Con los cuidados que el caso impone, las palabras de la FGR pueden ser leídas como un parte de guerra. En el comunicado que emitió ayer tras el ajusticiamiento en Reynosa del delegado de la FGR en Tamaulipas, Ernesto Vázquez Reyna, apunta, sin rodeos, como primera hipótesis del asesinato: la respuesta de una organización criminal por el “reciente y grave descalabro” de un decomiso de más de un millón 800 mil litros de gasolina y otros combustibles, “producto del huachicol”; más nueve tractocamiones, 12 motobombas, etcétera. La FGR es precisa al informar que en aquel operativo de hace unos días participaron el Ejército, el gabinete de seguridad federal y personal de la propia FGR. No hay crédito al gobierno de Tamaulipas, el de Américo Villarreal. Si los hechos son tal cual los perfila la Fiscalía, el contragolpe de los grupos del huachicol ha sido pronto y despiadado, un desgarrador mensaje de ojo por ojo. Los criminales habrían dejado clara la marca. La FGR habla de “violencia inusitada y brutalidad”. Quizá el ajusticiamiento del delegado Vázquez Reyna quede en el registro del horror como el inicio de una guerra del huachicol en el noreste de México. Huachicol, eso que en el sexenio anterior se aseguraba que ya no existía, ni arriba ni abajo.