S.C. Cornell
El 30 de enero de 2023 Gabriel Cuen Buitimea, un mexicano de 48 años, se adentró en el desierto de Sonora a pocos kilómetros al este de Nogales, Arizona. Ahí las vigas metálicas del muro fronterizo, de nueve metros de altura, se precipitan de manera abrupta sobre caballetes y vallas para ganado. Hacia el mediodía Cuen Buitimea y un grupo de hombres saltaron los caballetes, pisaron Estados Unidos y corrieron hacia el norte. Tiempo después escucharon lo que sonaba como un auto de la Patrulla Fronteriza y huyeron en varias direcciones. A las 2:30 p. m. Cuen Buitimea caminaba hacia el sur con un hondureño llamado Daniel Ramírez; su intención: regresar a México y cruzar de nuevo. No lo sabían, pero estaban en el Vermilion Mountain Ranch, de casi 70 hectáreas y propiedad de Wanda y George Alan Kelly, pareja de retirados en sus 70 años. El muro fronterizo era visible en el horizonte; la casa del rancho estaba a poco más de 100 metros de distancia, tras un matorral de mezquites. Ramírez diría después que no lo notó, aunque pudo ver al flaco caballo rojo de Kelly en un pastizal cercano.
Mientras los hombres pasan, Alan está en la cocina haciéndose un sándwich y Wanda acaricia a su gato en la sala. En la televisión, Fox News: una entrevista con Carlos Giménez, congresista republicano de Florida. “En este momento hay gente en México queriendo cruzar. Calculamos un millón y medio de intrusos desde que, como saben, empezó la administración de Biden”, dijo Giménez.
De pronto Alan le dijo a Wanda que guardara silencio. Por la ventana de la sala dos hombres caminaban a una distancia de casi un estadio de futbol americano y sostenían —le dijo más tarde al jurado— al menos un rifle. Alan fue al perchero y tomó una AK-47 mientras Wanda marcaba el número de Jeremy Morsell, el agente de la Patrulla Fronteriza con quien su esposo creía tener una amistad. Morsell contesta y ella le pasa el teléfono a Alan, quien iba hacia el patio. Según Morsell, Alan dijo al teléfono que cinco hombres corrían hacia el sur de su propiedad; que le dispararon y él regresó el fuego. Wanda, en la sala y de espaldas a la ventana, escuchó tiros. Según los detectives a la mañana siguiente había nueve casquillos de balas en el patio: los tiros de Alan.
Traductor de por medio Ramírez negó en su testimonio que él o Cuen Buitimea llevaran un arma, y parecía desconcertado por la idea de que alguno de ellos hubiera iniciado el tiroteo. Los balazos venían de la nada y él asumió que eran de la Patrulla Fronteriza. Cuen Buitimea fue herido por la espalda. Se apretó el pecho y gritó: “¡Me dieron!”. Ramírez vio al caballo relinchar: una bala, pensó, dirigida a él. Brinca sobre el cuerpo moribundo de Cuen Buitimea y corre hacia la frontera, a más de dos kilómetros. Una vez en la frontera vomitó. Estuvo enfermo las siguientes semanas. Después dijo en la Corte: “Me moría del miedo, hasta soñaba con eso”.
Hacia las 2:36 p. m. Morsell les reporta a sus superiores y le devuelve la llamada a Kelly, que checaba a su caballo. Ahora dijo Kelly que los hombres estaban tan lejos que no pudo ver si iban armados. Veinte minutos después llegaron oficiales de la Patrulla Fronteriza y del departamento del sheriff; se desplegaron en busca de un tirador. Sólo encontraron a Kelly, cerca de su establo, con su rifle y sus dos labradores negros. Kelly les dijo que había salido con su AK-47 (“Este bebé siempre está junto a la puerta”), pero no mencionó disparo alguno. Dijo en cambio que al estar afuera escuchó un solo tiro y vio a cinco hombres, armados o no, corriendo como quien huye de un tiroteo. Un oficial le aconsejó que de encontrarse de nuevo en tal situación buscara refugio y llamara al 911.
Los oficiales se fueron. A la hora Kelly caminaba por su propiedad cuando sus labradores lo alertaron: el cuerpo de Cuen Buitimea sobre la hierba. Estuvo ahí tres minutos para asegurarse de que el cuerpo no respiraba y volvió a su casa. En un mensaje de voz le dijo a Morsell que algo serio había pasado, y le envió un texto: “¡LLÁMAME DE INMEDIATO!”. Morsell lo llamó minutos después. En la corte describió el comportamiento de Kelly al teléfono como evasivo y nervioso. Según Morsell, Kelly titubeó pero al final dio una pista: “¿Recuerdas que hubo disparos? Quizá a alguien le alcanzó uno”. Kelly le preguntó al oficial si reportaría esto; Morsell lo hizo de inmediato.
La frontera tal y como la conocemos es una invención moderna. Arizona no fue estado sino hasta 1912, y cruzar la frontera de Estados Unidos sin permiso no fue un crimen sino hasta 1929. Incluso en 1980, durante un debate en las primarias republicanas, Ronald Reagan descartó una “valla” fronteriza. Pero incluso antes de construirse la frontera había vigilantes. En The injustice never leaves you: Anti-Mexican violence in Texas, la historiadora Mónica Muñoz Martínez describe el reino de terror de los Texas Rangers a principios del siglo XX. Un grupo de voluntarios armados, muchos de inmigración reciente en el área; su trabajo era consolidar el control de los blancos ahí donde nativos americanos y mexicanos habían vivido mucho tiempo. Entre 1915 y 1916, periodo violento en lo particular, los Rangers y otros vigilantes lincharon entre 100 y 300 mexicanos y mexicoamericanos.
Kelly Lytle Hernández argumenta en Migra!: A history of the US Border Patrol que los ciudadanos blancos y las fuerzas de la ley veían el control violento de la frontera como su prerrogativa compartida. La Patrulla Fronteriza de Estados Unidos se establece en 1924; el director del Buró de Inmigración aclara que sus agentes “no tienen más poder que el de cualquier ciudadano común”. No había entrenamiento para los primeros agentes, casi siempre reclutados de los Rangers; sólo les daban armas y exhorto a que, cuando detuvieran traficantes de licor, discriminaran por raza. El infame agente Charles Askins Jr. aseguraba: los cadáveres a su cuenta eran unos “veintisiete, sin contar negros y mexicanos”.
Era ambigua la actitud de la nueva clase de terratenientes hacia la migración. Se apoyaban en mexicanos para la ganadería y agricultura. En los años veinte hubo cuotas por nacionalidad y por los grupos de presión del negocio agro no pusieron límite al número de mexicanos. Pero los dueños de tierras también aprovechaban el miedo y violencia de la Patrulla Fronteriza para mantener a su fuerza de trabajo desesperada y dócil. Algunos rancheros se portaban como agentes menores. Un artículo de 1958 en The Arizona Republic describe de manera entusiasta los esfuerzos conjuntos de la Patrulla y los rancheros de Nogales para cazar “extranjeros indeseables”: en este caso, “un hermano y su hermana de 16 años que habían dejado su hogar en Zacatecas para buscar trabajo”. En los años setenta el Ku Klux Kalan organizó patrullajes fronterizos con uso de binoculares y dispositivos de escucha. En los años 2000 un ranchero de Arizona, Roger Barnett, afirmó que había aprehendido a más de 10 000 migrantes mientras patrullaba armado su propiedad. Luego entregaba grupos a la Patrulla, cuyos agentes veían tranquilos estas acciones. (Con el tiempo un jurado en Arizona declaró a Barnett culpable de agredir a una familia mexicoamericana que cazaba venados en su propiedad).
Hoy persisten linchamientos en la frontera de Nogales. En 1992 un agente le disparó a Darío Miranda Valenzuela de 26 años porque dijo confundir con un arma la botella de agua que llevaba. Los Angeles Times reportó que al parecer el agente le pidió ayuda a su colega para encubrir este asesinato y luego se fue de juerga. En 2011 Carlos LaMadrid, de 19 años, huía hacia México; un agente lo mató al dispararle por la espalda. En 2012 un agente disparó por las ranuras del muro fronterizo y le dio diez veces en espalda y cabeza a José Antonio Elena Rodríguez, de tan sólo 16 años. Tanto a LaMadrid como a Elena Rodríguez los acusaron póstumamente de arrojar rocas o asociarse con personas que lo hacían. En 2021 Marisol García Alcántara estaba sentada en un auto en el Nogales de Arizona, a la espera de que la arrestaran por cruzar; un agente le disparó por la ventana y le dio en la cabeza. Sobrevivió de forma milagrosa y la encarcelaron al poco tiempo. No han condenado a ningún agente. Aunque agentes de la Patrulla en activo han asesinado al menos a 68 migrantes, ninguno de ellos ha sido encontrado culpable de asesinato.
No es nuevo el apoyo tácito de vecinos y el gobierno al vigilantismo. Tampoco la ola migratoria: como porcentaje de la población de Estados Unidos, el número de encuentros con migrantes durante su pico en 2023 fue apenas superior al de su pico en los ochenta y los años 2000. Desde 1971 la tasa de natalidad en Estados Unidos se mantiene por debajo del nivel de reemplazo. Aunque los migrantes hayan impedido el estancamiento económico y demográfico, demócratas y republicanos consideran un lastre el incremento en el cruce fronterizo, y una respuesta violenta reditúa políticamente. En 2010, un tirador casi mata a Gabby Giffords, congresista demócrata de Arizona; justo había pedido a la Casa Blanca un envío de la Guardia Nacional a la frontera para impulsar su reelección.
El crecimiento de la Patrulla Fronteriza ha superado con creces al de los migrantes. En 1992 tenían 4000 agentes, hoy son casi 20 000. Mucho de este crecimiento ha estado bajo el mando de los demócratas, que continúan superando a los republicanos en términos de deportaciones, aunque Donald Trump está tratando de cambiar esto. Ambos partidos siguen la militarización de la frontera pero los republicanos ya dan voz a algo que sólo es ánimo de matar. En 2022, meses antes del asesinato de Cuen Buitimea, Blake Masters iba por el Senado como candidato republicano de Arizona; en un comercial blandía un rifle en el desierto de Sonora y anunciaba: “No fue diseñado para cazar. Esto fue diseñado para matar gente”. Ganó con 47 % de los votos de Arizona, incluyendo 40 % del voto latino. En 2023 el gobierno de Texas ordenó a los soldados que les negaran agua a los migrantes y que, según un correo electrónico filtrado por un policía estatal, empujaran a todo el mundo, incluyendo bebés, hacia el río Grande, lleno de alambres de púas. El correo también describe dos incidentes un mismo día: un niño de 4 años muerto por cansancio y una mujer de 19 años que sufrió un aborto atrapada en el alambre de púas. “Lo único que no hacemos es dispararle a la gente que cruza la frontera, por supuesto que la administración de Biden nos acusaría de homicidio”, dijo el gobernador Greg Abbott.
Dos detectives acusan a George Alan Kelly de homicidio y lo toma de manera estoica: les estrecha la mano y les agradece su profesionalismo. Pero la reacción general al detenerlo demuestra que el espíritu de los Texas Rangers sigue vivo: a muchos estadunidenses aún les asombra y ofende el que puedan castigarlos por matar a un inmigrante en la frontera. Meses después de que lo detuvieron, doce mil personas firmaron una petición para liberar a Kelly. Donadores digitales recaudaron casi medio millón de dólares, que él utilizó para pagar la fianza. Los primeros fans de Kelly dejaron en claro que lo apoyaban no porque lo creyeran inocente sino porque, como en cualquier guerra, matar era ya un acto patriótico. En un video de YouTube hay este comentario de la audiencia previa: “Sólo parar así a estos invasores—sin que importe el sexo o la edad— enviará la señal que detenga la invasión”.
Si Kelly estaba en lo cierto y la ley se equivocaba, al creer de estos fans, sólo hacía falta cambiarla. Arizona ya tenía una ley de “mantente firme” conocida como “la doctrina del castillo”: los ciudadanos pueden usar la fuerza mortal contra intrusos para proteger su hogar. Pero la ley no parecía aplicable en este caso: no hubo intento de entrada o daño a la casa de Kelly. En febrero de 2024, un mes antes de su juicio, hubo un intento de los republicanos de Arizona para cerrar a conveniencia este “vacío legal”. Citando “números cada vez mayores de migrantes o traficantes de personas en tierras agrícolas y ranchos”, un representante propuso extender la doctrina del castillo y aplicarla a cualquier parte de la propiedad. El proyecto de ley fue aprobado por la Cámara de Representantes y el Senado de Arizona. Durante la tercera semana del juicio, la demócrata Katie Hobbs la vetó. La legislación, escribió Hobbs, “envalentonaría aún más una cultura de vigilantismo armado”.
Tal cultura estuvo presente en el juicio, que comenzó el 21 de marzo. Durante la selección del jurado, un sacerdote mencionó que “la vida es más importante que la propiedad” para excusarse por sus compromisos laborales; pero sí fue seleccionado un paisajista para quien era de dudarse que las personas de estancia ilegal en el país debían disfrutar de “la protección de la ley”. El juicio duró cinco semanas con decenas de curiosos, muchos de ellos latinos y casi todos simpatizantes de Kelly. Algunos pensaban que los rancheros de la frontera recibían un trato injusto. Esto es cierto, aunque no por las razones que supondrían los partidarios de Kelly. En las últimas tres décadas, conforme la militarización de las zonas fronterizas empuja a los que cruzan de manera clandestina más hacia los matorrales, las persecuciones han debilitado las libertades civiles de quienes ahí residen: a menos de 40 kilómetros de la frontera, los agentes de inmigración entran en terrenos privados sin una orden judicial. De tanto en tanto, inmigrantes y agentes hacen agujeros en las vallas de alambre de espino de los ganaderos, por los que el ganado puede escapar.
El propio Kelly no es ganadero profesional; según Wanda, el día de la matanza en su propiedad sólo estaban los dos perros, el gato, el flaco caballo rojo y algunas vacas del vecino. Los recortes en su vallado, muy discutidos en el juicio, no afectaron sus ingresos que según declaró su abogada proceden de su seguridad social: un fondo que sostienen los inmigrantes indocumentados. No obstante, Kelly lleva tiempo haciéndose la víctima con la inmigración. Los informes policiales de 2003 a 2005, y la declaración del agente Morsell detallan una constante: hay llamadas de socorro al 911 y más tarde a la Patrulla Fronteriza donde Kelly alegó que le habían disparado o robado. Ninguna de estas afirmaciones pudo confirmarse; en una declaración, Morsell recordó comunicaciones con Kelly en las que el jubilado tenía “algo de enojo” y “despotricaba”. Según informes policiales, los agentes consintieron a Kelly aun en la duda de que dijera verdad.
En 2013 Kelly autopublicó la novela Más allá de la valla fronteriza. Un hombre llamado George vive con su mujer Wanda en un rancho cerca de la frontera nombrado VMR, por Vermilion Mountain. Al principio George se queja de que la victoria de Obama detuvo la construcción del muro fronterizo y dio lugar a una batalla campal. (De hecho Obama añadió más kilómetros al muro fronterizo y sacó a más gente del país que Trump). Por tal estratagema para “comprar los votos de los hispanos legales e ilegalmente en EU”, George y su familia vivían en una “zona de guerra”, “sin otra opción que proteger sus vidas y propiedades arriesgando sus propias vidas”. George “vigila de forma constante” y “duerme con una oreja abierta”. Junto con su capataz, “debía patrullar el rancho a diario, armado con AK-47. A veces podían interceptar a los ilegales y avisar a las fuerzas del orden”.
Hay una escena que la fiscalía describe como “casi exacta” con los hechos del 30 de enero: George abre fuego con su AK-47 contra dos hombres que cabalgaban hacia el sur por su propiedad, vaciando “un cartucho tan cerca de los caballos como pudo aunque sin darles, a los caballos es decir”. Luego le informa entusiasmado al sheriff:
Lo anotaron todo y, cuando el sheriff le preguntó si George pensaba que había impactado a alguno de los jinetes, George le dijo que si había impactado a alguno no le dio con bastante fuerza. Sin responder, el sheriff sólo sonrió y negó con la cabeza. George le dijo entonces que si no quería que él protegiera su propiedad por cualquier medio, mejor lo arrestara allí mismo. El sheriff actuó como si no hubiera oído a George, pero mientras se iba del rancho le dijo en privado que si alguna vez le disparaba a una mula él no quería saberlo.
En las semanas previas al 30 de enero el verdadero George Alan Kelly envió un mensaje de texto a un amigo: “[Estoy] SOBRECARGADO DE CÁRTEL DE DROGAS. AK GTN MUCHO TRABAJO”; “[hay] 27 ILEGALES CULTIVANDO MARGARITAS DESDE ANOCHE”. La noche del presunto asesinato, Wanda les dijo a los detectives que en el pasado su marido lanzó tiros de advertencia a los que cruzaban. Cuando un detective le dijo que el cuerpo en su propiedad tenía una herida de bala, respondió: “Bueno, si usted supiera las cosas que han pasado ahí afuera, no estaría esperando”.
¿Qué pasaba ahí afuera? En las declaraciones, Wanda mencionó un corte del cercado; un incidente hace dos o tres años (justo después de la victoria de Biden) en el que vio a hombres con armas caminando por su propiedad; y pruebas de que los inmigrantes acamparon allí en dos ocasiones. (Entre la basura, mencionó de modo reticente, había preservativos). Afirmó su inseguridad para salir a la calle desde principios de 2021; antes de mencionar el año, preguntó a un detective: “¿El presidente Biden estaba en el 20 o en el 21?”. Su marido, que patrullaba la propiedad con su AK-47, le había hablado de seis o siete veces exactamente durante sus dos décadas en la propiedad. Le dijo al jurado que el 30 de enero de 2023 fue la fecha que temió más por la vida de su marido, lo más próximo a la casa que alguien se había acercado.
Respecto a la vida fuera de Nogales Wanda hace un retrato de mayor sensatez que el de Alan, pero choca con la historia que me contó un vecino: la zona es “tranquila y hermosa”. Cuatro agentes de la Patrulla Fronteriza subieron al estrado y en los últimos diez años ninguno recordó haber visto una AK o AR utilizada por alguien que no fuera un residente que estuviera cazando. (En el último año la Patrulla Fronteriza del Sector de Tucson, que incluye Nogales, ha incautado aproximadamente un arma por cada cinco mil migrantes detenidos). Morsell calcula que entre el 98 y el 99 por ciento de los detenidos en la zona son migrantes y no narcotraficantes; otro agente dijo que en dos años no hubo ahí ninguna incautación de narcóticos.
Es obvio que el patio trasero de los Kelly no está plagado de drogas ni es una “zona de guerra”. Pero en ciertos aspectos es una zona de muerte. Desde la administración Clinton el gobierno federal ha aplicado la política de la “Prevención mediante la disuasión”. El resultado es lo que el antropólogo Jason de León llama “una máquina de matar que se usa y se esconde, al mismo tiempo, tras la crueldad del desierto de Sonora”. Desde 1994 la Patrulla Fronteriza ha documentado la muerte de más de diez mil, la mayoría de las veces por deshidratación, agotamiento o frío. Grupos humanitarios calculan que la cifra es muchas veces superior.
En 2022 se encontraron 173 migrantes muertos sólo en el sur de Arizona. Uno de ellos, una mujer mexicana de 45 años, Griselda Álvarez López; la encontró un oficial de la Patrulla Fronteriza en el camino de tierra que va a la casa de Kelly. Había muerto de hipotermia, un hecho que ignoraban. “Nos dijeron que la habían matado”, dijo Wanda en una declaración. “No lo sé, no necesitaba oírlo todo”.
Durante el interrogatorio un detective preguntó varias veces si Kelly había disparado por miedo. Kelly no aprovechó la oportunidad para reforzar su defensa; durante los primeros treinta minutos no dijo que hubiera disparado. Sólo cuando el detective prometió una prueba de balística —excesiva: nunca se encontró la bala mortal—, Kelly admitió que había disparado su rifle. Pero afirmó: sus disparos fueron sobre las cabezas de los hombres. Cuando el detective le preguntó, entre comillas, si los hombres le habían apuntado con sus “rifles”, Kelly recordó que sí, aunque en varias declaraciones de ese mismo día no estuvo seguro de que los hombres iban armados. “Si un tipo está corriendo con un rifle y-y-y se gira”, dijo Kelly, “se va a girar y te va a apuntar, sólo en un-en un-en un modo de girar, te va a apuntar”.
Estos añadidos a la historia de Kelly resultaron cruciales para su estrategia legal. A dónde apuntaba el rifle se volvió el centro del argumento de defensa propia. La idea de que había disparado hacia arriba sugería un ángulo exculpatorio; al parecer no se les había ocurrido a sus primeros partidarios: otra persona había disparado la bala mortal. La defensa presentó al tribunal el término “rip crews”: bandas de ladrones que atracan a punta de pistola a contrabandistas rivales de drogas o inmigrantes. Señalaron que era extraño: la mochila de Cuen Buitimea quedó en posición alta cuando él yacía bocabajo —el policía a cargo lo atribuyó a una caída hacia delante— y a una hebilla rota de su riñonera. Como si, según las abogadas defensoras, le hubieran arrancado sus pertenencias en un robo que salió mal. (Si fueran ladrones en la escena, no se molestaron en robarle la cartera, con unos 1600 pesos, y ninguno de los agentes de la Patrulla Fronteriza recordaba al menos un atraco ahí durante la última década).
En el juzgado les pregunté a los partidarios de Kelly cuál de sus defensas suscribían. ¿Había matado a Cuen Buitimea con justificación o fue el miembro de una banda de asaltantes quien hizo el disparo mortal? Todos los que respondieron culparon a los cárteles. Pero dejaron también espacio para la legítima defensa. “No sé qué haría si los ilegales cruzaran mi propiedad todo el tiempo”, me dijo un jubilado. “Soy de Arizona, así que puedo sentir lo mismo que él”, dijo un agente inmobiliario de Tucson. “Sé que esos rancheros pasan por un infierno”. Una mujer creía a la vez que los cárteles cometieron el asesinato y que la autodefensa “es importante para todos y cada uno de los estadunidenses”. Llegué a ver la teoría del cártel-tirador como una especie de válvula de presión moral: se abría al sentirse uno incómodo al adoptar la postura más proasesinato.
Si tienes un arma de balas tan potentes que matan a ochocientos metros de distancia, o incluso desde el arco de caída de un disparo de advertencia, puedes matar a una persona sin saberlo. “¿Usted le disparó a este señor?”, preguntó el detective a Kelly durante el interrogatorio la noche de la muerte de Gabriel Cuen Buitimea. “No, que yo sepa”, dijo, “quiero decir, ¿cómo… cómo puedo saberlo?”. Esto fue confuso también para los miembros del jurado, que llegaron a un punto muerto luego de tres días de deliberaciones. Al final, según dijo una abogada defensora a los medios de comunicación, sólo un miembro del jurado mantuvo la culpabilidad de Kelly. El juez declaró nulo el juicio. Yesica Cuen Alvarado, una de los siete hijos de Cuen Buitimea, me dijo: “Se nos quedó muy grabado eso, que lo iban a defender aunque fuera el asesino sólo por ser estadunidense. Una persona latinoamericana no vale”.
En julio, el juez Thomas Fink dictaminó que Kelly no era juzgable de nuevo. Descartó como “pura especulación” la idea de un jurado influido por “la opinión pública actual sobre la inmigración, la frontera y el uso de armas de fuego”. Sobre el caso de la fiscalía escribió: “Las pruebas simplemente no estaban ahí”. La fiscalía ha presentado un recurso que se prolongará meses. En mayo de 2024, en una sentimental entrevista con NewsNation, Kelly expresó su máxima simpatía por la familia de Gabriel Cuen Buitimea. “Pero no es mi culpa”, dijo, “yo no lo hice. El responsable es otro. Y sea quien sea, tendrá que vivir con eso”.
S.C. Cornell
Escritora y periodista. Vive en Ciudad de México.
Publicado originalmente en The New York Review of Books, reproducido con permiso.