Hasta tres generaciones son las que cuentan los negocios locales que están alrededor del Mercado Municipal en el Centro de Hermosillo.
Judith León / CONECTA ARIZONA
Los hot dogs que se preparan y venden en Hermosillo son tema de debate y discusión, algunos a favor y otros en contra de si son más buenos que otros municipios como Guaymas, Ciudad Obregón o Navojoa, pero, lo cierto es que este alimento clásico de la capital sonorense es uno de los más buscados por propios y extraños en sus recorridos por la ciudad.
Con un pan hecho especialmente para su preparación (no debe ser de los que se compra en paquetitos con marcas distribuidas en todo el país); con la salchicha, o wini, cubierta con tocino de la marca Rosarito y con toppings cada vez más variados y numerosos, los “dogos” son parte de una cultura y de una tradición.
Tradición, también es la comercialización de los hot dogs en el primer cuadro del centro de Hermosillo, ya que opera por generaciones. En un recorrido que hizo Conecta Arizona por esta zona comercial, encontró que las personas que aquí comen, y también quienes consumen aguas frescas para combatir en alguna medida las altas temperaturas del verano, contribuyen a la historia de negocios familiares, de comerciantes que aprendieron el oficio de sus padres, y sus padres de los abuelos.
Caminas por las calles del centro y es inevitable que tu estómago dé un vuelco al percibe el olor de las salchichas asadas, de la cebolla que se ‘sancocha’ en el comal del carrito expendedor, en el que también se ponen a dorar los panes que previamente están calentados a vapor.
¿Mayonesa y mostaza?, ¿pepinillos, champiñones, chile jalapeño en salsa o en trocitos? ¿Catsup?, la salsa de tomate podrá tener diferentes marcas, pero en México, y en Hermosillo, así se le identifica. Estos son algunos de los ingredientes que acompañan al hot dog, además del tomate, la lechuga y, si así lo pides, los frijoles enteros.
Los Flores preparan hot dogs desde hace tres décadas
En la esquina de las calles Matamoros y Monterrey, al costado oriente del Mercado Municipal, Marcelo Flores Calderón trabaja una mañana de verano, con una gorra colocada al revés para que se vea su cara y un mandil con la marca de las salchichas con las que prepara los ‘dogos’.
Él forma parte del negocio familiar que tiene más de treinta años satisfaciendo el paladar de los visitantes al centro. Su abuelo inició con la preparación y venta de este platillo a unos metros de donde él se encuentra; el punto en el que recibe comensales lo adquirió su padre, quien sigue dedicado a este oficio, así como su madre y él.
Mientras la gente pasa frente a los aparadores de una zapatería, Marcelo nos explicó el procedimiento básico del hot dog: toma el pan calientito, con unas pinzas metálicas le pone un wini, lechuga, tomate y compacta esta verdurita con un cuchillo plano untado con mayonesa. La especialidad de cada dogo, la define el cliente.
La historia del hot dog hermosillense
El hot dog no se hizo en Sonora, pero, la tradición de su preparación en el noroeste de México comenzó en 1945, con las manos de Cipriano Lucero, quien sirvió como sargento en jefe de cocina en la Segunda Guerra Mundial y llegó a Hermosillo para casarse.
En esos años, había pocos restaurantes, cafés y muy pocas opciones para comer fuera de casa, al menos como las que conocía Cipriano, en California, donde creció antes de servir en la guerra, según una publicación de El Sol de Hermosillo.
Al no contar con el pan, uno de los insumos básicos para los hot dogs, Cipriano los mandó hacer a la panadería “La Convencedora”, de Silvestre Murguía. La indicación fue hacer algo parecido a lo que en esta ciudad se conoce como pan virginia, de consistencia suave y forma redonda, pero alargado; pedido especial que se conserva en la receta de los famosos dogos hermosillenses.
Aguas de sabores, tradicionales y refrescantes
A unos pasos de Marcelo está un puesto de aguas frescas, mismas que se sirven en vasos de plástico con un cucharon, y que sacan de vitroleros o frascos de vidrio con grandes trozos de hielo y colores llamativos.
Horchata, limón, cebada, melón y piña son los sabores que prepararon el día que los visitamos; la demanda de los sabores puede variar en el establecimiento que tiene 65 años de trabajo, anécdotas y de ayudar a mitigar el calor de los visitantes al centro. El negocio, que también ha ido heredándose por generaciones, comenzó vendiendo cocteles de frutas. Los fines de semana agregan otros sabores como sandía y guayaba, dependiendo de las frutas de temporada.
Los precios de las bebidas se han mantenido por dos años, el vaso de medio litro tiene un costo de 25 pesos, alrededor de un dólar con 34 centavos, y 50 pesos por un litro de agua fresca, es decir, 2.68 dólares, aproximadamente.
Si te gusta ‘pueblear’ y tener un acercamiento con la gente de esta ciudad, el centro de la ciudad es una excelente opción; acá puedes encontrar vendedores de frutas, como pitayas, higos, mangos, cerezas, mermeladas, semillas y nopales. Hasta vendedores de boletos de la Lotería Nacional, boleros que te mandarán con los zapatos bien lustrados mientras te sientas frente a ellos a observar el ir y venir de la gente.
Puedes sentarte y ser parte de los mentideros, que es como se les llama a los grupos de personas que se sientan a conversar de diversos temas, algunos son amigos, conocidos o simplemente coinciden mientras se sientan un momento a descansar y escuchar, ya sea algún chismecito, algunas anécdotas o a presenciar la actuación de los predicadores religiosos que cantan para llamar la atención de la gente.
En una caminata por el centro, quizás después de haber desayunado o comido un aromático hot dog, puedes caminar por las calles con un vaso de agua fresca en tu mano y observar las obras de remodelación y restauración al centenario Mercado Municipal, o conocer algunas de las esculturas que se entremezclan con las personas.
Algunas de las esculturas que están alrededor del Mercado Municipal son Sonorita, el venadito danzante; de la autoría de Oscar Cedillo, la puedes encontrar en el paseo peatonal Miguel Ángel Figueroa. Muy cerca de ahí, en las calles Monterrey y Matamoros, está el Monumento a la familia, de la autoría de Marlon Balderrama, y en la esquina de Morelia y Guerrero hay un busto dedicado a Agustina Rivas Núñez, fundadora de la tienda de vestidos para novias, quinceañeras y primeras comuniones, La Lagunilla.