El tercer hijo del presidente de Estados Unidos cree que “sería fácil” lograrlo. Donald Jr., el primogénito, también ha insinuado que podría reemplazar al padre, que no puede volver a presentarse
Iker Seisdedos
La Constitución estadounidense prohíbe expresamente a los presidentes aspirar a un tercer mandato, pese a lo cual, Donald Trump ha expresado en público que coquetea con la idea de hacerlo. No parece probable que el actual inquilino de la Casa Blanca, de 82 años, logre saltarse esta vez la ley, pero siempre está la opción de perpetuarse en el poder a través de sus hijos. Eric, por ejemplo, que este fin de semana ha insinuado su interés en los asuntos de Washington en una entrevista que el diario británico Financial Times tituló: ‘Eric Trump abre la puerta a una dinastía política’. “Creo que sería fácil [fundar una dinastía presidencial]; es decir, creo que podría lograrlo”, dice en esa conversación. “Y, por cierto, pienso que otros miembros de nuestra familia también podrían hacerlo”.
Eric es el tercer hijo del primer matrimonio del Donald Trump. Lo tuvo cuando era un famoso magnate inmobiliario neoyorquino, antes de convertirse en una estrella de la telerrealidad que acabaría presidiendo Estados Unidos. Fruto de esa experiencia, Eric afirma en su conversación con el FT que, si tiene dudas sobre dar el paso hacia la Casa Blanca, es por sus hijos. No tiene claro si sería “justo” hacerles pasar por lo que él ha pasado en los 10 años que han transcurrido desde que su padre bajó por las escaleras mecánicas de la torre Trump en Nueva York para anunciar sus planes presidenciales.
Fue toda una sorpresa la noticia de que Eric, de 43 años, no le haría ascos a la más alta función pública. Su exmujer, Lara Trump, es copresidenta del Comité Nacional Republicano, pero él siempre fue el hijo centrado en los negocios, frente a Donald Jr., con un perfil político más acusado. El primogénito, de 47 años, es una personalidad del mundo MAGA (Make America Great Again) y un eficaz recaudador de fondos para las campañas de su padre, tiene un pódcast y escribe un boletín en el que comenta las noticias de Washington. Fue clave en la promoción de su amigo J. D. Vance como candidato a la vicepresidencia en las pasadas elecciones, y en una reciente visita a Qatar le preguntaron si se prestaría a reemplazar a su padre y respondió: “No sé, quizás algún día. Esa vocación, desde luego, está ahí”.

Curiosamente, Ivanka Trump —a sus 43 años, la segunda de la camada— tuvo un papel destacado en la primera Administración de Trump (2017-2021) junto a su esposo, Jared Kushner, al que en Washington llamaban “el yerno de oro”, pero ambos están más bien ausentes en el Gobierno actual. En cuanto al alevín, Barron, que es el único hijo de la primera dama, Melania Trump, aún es joven. Tiene 19 años, pero ya ha dejado su sello. Suya fue la idea de que su padre acudiera durante la campaña de 2024 a podcasts de la llamada machosfera, en los que pescó una buena cantidad de votos entre los hombres jóvenes.
Las reglas del nepotismo
Donald Trump también es un “hijo de”: recogió el testigo en el negocio inmobiliario de su padre y, pese a sus esfuerzos por venderse como un hombre hecho a sí mismo, los reporteros de investigación Russ Buettner y Susanne Craig desmontaron el año pasado en su libro Lucky Loser (perdedor con suerte) esas “ilusiones de éxito” como empresario y probaron que una de las dos principales fuentes de su riqueza tienen que ver con la herencia que recibió (la otra, con el dinero que hizo como estrella de la telerrealidad). Tal vez por esa familiaridad con el nepotismo, en la Convención Republicana de julio, el entonces candidato republicano presumió de cantera familiar y presentó al mundo un nuevo rostro: el de su nieta Kai, y estuvo casi toda la semana rodeado de los suyos.
Cualquiera de los descendientes del republicano lo tendrían muy difícil para acabar en la Casa Blanca, un lugar que ya ambicionan unos cuantos candidatos a ser designados por el Partido Republicano en 2028 (entre ellos, el vicepresidente Vance). Pero no sería la primera vez: en la historia de Estados Unidos hay dos precedentes de padres e hijos llevando el país.
El más reciente es el de los dos George Bush (que gobernaron entre 1989 y 1993 y entre 2001 y 2009, respectivamente). Es una historia que incluye el intento frustrado de colocar al hermano pequeño, Jeb Bush, que llegó a ser gobernador de Florida y candidato en las primarias republicanas de 2016 que consagraron a Trump. Antes de eso están los casos de John Adams (1797-1801), segundo presidente de la historia del país, y John Quincy Adams (1825-1829), séptimo.

En el capítulo de los parentescos distantes figuran los Roosevelt y los Harrison. Teddy y Franklin Delano Roosevelt eran primos lejanos y ambos fueron presidentes trascendentales para Estados Unidos, el primero, a principios del siglo XX, y el segundo, entre la Gran Depresión, de la que sacó al país, y la II Guerra Mundial. Benjamin Harrison (1889-1893) era, por su parte, nieto de William H. Harrison, un hombre desdichado: llevó las riendas del país solo durante 32 días, antes de morir de una neumonía en 1841.
Volviendo a los Trump, el de su posible salto al ruedo político no fue el único asunto consanguíneo que Eric tocó en su entrevista con el FT, en la que declaró que “si hay una familia que no se ha beneficiado de la política, es la familia Trump”. Teniendo en cuenta la interminable ristra de ejemplos de conflictos de interés en los que el poder conquistado por el patriarca y los negocios por los que velan los hijos se han mezclado desde la toma de posesión del presidente el pasado enero —una lista que incluye tratos inmobiliarios, inversiones de miles de millones en criptomonedas o la creación de la memecoin $TRUMP, con la que han ganado 350 millones de dólares— esa declaración prueba al menos una cosa: en su conflictiva relación con la verdad, el muchacho ha salido igualito al padre.