Sí, a la vuelta de la famosa Wall Street en Nueva York
En el corazón del capitalismo global, justo donde las bolsas se agitan y los rascacielos dictan el pulso de los mercados, el un estado de bienestar social ha comenzado a elevar la voz. Y no como sombra del pasado, movimiento que quiere estar en el presente, generar humanidad y caminar al futuro. A tan solo unas cuadras de la emblemática Wall Street, Zohran Mamdani —candidato demócrata para la alcaldía de Nueva York, abiertamente socialista, migrante y hispanohablante— ha comenzado a abrir espacios de poder desde un discurso que parecía enterrado en los archivos del siglo XX.
Zohran Mamdani representa una nueva izquierda urbana que no solo critica al sistema, sino que propone modelos concretos de bienestar social y democracia económica dentro de un marco institucional. No se presenta como antiamericano, sino como alguien que quiere transformar desde dentro un sistema que tiene décadas que no funciona para la mayoría.
Pero esto no es un fenómeno aislado. No es la anécdota de un político rebelde. Es el síntoma de una brecha que se ha vuelto abismo, provocada por décadas de neoliberalismo salvaje que dejó a millones fuera del juego. El auge del socialismo democrático en el corazón del capitalismo nos obliga a hacernos una pregunta central: ¿qué ocurre cuando el sistema dominante ya no puede responder a las necesidades básicas de quienes lo sostienen?
Estados Unidos: saldos rojos del neoliberalismo en casa
La narrativa tradicional ha colocado a Estados Unidos como el modelo de éxito del capitalismo. Sin embargo, tras décadas de políticas neoliberales —privatizaciones, recortes al gasto público, desregulación y debilitamiento sindical— el saldo interno es cada vez más difícil de maquillar.
- El sistema de salud está entre los más caros y fragmentados del mundo desarrollado, dejando fuera a millones o endeudando de por vida a quienes enferman.
- La educación pública se ha vuelto desigual, saturada o convertida en negocio.
- Los servicios básicos como agua, luz e internet son privados, ineficientes y costosos, especialmente en zonas marginadas.
- La crisis de personas sin hogar ha alcanzado niveles históricos: más de 650,000 personas sin vivienda permanente, según cifras de 2023.
- La clase media se encoge, y millones viven con el miedo constante de perder el empleo, la casa o el seguro médico.
En el país más rico del planeta, el progreso se ha vuelto privilegio de pocos, y la pobreza, una condena silenciosa. Lo que alguna vez fue ejemplo de prosperidad ahora exhibe las grietas profundas de un modelo que priorizó el mercado por encima del ser humano, un estado al servicio del capital y no un estado de bienestar al servicio de la sociedad.
El saldo del neoliberalismo: más PIB, menos bienestar
Durante los últimos cuarenta años, la economía de mercado se convirtió en dogma. Bajo el estandarte del neoliberalismo, se privatizó lo público, se achicó el Estado, y se idealizó al emprendedor como el nuevo héroe de la historia. Pero en Estados Unidos —el país que mejor encarnó ese modelo— las consecuencias sociales han sido devastadoras.
- Más de $1.7 billones en deuda estudiantil aplastan el futuro de generaciones jóvenes.
- El acceso a salud sigue siendo un privilegio caro, no un derecho básico.
- La desigualdad alcanzó niveles históricos: el 1% más rico controla más del 30% de la riqueza.
- La esperanza de vida ha comenzado a descender en sectores vulnerables, un fenómeno inaudito en países desarrollados.
Estos indicadores no son errores del sistema. Son sus resultados estructurales. El capitalismo neoliberal, sin contrapesos sociales, ha maximizado la rentabilidad… y minimizado la dignidad.
La evolución del socialismo: más derechos, menos dogmas
Mientras tanto, el socialismo también ha cambiado a evolucionado. Ya no habla en términos de revolución, lucha armada o abolición del mercado. El nuevo socialismo democrático ha aprendido a hablar el idioma del presente: equidad, derechos sociales, sostenibilidad, justicia climática, diversidad. Su propuesta no es destruir el mercado, sino ponerlo al servicio de las personas, no al revés.
En este modelo, el Estado no es un monstruo opresor, sino un garante de equilibrios básicos: salud pública, educación gratuita, vivienda accesible, pensiones dignas, derechos laborales, protección ambiental. Todo eso que el mercado no ha sabido —ni querido— asegurar.
Lo más interesante es que esta propuesta no surge desde los márgenes ideológicos, sino desde las grietas del mismo sistema. Y lo hace con nuevos rostros: mujeres, migrantes, jóvenes, activistas, figuras que antes no tenían cabida en la política tradicional.
¿Y si el bienestar social fuera una síntesis?
Hace años me topé con un libro titulado Capitalismo Solidario. Me sorprendió la aparente contradicción: ¿es posible que esos dos mundos coexistan? Hoy creo que sí, pero con una condición: que el socialismo democrático actúe como contrapeso ético al mercado.
La fórmula no está escrita en piedra, pero podríamos arriesgar una hipótesis provocadora:
Bienestar social = Capitalismo solidario + Socialismo democrático
Un modelo que combine eficiencia económica con equidad. Libertad individual con responsabilidad colectiva. Innovación con justicia. Un sistema donde crecer no implique aplastar al de al lado. Y dónde vivir bien no dependa del azar del nacimiento, sino del compromiso común.
El socialismo no llega en carro blindado… llega en metro
El nuevo socialismo no baja de las montañas ni habla en manifiestos. Llega en bicicleta, en metro, en redes sociales. Se organiza desde asambleas vecinales, sindicatos, movimientos climáticos, redes comunitarias. Habla en inglés, en español, en lenguas múltiples. Y ha decidido que sí: que es posible sembrar solidaridad en tierra de competencia, derechos en tierra de privilegios.
Por eso, que el socialismo democrático esté ganando terreno a la vuelta de Wall Street no es una paradoja. Es una señal de época. Una respuesta al vacío emocional, político y moral que ha dejado el mercado cuando cuando lo único que ve son números..
Epílogo: ¿profetas en tierra ajena?
Quizá el verdadero giro no sea ideológico, sino profundamente humano. Cuando el dolor colectivo se vuelve crónico, las soluciones deben surgir desde lo común. Y cuando los números ya no pueden ocultar la desigualdad, la política debe volver a mirar a los ojos, y ver personas, no cifras.
Tal vez no se trata de que el socialismo haya invadido territorio enemigo. Tal vez, simplemente, siempre estuvo allí: esperando, escuchando… y evolucionando. No se trata de sustituir al capitalismo pero sí de volverlo más humano.