiones sobre el terreno”, e insistieron en que “no atacan intencionadamente a civiles”.
Preocupación internacional
La repetida ofensiva contra periodistas palestinos —los extranjeros no tienen permitido el acceso a Gaza—, a menudo en espacios considerados seguros, y en ocasiones mediante lo que los supervivientes describen como ataques “doble impacto” en el mismo lugar, ha suscitado dudas entre defensores de la prensa y organizaciones de derechos humanos sobre si los trabajadores de los medios están siendo deliberadamente atacados. Las autoridades israelíes lo niegan, pero la magnitud y las circunstancias de las muertes han alimentado la preocupación internacional.
Con la tecnología avanzada de vigilancia y de localización de Israel, sabían que los presentes eran periodistasTahseen Al Astal, vicepresidente del Sindicato de Periodistas Palestinos
El Comité para la Protección de los Periodistas, Reporteros Sin Fronteras, Médicos Sin Fronteras, el secretario general de la ONU, António Guterres, y varios gobiernos —entre ellos los de Canadá, Reino Unido, Alemania, Suiza, Qatar, Arabia Saudí y Kuwait— condenaron el ataque.
Tahseen Al Astal, vicepresidente del Sindicato de Periodistas Palestinos, lo describió como “una operación de asesinato completo, un crimen perfecto cometido por el ejército israelí”. “Con la tecnología avanzada de vigilancia y de localización de Israel, sabían que los presentes eran periodistas. El asesinato tuvo que producirse con premeditación”, dijo.
Este lunes 1 de septiembre, Reporteros Sin Fronteras (RSF) y el movimiento ciudadano Avaaz han convocado a una movilización mediática mundial en apoyo al periodismo palestino. RSF, además, ha presentado ya cuatro denuncias ante la Corte Penal Internacional (CPI) acusando al ejército israelí de cometer crímenes de guerra contra comunicadores en la Franja.
Vidas arrebatadas
Moaz Abu Taha, fotógrafo de NBC Árabe, y uno de los muertos en el ataque, había empezado a dedicarse al periodismo tras el estallido de la guerra. Su hermano mayor, Adly, reportero de Al Kofiya TV, cuenta a este diario que su madre le había suplicado que dejara la profesión. “Mi hermano era el más joven de nosotros y mi madre repite que siempre vio este final desde el primer día que empezó a trabajar”, dice.
El menor de los Abu Taha ya había sobrevivido a un ataque anterior. En abril, dormía en una tienda para periodistas cuando una bomba israelí impactó. Un colega que se encontraba a su lado, Youssef al Khaznadar, murió en el acto, mientras que el hombre que dormía al otro costado resultó gravemente herido. Muath resultó ileso. “Los periodistas de Gaza son cuidadosos con sus vidas, pero apasionados con su profesión”, cuenta su hermano. “Sienten que son portadores de un gran mensaje”, añade, especialmente cuando la prensa extranjera no tiene permitido el acceso a la Franja.
Entre los escombros de su casa, Al Masri recuerda el agotamiento de su marido en sus últimos días. Le había hablado de “un cansancio físico y psicológico severo y de su deseo de descansar, pero las condiciones del trabajo de campo hacían imposible ese deseo”. Ella misma había regresado a Gaza desde Egipto en marzo, interrumpiendo un tratamiento médico pese a las súplicas de él de que permaneciera fuera. “Temía este momento, que mi esposo fuera asesinado mientras yo estaba lejos de él, sin poder abrazarlo ni despedirme. Poder besar su frente… Es una bendición [estar ahora en Gaza] a pesar de su dureza y amargura”, dice en voz baja.
Su hija Shatha, de 17 años, muestra en su teléfono un vídeo en el que su padre prometía que viviría para verla graduarse, casarse y convertirse en madre. “¿Cómo se supone que voy a aprender, a crecer y a vivir sin él? ¿Qué crimen he cometido yo para convertirme en huérfana?”, se pregunta entre sollozos. Ahmed, de 15 años, el hijo menor, solía acompañar a su padre en sus coberturas. Lo recuerda como un hombre que “santificaba su trabajo y su equipo fotográfico como si fueran su vida”. “Soñaba con asegurarnos una vida mejor, con darnos mejor educación y reconstruir nuestra casa, que fue destruida. Pero perdimos a nuestro padre, perdimos nuestra casa y perdimos nuestro futuro”, lamenta.
“La magnitud de la responsabilidad”
Mientras se recupera de sus heridas, Omar afirma que está “reconsiderando su futuro”. “Nunca antes había sido un objetivo directo, solo había quedado atrapado en ataques cercanos”, explica este periodista con 24 años de experiencia, que ha trabajado para Xinhua, Associated Press y, más recientemente, para Reuters y que antes de la guerra cursaba un doctorado, tras haber obtenido una maestría en Diplomacia y Relaciones Internacionales.
“Estamos aterrorizados, tenemos miedo y tememos por nuestras vidas porque vivimos en condiciones que no hemos leído ni escuchado jamás en libros de historia, documentales o incluso en la ficción”, reconoce Qannan. Pese a ello, asegura que pocos informadores han abandonado una labor que consideran “indispensable”.

“El trabajo de los periodistas de Gaza ha impedido que la guerra caiga en el olvido”, comparte Al Astal, del Sindicato de Periodistas Palestinos. Y añade: “Israel trabaja al más alto nivel para impedir la publicación de sus crímenes contra la humanidad porque es consciente del gran papel de los periodistas sobre el terreno y de que, sin sus esfuerzos, no quedaría expuesto ante el mundo de esta manera”.
No hay uno solo entre nosotros que acepte abandonar su profesiónIbrahim Qannan, periodista Al Ghad TV
El sindicato intenta llevar ante la Corte Penal Internacional el asesinato de periodistas palestinos en virtud de la Resolución 2222 del Consejo de Seguridad de la ONU, que obliga a las partes en conflicto a proteger a los profesionales de los medios de comunicación como civiles en zonas de conflicto. Pero Al Astal muestra poca fe en una disuasión inmediata. “Lo que se requiere es la acción de los países que presumen de libertad y derechos humanos”, agrega.
Los últimos recuerdos de Al Masri sobre su esposo son de ausencia. Él salía a las siete de la mañana y volvía tarde en la noche. Ella preparaba comidas que él nunca alcanzaba a comer porque una llamada de teléfono lo hacía regresar al trabajo. “¿Es concebible que Israel matara a mi marido simplemente por ser periodista? ¿No es este un crimen por el que el asesino debe ser castigado?”, implora.
La pregunta sobrevuela Jan Yunis, donde los periodistas siguen trabajando en el mismo hospital en el que murieron sus colegas, conscientes de que documentar se ha convertido en un riesgo mortal y de que una cámara puede resultar tan peligrosa como cualquier arma. Pese a ello, resisten. Qannan, de pie en su tienda junto al hospital Nasser, afirma: “Todos sentimos la magnitud de la responsabilidad. No hay uno solo entre nosotros que acepte abandonar su profesión, sin importar las dificultades”.