Sinaloa y Sonora formaron el Estado de Occidente tras la Independencia, pero tensiones políticas e indígenas llevaron a su separación en 1830
Andrea Ávila / DEBATE
Tras la Independencia de México en 1821, el nuevo país enfrentó el reto de estructurar su territorio. Una de las soluciones fue la creación del Estado de Occidente en 1824, que unificó a Sinaloa, Sonora y parte del actual estado de Arizona bajo una sola administración. Esta entidad, establecida formalmente el 10 de enero de ese año, tuvo su capital en El Fuerte, Sinaloa, y fue gobernada por Juan Miguel Riesgo.
El Estado de Occidente fue concebido con fines administrativos y estratégicos. Con una extensión territorial considerable y una baja densidad poblacional, el gobierno federal apostó por una administración centralizada para fortalecer el control sobre una zona de importancia geopolítica, especialmente ante las amenazas externas y los conflictos internos con los pueblos indígenas.
Antes de esta unión, ambas regiones formaban parte de la Intendencia de Arizpe durante el virreinato de Nueva España. Con la independencia, el nuevo gobierno buscó integrar el territorio mediante reformas institucionales, pero las diferencias culturales y políticas entre las élites locales comenzaron a manifestarse desde los primeros años de funcionamiento.
Uno de los motivos principales de la unión fue establecer una estructura capaz de enfrentar los constantes desafíos que representaban los pueblos indígenas, en especial los Yaquis, Pimas y Apaches, que rechazaban la autoridad del nuevo Estado. Además, centralizar el poder facilitaría la administración de recursos, la recaudación de impuestos y la aplicación de leyes en una región de difícil acceso.
Sin embargo, el proyecto enfrentó múltiples obstáculos. La primera constitución estatal se aprobó en 1825 bajo el nombre de Estado Libre de Occidente. Desde entonces, se intensificaron los desacuerdos entre las clases políticas de ambas regiones. Sinaloa tenía mayor representación en el Congreso estatal, lo que generó fricciones con Sonora, cuyos líderes buscaban una mayor autonomía en la toma de decisiones.
A estos desacuerdos políticos se sumaron conflictos con los pueblos indígenas. La imposición de tributos a comunidades como la yaqui provocó levantamientos armados, encabezados por líderes como Juan Banderas. Las tensiones obligaron al gobierno a mover la capital en varias ocasiones, primero a Cosalá y luego a Álamos, reflejando la inestabilidad política del Estado.
En 1826, se presentó ante el Congreso la primera solicitud formal de separación, y para 1830 la mayoría de los ayuntamientos de ambas regiones apoyaban esta medida. El 13 de octubre de ese año, el Congreso General aprobó la división del Estado de Occidente, dando origen a los estados independientes de Sonora y Sinaloa a partir de 1831.
A pesar de su corta duración, el Estado de Occidente dejó un legado cultural que aún se percibe. Sinaloenses y sonorenses comparten expresiones lingüísticas, gastronomía y una pasión compartida por el béisbol. Elementos como el acento característico y algunas tradiciones regionales tienen su origen en esta etapa de unión.
Un ejemplo tangible de este pasado compartido es El Fuerte, la primera capital del Estado de Occidente. Actualmente reconocido como Pueblo Mágico, el municipio recuerda su papel histórico a través de eventos conmemorativos como la recreación del Congreso Constituyente de 1824, lo que reafirma la conexión entre ambos estados.
La experiencia del Estado de Occidente muestra cómo los ideales de unidad nacional enfrentaron limitaciones prácticas en una época de redefinición territorial. Aunque la unión no perduró, su memoria sigue presente en la identidad regional del noroeste mexicano.