“No hay ejemplo de una nación que se haya beneficiado de una guerra prolongada.” — Sun Tzu
“Quien quiera la paz, que se prepare para la guerra.”
Pero también hay guerras que, de iniciarse, no se pueden detener… ni ganar.
En las últimas semanas ha resurgido una narrativa peligrosa, absurda en lo táctico, inviable en lo político y suicida en lo económico: una posible intervención militar de Estados Unidos en México. Al calor de la urgencia de agradar al electorado estadounidense, algunos sectores radicales de la derecha han vuelto a alimentar esa vieja fantasía imperial de “tomar el control” del sur. Pero, aunque el discurso se viralice, los datos no les favorecen. El escenario es complejo. Y una cosa debe quedar clara desde el principio: una invasión militar a México no es una guerra que Estados Unidos pueda ganar en cuatro años… mucho menos en cuatro segundos.
El argumento estadounidense: seguridad, fentanilo y control
Desde Washington, la narrativa es simple: México representa una amenaza porque los cárteles han rebasado al Estado, el fentanilo mata a mas de 70,000 estadounidenses cada año, y la frontera está fuera de control. Bajo esa lógica, una “intervención quirúrgica” con fuerzas especiales, bombardeos de precisión y ocupación de ciertas zonas se presenta como una “solución” viable. Pero una cosa es la retórica electoral, y otra muy distinta es la realidad del terreno, la geopolítica… y la historia.
México no es una nación fragmentada ni un Estado fallido. Es un país soberano con un gobierno con más del 80% de aprobación, (según encuesta del El País de Junio 2025) con instituciones civiles y militares sólidas, y una identidad nacional profundamente enraizada. A diferencia de lo que ocurrió en Irak o Afganistán, aquí no encontrarían un país dividido por clanes o etnias enfrentadas, sino una nación que cierra filas cuando es atacada desde el exterior.
A esto hay que sumar la dimensión territorial. México no es Panamá. No son tres ciudades y una selva. México es un país de 1.9 millones de km², con montañas, sierras, desiertos, costas, ciudades superpobladas y comunidades indígenas armadas con historia insurgente. Sería una pesadilla logística.
Fuerzas armadas mexicanas: no son simbólicas
Muchos en EE.UU. siguen creyendo que el Ejército Mexicano solo desfila en el Zócalo. Nada más lejos de la realidad. Las Fuerzas Armadas mexicanas (Ejército y Marina) tienen décadas de experiencia en combate real, no simulado. Están entrenadas en guerra urbana, selva, desierto y operaciones nocturnas.
Además, desde hace años operan bajo un modelo dual: defensivo frente al exterior, pero ofensivo frente a amenazas internas, como los cárteles y grupos armados. Saben lo que es pelear en calles estrechas, montañas sin cobertura aérea y entornos donde el enemigo se disuelve entre la población.
Y luego están los cárteles. No son el Estado, pero sí son un actor bélico real. Están armados con lanzacohetes, drones, armamento estadounidense, y tienen control sobre rutas, comunicación local y redes logísticas. Quien crea que no jugarían un rol clave en el conflicto, no entiende el terreno.
Geopolítica: una intervención que desata un avispero
Cualquier invasión obligaría a México a romper el T-MEC, cancelar tratados militares y comerciales, y posiblemente se pediría ayuda a potencias como China, Rusia, Venezuela, Cuba, Brasil y Colombia solo por nombrar algunos.
No sería solo una guerra bilateral con México: sería una nueva guerra fría en el continente americano.
Y eso, en un mundo donde EE.UU. ya no tiene el monopolio de la fuerza, sería un riesgo altísimo. Rusia estaría encantada de enviar sistemas antiaéreos. China, de apoyar con inteligencia y tecnología de bloqueo satelital. ¿De verdad están listos para eso?
En casa tampoco hay calma
La fantasía de una intervención también ignora el costo interno en EE.UU.
México es el principal proveedor de alimentos frescos, manufactura automotriz y productos básicos para el mercado estadounidense. Una guerra dispararía los precios, rompería cadenas de suministro y encendería protestas en varios estados de la Unión Americana.
Y lo más delicado: México tiene aliados dentro del propio pueblo estadounidense. Millones de mexicoamericanos verían una invasión como un acto de traición.
¿Está EE.UU. dispuesto a dividirse a sí mismo por una guerra que ni siquiera tiene una meta clara?
Conclusión: no es una guerra, es un suicidio político
Sí, existe una derecha radical en ambos países que sueña con guerras relámpago, con muros de fuego y con hegemonías del siglo XX.
Pero México no es un botín fácil ni un estado sin rostro.
Es una nación compleja, profunda, con una identidad de resistencia y una memoria histórica de sangre y dignidad.
Una intervención militar sería un error de cálculo colosal, imposible de sostener en el tiempo, condenada a la derrota política y moral… y lo más grave: una guerra que no estaría atacando al enemigo correcto.
¿Quieres paz?
Respeta la soberanía.
Porque esta guerra —la que algunos quieren empujar— no se gana en cuatro años.
Y la historia lo sabe.