Xi se presenta como “una fuente de estabilidad y certeza” durante un encuentro de la Organización de Cooperación de Shanghái que reúne a una veintena de líderes
Guillermo Abril e Inma Bonet
Existe una ley fundamental de la geopolítica en el siglo XXI: lo relevante ya no solo pasa por Washington, sino también, de forma creciente, por Pekín. En China ha arrancado este domingo una cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), un foro intergubernamental de seguridad, con la presencia, entre otros, del presidente ruso, Vladímir Putin, y del primer ministro indio, Narendra Modi. Mientras Estados Unidos, bajo la batuta de Donald Trump, sigue obsesionado con recuperar la grandeza del pasado a base de garrotazos arancelarios y sumiendo a buena parte del mundo —aliados incluidos— en el desconcierto, el presidente chino, Xi Jinping, se ha rodeado de un buen puñado de líderes ante los que plantear su visión alternativa del orden internacional.
Las autoridades del gigante asiático han pisado el acelerador propagandístico, anunciando la cumbre como “uno de los encuentros diplomáticos más importantes del año para China”. Al evento, que se celebra en la ciudad portuaria de Tianjin, asisten más de 20 jefes de Estado y de Gobierno, entre miembros permanentes de la OCS (China, Rusia, Kazajistán, Kirguistán y Tayikistán, Uzbekistán, India, Pakistán, Irán y Bielorrusia) y otros 14 socios de diálogo, como Turquía, Arabia Saudí, Egipto y Myanmar, que pueden participar en las actividades sin ser miembros de pleno derecho. También han sido invitados para la ocasión el secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, y el de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN), Kao Kim Hourn.
Desde el fin de semana y hasta este lunes, se han previsto reuniones multilaterales, discursos, la rúbrica de un plan de acción hasta 2035, un banquete para los invitados y una declaración política como colofón, además de numerosos encuentros bilaterales, que se han ido sucediendo desde el sábado.
La cumbre —que se puede tomar como un termómetro de lo que está pasando más allá de Occidente—, permitirá observar cómo respiran un buen número de países del Sur Global en tiempos de fragmentación proteccionista, y ver cómo despliega China sus encantos diplomáticos aprovechando ese contexto.
China “está demostrando a base de hechos ―con el ejemplo― y de progreso, que un desarrollo alternativo al que ha ofrecido Occidente y unas relaciones más pragmáticas, menos ideologizadas, con el resto del mundo, le están dando rédito”, expone por teléfono Miguel Otero, investigador principal del Real Instituto Elcano. Otero destaca la capacidad china para atraer al encuentro de la OCS a países que atraviesan buena parte de Asia, pasan por Oriente Próximo y llegan a las puertas de la Unión Europea. Este grupo abarca un espacio geopolítico ―Eurasia― cuya unión es considerada por numerosos estrategas estadounidenses como la única alianza que puede llegar a minar de manera sustancial la hegemonía de Estados Unidos.
Xi señaló el sábado en uno de sus primeros cara a cara bilaterales, con Guterres: “La historia nos enseña que el multilateralismo, la solidaridad y la cooperación son la forma correcta de abordar los retos mundiales”. El dirigente chino añadió ante el responsable de la ONU que la creación de este organismo hace 80 años “fue la decisión más importante tomada por la comunidad internacional al final de la Segunda Guerra Mundial”. En el encuentro presentó a China como un firme creyente en sus principios fundacionales, además de “una fuente de estabilidad y certeza” en un mundo que se enfrenta a transformaciones “sin precedentes en un siglo”, dijo con una de sus frases comodín.
Momento crítico
La de Tianjin es la mayor cumbre hasta la fecha de una plataforma fundada en 2001 por China, Rusia, Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán y Uzbekistán con el objetivo de combatir el terrorismo y promover la seguridad fronteriza. La organización se ha expandido en la última década como parte de los crecientes esfuerzos de Xi y Putin de propiciar un modelo de diálogo alternativo al occidental, profundizar la seguridad y la cooperación económica y luchar contra el narcotráfico. Hoy, sus socios representan el 43% de la población mundial y el 23% de la economía global. No obstante, en su seno hay un difícil equilibrio de apegos y lealtades, al reunir a países que en algunos casos son antagónicos, como India y Pakistán, recientemente envueltos en una refriega militar en la que este último contó con armamento e inteligencia chinas.
Las miradas de los analistas escrutarán estos días al detalle cualquier gesto de Putin, que aterrizó en Tianjin este domingo, en un momento crítico en el que Washington cuenta los minutos para lograr un alto el fuego en la guerra de Ucrania. El mandatario ruso permanecerá en China al menos hasta el miércoles, cuando asistirá a un desfile militar en la plaza de Tiananmén con motivo del 80º aniversario de la rendición de Japón en la segunda guerra Sino-Japonesa (1937-1945) y el final de la II Guerra Mundial. Se espera que sea la mayor exhibición de músculo castrense chino de los últimos años, y al evento acudirán también otros líderes que despiertan recelo en Occidente, como el norcoreano Kim Jong-un, completando un inicio de curso chino de alto voltaje geopolítico.
Para Putin, convertido en un paria internacional en buena parte del planeta, el viaje supone una de las escasas oportunidades para mantener contacto directo con otros mandatarios, además de para reafirmar los lazos con Pekín, su principal sostén económico desde la invasión de Ucrania. Su llegada a Tianjin fue precedida por una loa a su anfitrión, Xi, a quien definió en una entrevista con la agencia oficial china Xinhua como un “auténtico líder de una gran potencia mundial”, “un hombre de voluntad firme, dotado de visión estratégica y perspectiva global y con un compromiso inquebrantable con los intereses nacionales”.
En la entrevista, Putin expresó su confianza en que el encuentro sirva para “inyectar un poderoso nuevo impulso” a la OCS “ante los desafíos y amenazas contemporáneos” y “consolidar la solidaridad en el espacio euroasiático”. Todo ello, afirmó, contribuirá a “forjar un orden mundial multipolar más justo, con la ONU como eje de referencia”. Vinculó la “visión global” de la plataforma con la estrecha coordinación estratégica entre Moscú y Pekín, que definió como una “fuerza estabilizadora” en la escena internacional, y defendió “la creación en Eurasia de una arquitectura de seguridad igualitaria e indivisible”, en la que la OCS jugaría un papel fundamental.
La llegada de Modi, el sábado, también está cargada de significado. Es su primera visita a China en siete años, y constata los esfuerzos de Pekín y Nueva Delhi por mejorar las relaciones hechas jirones de los últimos años. El indio ha mantenido una entrevista con Xi el domingo a mediodía, hora local, en la que el primero ha comentado la “senda positiva” que han tomado sus lazos. Los dos vecinos buscan dejar atrás aquella escaramuza fronteriza de 2020 que acabó con más de 20 militares muertos. Y parecen ser conscientes de que han de adentrarse en una nueva fase porque el mundo ya se ha zambullido en ella, y ambos sufren sus consecuencias.
Acercamiento
Esta semana la India se ha convertido en el enésimo país en recibir el latigazo proteccionista de Trump, que ha elevado al 50% de aranceles las importaciones de un país que hasta hace poco era considerado un aliado clave en la estrategia de la Casa Blanca para contener a China. El motivo alegado para elevar el gravamen le añade relevancia al careo entre los líderes de China e India, y al triángulo que forman estos con Putin: el magnate justificó los aranceles como una represalia por las compras de petróleo ruso, que estarían ayudando a Moscú en la invasión a gran escala de Ucrania (la India es uno de los principales compradores de energía rusa, solo por detrás de China).
Algunos analistas indios ven el acercamiento a China como un signo más de su política exterior de no alineación, en la que trata de pivotar entre Occidente y las potencias euroasiáticas sin comprometer su autonomía. Otros lo consideran una claudicación: “El viaje de Modi indica que la India se ha resignado al dominio chino, ya que Pekín no ha cedido en ninguna cuestión importante”, señala Sushant Singh, profesor de estudios del sur de Asia en Yale, quien cita cuestiones como el apoyo militar de China a Pakistán, la militarización china de la frontera común o el creciente desequilibrio comercial a favor de Pekín. “China quiere mantener relaciones amistosas con la India, pero en sus propios términos, y Modi lo ha aceptado”. Singh advierte, además, de que cualquier declaración positiva de Modi sobre Rusia “probablemente provocará la ira de la Administración Trump”.
Li Lifan, de la Academia de Ciencias Sociales de Shanghái, confía, en cambio, en que suceda un encuentro trilateral entre Rusia, China e India: “Creo que las tres partes están muy interesadas en trabajar juntas”. Destaca las oportunidades del foro de la OCS, al que también asisten como invitados líderes del sudeste asiático, para intensificar los corredores comerciales regionales en un momento de disrupciones en el comercio. “[Estos países] quieren mostrar su solidaridad en la lucha contra esas sanciones, contra esos aranceles”, añade Li, quien ve en el encuentro la aspiración hacia un orden internacional “en el que no solo domine Estados Unidos, sino también hecho a la medida de los países del Sur”.