Dossier Politico
La democracia se tambalea cuando el derecho a disentir es sustituido por el miedo a ser señalado.
La libertad de expresión, piedra angular de cualquier república que aspire a ser libre y justa, hoy enfrenta un nuevo tipo de censura:
Una disfrazada de causa noble, pero que corre el riesgo de ser utilizada como “garrote político”.
Me refiero al combate —urgente, legítimo y necesario— contra la violencia política en razón de género.
Soy el primero en rechazarla.
Nadie en su sano juicio puede oponerse a la erradicación del acoso, la difamación y la exclusión que históricamente han padecido las mujeres en los espacios de poder.
El problema no es cómo algunos la están instrumentalizando para blindarse del escrutinio público y acallar voces incómodas.
En el nuevo lenguaje del poder, cuestionar a una funcionaria pública puede ser etiquetado como violencia política por razón de género.
Y con ello, lo que antes era crítica válida y necesaria hoy corre el riesgo de ser sancionado, vetado o judicializado.
No por su falsedad o su tono, sino por incomodar.
Esa es la línea delgada que pone en jaque al periodismo, la oposición y la ciudadanía crítica.
En Sonora ya se han dado casos preocupantes.
Comunicadores, activistas y opositores han sido denunciados por ejercer su derecho a opinar.
No por insultar, sino por señalar errores, exigir rendición de cuentas o cuestionar decisiones.
La tentación de usar la ley como escudo para la impunidad no es nueva, pero ahora se viste con discursos progresistas que la hacen más difícil de enfrentar sin ser acusado de “machista” o “violento”.
Debemos ser claros:
La libertad de expresión no es una carta blanca para agredir, pero tampoco debe ser una moneda de cambio sujeta al humor del poder.
La ley debe proteger a las mujeres sin criminalizar la crítica, la violencia política de género debe probarse con rigor, no asumirse como presunción automática cada vez que una servidora pública se siente incómoda.
Este no es un llamado al silencio.
Al contrario:
Es un grito por una libertad auténtica, una donde mujeres y hombres podamos debatir, disentir y construir sin miedo.
Donde la causa feminista no sea utilizada como cortina de humo para ocultar la corrupción o la incompetencia.
Porque en una democracia, quien detenta el poder —sin importar su género— está obligado a rendir cuentas.
Y los ciudadanos tenemos el derecho y el deber, de exigirlo.
Al tiempo.
El autor con más de 30 años de experiencia, es periodista en Derechos Humanos, Migración y Medioambiente.
Director de AM Diario, colaborador en medios de Sonora como Dossier Político, Pajarito News, de Arizona como Irreverente Noticias y Ciudad de México como Esfera Noticias.