Muchos de sus pecados son los mismos, en efecto. Varias de las cabezas del movimiento de la cuarta transformación han sido exhibidas dándose vida de ricos en sus vacaciones de verano. Muy lejos de la justa medianía y la sobriedad que pregona Morena y más parecido a las viejas prácticas de la clase política tradicional. Nada que sorprenda a la opinión pública, acostumbrada al hecho de que no existe un político pobre en México. El problema es que ese comportamiento traiciona una de las razones fundamentales para justificar la necesidad de un cambio y optar por Morena. La prensa crítica y la oposición se han dado un festín con el comportamiento de funcionarios y políticos, incluido el de Andy, el hijo del fundador. Un argumento sólido para que algunos hayan concluido que son lo mismo que los de antes.
Sí, pero no. Algunas cosas han cambiado y otras no. Y habría que ser exigentes e implacables con las taras de ese pasado, con los peligros del poder excesivo y la soberbia que anida en muchos. Pero también habría que tener la película completa y no solo lo que deja a deber la 4T. Una cosa es hacer una crítica puntual sobre actitudes recriminables e indeseables, y otra muy distinta pasar sin trámite a la descalificación de todo el paquete, a partir de tales taras inadmisibles. Para ser honestos tendríamos que hacer una valoración de conjunto que incluya los deberes, pero también los haberes.
La 4T se ha quedado corta en muchos temas, pero en lo que más importa, “primero los pobres”, ha conseguido lo que parecía una imposibilidad, un golpe de timón. Era el lema central del movimiento de cambio, su razón de ser. Y era, también, lo más difícil de conseguir en un país tan ancestralmente desigual e injusto.
Y cumplió. Por vez primera en la historia moderna del país a los estratos más pobres les fue mejor que a los estratos más ricos. Lo hizo sin revolución o inestabilidad, y sin quitarle a los de arriba. En tiempos de Calderón el 10% más próspero registraba un ingreso 38 veces más alto que el 10% más pobre. La diferencia se ha reducido a 17 veces (y contando). En el sexenio anterior alrededor de 10 millones de personas dejaron de ser pobres. Se dice rápido, pero representa una diferencia sustancial para millones de hogares mexicanos.
Insisto, no es un detalle ni un atributo más, es la bandera fundamental. Hay negros en el arroz lamentables, sí; pero se trata de un arroz que antes ni siquiera se hacía. La aclaración es importante, porque los defectos de Morena son esgrimidos como si, en conclusión, diera lo mismo votar por uno u otro. El “son iguales”, a partir de la exhibición de casos de corrupción, pretende demostrar que nos equivocamos quienes optamos por un cambio. Y no, no da lo mismo, porque si se hubiera votado por el PRI o el PAN en 2018 (y ahora en 2024) esa desigualdad no habría desaparecido y millones de personas seguirían en la pobreza.
A lo largo de 35 años se instaló un modelo que favoreció la prosperidad de un tercio de la población, pero no mejoró la situación de las mayorías o lo hizo en menor proporción que a los de arriba. En consecuencia, la desigualdad se acentuó. El obradorismo ha comenzado a revertir drásticamente esa tendencia. Ese tercio superior, entre los cuales se encuentran la mayoría de los lectores de periódicos y las llamadas clases medias, están en todo su derecho de preferir el modelo anterior. Pero tendrían que asumir que ninguna sociedad es viable a largo plazo si no introduce cambios para evitar que la desigualdad provoque inestabilidad.
Inestabilidad, pero también estancamiento. Se dirá que la riqueza del segmento superior es lo que genera inversión productiva y creación de empresas y empleos. Pero a la larga la prosperidad de los de arriba provoca vacaciones en el extranjero, apartamentos en Miami y consumo suntuario; la prosperidad de los de abajo, en cambio, produce compras en Oxxo y en los abarrotes de la esquina. Adquirir un comedor de 75 mil pesos en Liverpool genera menos empleos que la compra de 15 comedores de 5 mil pesos en mueblerías del barrio. Lo que poco a poco se está consiguiendo no solo es un tema de justicia social, también saneamiento económico por la construcción de un mercado interno más robusto. La mejor manera de propiciar nuevas empresas es generando el mercado necesario para la adquisición de sus productos y servicios.
La oposición se la pasó afirmando que la prédica en favor de los pobres era una retórica demagógica, que los sectores populares votaban por Morena a partir de la manipulación y el engaño. Los datos concretos hoy revelan que las mayorías empobrecidas votaron en función de una lógica correcta, mejorar su porción del pastel. López Obrador cumplió la parte fundamental de su promesa. Quizá a tirones y jalones e improvisando, pero lo consiguió.
Ahora toca a Claudia Sheinbaum racionalizar el proceso, modernizarlo, abordar las muchas asignaturas pendientes, analizar los errores e introducir correcciones, ajustar el complejo al nuevo orden mundial que no termina por definirse, pero cambia cada día.
En suma, la 4T es un proceso en marcha. Nadie dijo que sería inmediato o total, ni que existieran varitas mágicas. Es un proceso que implica avances, dilaciones y en ocasiones retrocesos. Sí, López Obrador cometió errores. Hace una semana utilicé este espacio (“tenemos que hablar de López Obrador”) para dar cuenta de ello. Y es necesario abordar los desaciertos y equivocaciones porque todo movimiento, proyecto o institución que no reconoce y analiza sus errores está condenado a estancarse y a convertirse en su peor versión. Pero con la misma claridad habría que reconocer la proeza que revelan las radiografías que están surgiendo del impacto de su sexenio en materia de redistribución del ingreso y combate a la pobreza. Ese era el mandato esencial recibido en la urna en 2018: la exigencia de un cambio en favor de los dejados atrás. Habrá que ser implacable e impacientes con lo mucho por corregir. Pero no confundir. Los datos muestran que no son iguales, que la crítica y la autocrítica es necesaria para que mejoren, no para descalificarlos y ni detener lo que está en marcha. Hay 10 millones de razones que muestran que no son lo mismo, aunque algunos aún se parecen.