En la bahía de La Paz, el WWF, prestadores turísticos y la Conanp tienen una estrategia para evitar colisiones entre las embarcaciones turísticas y los tiburones ballena. Pero en zonas aledañas, el tránsito creciente y la posible llegada de megabuques se presentan como amenazas.
WIRED
Cada vez más personas pagan por la experiencia de nadar con el pez más grande del planeta: el tiburón ballena (Rhincodon typus). “Cuando estás en el mar con él, es la paz total, la belleza, la majestuosidad”, dice Francesca Pancaldi, bióloga marina, investigadora de tiburones y conservacionista del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF, por sus siglas en inglés). Pero este turismo en expansión puede ser la causa de estrés o lesiones accidentales para los animales, como cuando no se practica bajo reglas sustentadas en ciencia.
El tiburón ballena puede llegar a medir lo mismo que tres coches compactos en fila. A pesar de su magnitud, se alimenta de diminuto zooplancton. Su desplazamiento habitual es lento y pasa mucho tiempo en la superficie y en zonas costeras, lo que lo hace especialmente vulnerable a ser golpeado por embarcaciones.
Es uno de los tiburones más observados en el mundo. Un estudio de 2013 reveló que hasta 590,000 turistas gastan 314 millones de dólares al año, lo que sostiene más de 10,000 empleos en el mundo. Su proyección era que la cantidad de observadores podría duplicarse para 2033. Con más embarcaciones aumentan también las probabilidades de lesionar a los tiburones. ¿Cómo equilibrar el auge turístico con la protección efectiva de la especie?
En la bahía de La Paz, de Baja California Sur, ubicada en el golfo de California, los prestadores de servicios turísticos, WWF y la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Conanp) han unido fuerzas para hacer del mar un lugar más seguro para estos gigantes gentiles.
La estrategia incluye capacitaciones continuas a capitanes y guías, sistemas de GPS en las embarcaciones, cámaras de largo alcance para monitorear las actividades turísticas y una base sólida en educación ambiental. Esta respuesta de conservación empezó hace más de una década y ha dado resultados positivos.
Sin embargo, fuera del área turística, la seguridad de los tiburones no está garantizada. El canal de navegación contiguo recibe cada vez más embarcaciones, y con ello, aumentan las posibilidades de choques. A esta amenaza pretende sumarse el Proyecto Saguaro, iniciativa que planea cruzar el golfo de California con megabuques metaneros para exportar gas natural licuado (que se obtiene mediante fracturación hidráulica o fracking) al continente asiático, lo cual aseguraría una presión negativa para los ecosistemas locales.
El golfo de California, ubicado entre la península de Baja California y el noroeste de México, alberga alrededor de 900 especies de peces. En sus aguas habita aproximadamente del 30 al 39% de las especies de mamíferos marinos del mundo, incluidas ballenas jorobadas, grises y azules. También es hogar de seis especies de tortugas marinas: laúd, verde, caguama, carey, olivácea y prieta; más de 4,500 especies de invertebrados marinos, y más de 180 especies de aves marinas, muchas de ellas migratorias.
GPS, cámaras de largo alcance y capacitación
Aunque es una especie migratoria, el tiburón ballena forma agregaciones estacionales en zonas costeras conocidas como sitios de constelación. Desde principios de la década de los noventa, la práctica de nadar con estos animales (que comenzó en Australia) se ha expandido a al menos 30 sitios en 23 países, cerca de algunas de sus agregaciones más predecibles.
Pancaldi vio al tiburón ballena por primera vez en 2011 y dijo “aquí me quedo”. No en las Maldivas, donde ocurrió su primer encuentro, sino en cercanía a la especie. Entonces decidió irse a Baja California Sur, donde contactó al científico Felipe Galván del CICIMAR (Centro Interdisciplinario de Ciencias Marinas, perteneciente al IPN), y allí ancló su investigación de doctorado. Hoy es la oficial de especies marinas silvestres en WWF México, donde lidera proyectos de conservación para el tiburón ballena, tiburón blanco y ballena jorobada, en colaboración con organizaciones civiles e instituciones gubernamentales.
Al tiburón ballena se le conoce también como pez dominó o pez dama en el Caribe, pejesapo en Baja California, chacón en el Pacífico Norte y rasca-balsa en el Pacífico Sur. La especie está enlistada en la Norma Oficial Mexicana 059 bajo la categoría de “amenazada”, su captura está prohibida por la NOM-029, y la NOM-171 establece las reglas para la observación y nado con esta.
En el golfo de California hay dos áreas de agregación. En la parte sur de la bahía de La Paz se reúnen entre octubre y abril, atraídos por el aumento de nutrientes en el mar que incrementa la disponibilidad de su alimento. En 2016, una investigadora que hacía monitoreos de la especie indicó a WWF que “cerca del 80% de los tiburones tenían lesiones frescas en la bahía, es decir, los choques con embarcaciones estaban ocurriendo ahí”, precisa Pancaldi.
¿Cómo están seguras? Cada tiburón ballena nace con un patrón único de puntos blancos. Al fotografiar los laterales de cada animal, pueden determinar su identidad usando un software especializado. Esa fotoidentificación permite estudiar bases de datos para determinar si un individuo llegó a un sitio sin lesiones y, semanas después, si mostró heridas frescas, de color rojizo o blanco, o con tejido subdérmico visible.
Zonas de protección y de peligro
Frente al dato del 80% de heridos en la bahía, WWF México propuso una estrategia, la cual incluyó el monitoreo de la especie cada año. Hasta ahora, han identificado a 600 individuos diferentes en la bahía. Cada temporada detectan entre 40 y 100 individuos; estos suelen permanecer por un buen rato, a veces más de 150 días. Francesca Pancaldi explica que la fidelidad al sitio es alta. En cifras, esto significa que cada año hay un 63% de probabilidades de volver a ver a los mismos ejemplares de la temporada anterior. Sus datos apuntan a que la bahía es una área de crianza secundaria, es decir, los juveniles maduran ahí hasta alcanzar la edad adulta.
Ahí, la actividad turística ha crecido mucho en los últimos 10 años. Cuando la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) estableció el primer plan de manejo para mediar estas interacciones en 2006, solo se autorizaron 26 embarcaciones; para 2014, ya eran 109. En la temporada 2024-2025 fueron 83 (en consideración a las lesiones reportadas). En esta zona, apunta la bióloga, más de 2,000 personas tienen trabajo como consecuencia directa del turismo: capitanes, guías, personal de hostelería y comerciantes locales. Hace tres años, 39,000 turistas llegaron a la región para nadar con este tiburón que “proporciona un gran beneficio a la comunidad paceña”.
En 2018, la Semarnat designó un área de refugio del tiburón ballena en la bahía de La Paz. Delimitaron un polígono con tres zonas. La primera es exclusiva para la actividad turística de nado y observación de tiburones, la segunda es de conservación, y la tercera es el canal de navegación, donde entran muchas embarcaciones y cada vez más. “Yates privados, catamaranes, cargueros, el ferry, lanchas, pescadores, todos pasan por ahí”, detalla Pancaldi.

En la Zona I, la Conanp estableció un límite diario de embarcaciones turísticas, condicionado a la presencia de al menos cinco tiburones. También fijó una velocidad máxima de navegación, un número específico de nadadores por ejemplar y normas de interacción: está prohibido tocarlos, se debe mantener una distancia mínima de tres metros y nunca colocarse frente a ellos, para no restringir su movimiento.
Para hacer cumplir estas medidas, las embarcaciones turísticas autorizadas deben tener un GPS en el motor. Así, cada movimiento queda registrado con velocidad y posición. Además, WWF instaló una cámara de largo alcance para que un grupo técnico pueda monitorear la actividad en la zona. Si alguna embarcación se acerca demasiado al tiburón, si las lanchas se aglomeran sobre los animales o se excede la velocidad permitida, se emite un llamado de atención.
Con esta estrategia ven avances. El turismo creció, pero las colisiones son menos. Según datos de WWF, en la temporada 2016-2017, el 77% de la agregación tenía heridas. En las siguientes dos temporadas fue el 60%. Al inicio de la pandemia, cuando la actividad turística se detuvo, fue el 24%.
Con el regreso de los turistas y la actividad comercial, había que prestar atención a las nuevas cifras de colisiones. “Entre la temporada 2020-2021 y 2021-2022 hubo un aumento del 76% de turistas, del 10% de salidas, pero una disminución de lesiones del 21%. El 48% de la agregación presentaba lesiones recientes”. En 2022 y 2023, que es el último año de datos revisados, estaba en 55%. Falta revisar la información de la última temporada, pero Pancaldi señala que, de nuevo, subió un poco.
La bióloga ha trabajado en otros países donde se realiza el nado con tiburón ballena y señala que La Paz es el único lugar que aplica esta tecnología. Considera que la estrategia, que incluye las capacitaciones y prácticas de campo como preparación antes de cada temporada, podría usarse en otras regiones y con otras especies. Por ahora, planean extender el proyecto a Bahía de los Ángeles, área marina protegida donde hay muchos tiburones lesionados, “no el 100%, pero casi”.
Agrega que el turismo con tiburón ballena está regulado en La Paz, pero falta control en el turismo de otras especies, lo que incluye revisar la legalidad de los prestadores. “A veces son personas del extranjero que no pagan los impuestos y le quita un recurso a la comunidad local”.
Puede mejorar, pero no si los megabuques llegan
A pesar de los avances con los prestadores turísticos en la Zona I, Pancaldi señala un aumento de lesiones en los últimos dos años. Esta mayor incidencia apunta a la Zona III, el canal de navegación, donde no existe regulación para evitar choques con la megafauna.
Para la investigadora, es urgente establecer límites de velocidad en zonas que no están en control de la Conanp, sino de la Secretaría de Marina o de la Capitanía de Puerto. Estima que para regular de la mejor manera el canal, el gobierno, conservacionistas y demás implicados deben dialogar.
“Nuestra estrategia se ha aplicado a embarcaciones menores. A una embarcación mayor no le puedes dar un seguimiento de ese tipo”. Estas, indica, deben aceptar bajar la velocidad en áreas críticas para especies prioritarias e incluso ir por otro lado. “En algunos países se ha logrado que cargueros y tanques cambien su ruta de navegación para respetar la presencia de especies en riesgo de extinción o especies migratorias”.
La expansión de la flota mercante representa una fuerte amenaza para la biodiversidad marina. En 2020 había más de 100,000 buques en el mundo, y se espera un aumento del 1,200% para 2047.
En 2024, un estudio informó que el transporte marítimo ocurre en el 92% de las áreas de distribución de las ballenas, y menos del 7% de los puntos críticos de riesgo cuentan con estrategias para reducir colisiones. Ese mismo año, otro análisis científico identificó que el riesgo por colisiones de este tipo es mayor en “las constelaciones en el mar Arábigo, el golfo de México, el golfo de California y el sudeste y este de Asia”.
En un mundo cada vez más cálido, será crucial implementar estrategias para evitar colisiones entre grandes embarcaciones y tiburones ballena. Un estudio publicado en Nature Climate Change identificó las zonas del océano que esta especie utiliza como hábitat y, mediante modelos climáticos, predijo cómo cambiarán en las próximas décadas. Al comparar estas áreas con las rutas de transporte marítimo, los científicos encontraron que, para finales de siglo, la coincidencia entre tiburones ballena y barcos podría aumentar hasta 15,000 veces si se mantienen altas emisiones de gases de efecto invernadero. En contraste, con un escenario de desarrollo sostenible, ese aumento sería de solo 20 veces.
En el golfo de California, los planes de un megaproyecto junta ambas amenazas: calentamiento global por combustibles fósiles y megabuques que miden 300 metros de largo. Se trata del Proyecto Saguaro. “Una empresa de Estados Unidos quiere construir un gasoducto que cruza desde Chihuahua hasta Sonora y desemboca en Puerto Libertad (Sonora)”, dice Pancaldi. “El puerto tiene un proyecto de expansión muy grande en donde van a llegar esos cargueros gigantescos, van a almacenar el gasoducto y lo van a exportar a Asia. Eso implica un importante aumento del tránsito marítimo, y amenaza a las especies migratorias del golfo”.
En junio, un informe del Instituto de Economía Energética y Análisis Financiero señala que dicho proyecto ha perdido impulso debido a conflictos como cambios frecuentes de inversionistas y ejecutivos, diseños de proyectos en evolución y errores críticos en la obtención de permisos. Además, se han presentado otros obstáculos como aumentos en costos de construcción y una creciente oposición local por los daños ambientales previstos.
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