En una nave gigante en medio de la selva tropical, una comisión especial panameño-estadounidense produce cerca de 100 millones de moscas por semana que son dispersadas principalmente en territorio mexicano
Erike Rosete
En un terreno de cien hectáreas al norte de la capital panameña, un complejo gigantesco con un nivel de bioseguridad 2, se alza entre la selva tropical centroamericana. Ahí, a solo unos kilómetros del aeropuerto internacional de Tocumén, unas 180 personas, la mayoría de ellas científicas, técnicas y especialistas estudian analizan y producen 100 millones de moscas estériles a la semana, que luego son dispersadas sobre territorio mexicano, la práctica más eficiente descubierta en 1937 para contener la plaga del gusano barrenador del ganado (el GBG). El regreso de esta plaga, que se erradicó por primera vez en 1991, ha provocado el cierre de la frontera sur de Estados Unidos a las exportaciones de ganado mexicano, con pérdidas de millones de dólares cada día.
El complejo de Pacora —ubicado a poco más de 50 kilómetros al norte de Ciudad de Panamá— es actualmente la única planta productora de moscas estériles en el mundo. Se inauguró en julio de 2006, años después de que una planta similar, en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, cumpliera con la primera erradicación del GBG en 1991. Tras años de trabajo e inversiones conjuntas entre el Gobierno de Estados Unidos y de Panamá, se estableció la nueva planta con el objetivo de que el cerco sanitario extendiera su vigilancia en territorio panameño, en el que Norteamérica y Sudamérica se conectan. El regreso de esta plaga, oficialmente en julio de 2023, provocó que las alertas volvieran a encenderse en todo el continente, el lugar del que el gusano barrenador es endémico.
Desde enero de 2025, ante el nuevo brote en países centroamericanos y en el sur de México, la fábrica, gestionada por la Comisión Panamá–Estados Unidos para la Erradicación y Prevención del Gusano Barrenador del Ganado (COPEG), tiene su capacidad al máximo de producción con destino prioritario en México. Antes del actual escenario, que los propios trabajadores de COPEG han descrito como “preocupante” y “complejo”, las dispersiones de las moscas se daban principalmente en la provincia de Darién, en el este de Panamá, al ser este punto durante muchos años una barrera natural que estaba en constante vigilancia.

En territorio panameño una gran mayoría de sus habitantes saben o han escuchado lo que es la COPEG o lo que significa la plaga del gusano barrenador. A unos 100 kilómetros del complejo de moscas, en el distrito de Capira, uno de los seispuntos de revisión de ganado del país, trabaja como todos los días en recibir vehículos con bovinos, sobre todo. Ahí son inspeccionados y se determina si tienen heridas abiertas que pudieran atraer a la mosca cochliomya hominivorax (mosca tornillo devoradora de hombres),la especie responsable de enfermar con miasis a su huésped a través de una herida. En ella, esta mosca coloca sus huevos que luego se convierten en las pequeñas larvas con capacidad de “barrenar” el tejido hasta llegar incluso a los huesos, enfermando al cuerpo en el que se han incubado y causado en la mayoría de los casos la muerte del animal. Panamá, además de tener el clima húmedo y cálido que a las moscas les beneficia, también tiene especial vulnerabilidad por tener una gran población de murciélagos, animales que muerden al ganado u otros animales y que provocan heridas que luego son aprovechadas por la cochliomya hominivorax.
El médico veterinario José Ábrego, jefe de Control de Movilización de Animales en COPEG, explica que en puestos como el de Capira, en el que pasan entre 10.000 y 15.000 animales cada mes, se revisa que porten documentación de movilización y ahí mismo son verificados para determinar si tienen heridas abiertas. Si son detectadas se les aplica en la zona afectada un polvo de color azul cuyo nombre comercial es Negasunt, un remedio que cubre la herida y la mantiene libre de insectos.
En lo que va de 2025, según Ábrego, han sido inspeccionados en el puesto de Capira unos 98.000 animales. “Este año llevamos alrededor de 49 casos de miasis detectados ya confirmados en todos los puestos de control. Hay que reconocer, que si hacemos una comparativa, a esta fecha en 2024 ya iban 60. Hay una disminución en la detección, puede ser porque los productores hayan tenido la conciencia de no transportar animales heridos o enfermos”, dice. Unos 137 casos fueron confirmados en 2024 en la totalidad de puestos de revisión en territorio panameño.
A unos kilómetros de distancia del punto de verificación de Capira, una veintena de productores, propietarios de fincas en las zonas vecinas, se reúnen con médicos y técnicos de la COPEG. Frente a ellos, se despliega una presentación con información sobre cómo hacer curaciones en heridas de los ombligos de bovinos —una de las principales causas de incidencia de la enfermedad de miasis— y de buenas prácticas para proteger al ganado de la amenaza del GBG.
Anayanzin Bernal, de 43 años, productora en una finca de San Carlos, un poblado ubicado a unos 60 kilómetros de ahí, asegura que diariamente tiene casos de gusaneras de barrenador. Cuenta que la semana anterior curó a cuatro animales afectados, y esa misma mañana, antes de salir de casa, ha curado a una de sus terneras con el Negasunt. Bernal piensa que el aumento de casos comenzó después de la pandemia del coronavirus, un periodo que pudo provocar que se bajara la guardia. Esta productora describe el proceso de curación y a la mosca responsable de la enfermedad: “Es una mosca más grande [que las silvestres] y tiene un color como tornasol verdoso. Cuando uno ve la herida ya infectada por sus larvas en el animal, lo más común es encontrarla en el ombligo, entonces se le echa el polvito y se espera un rato y los gusanos comienzan a salirse de la herida y ahí uno coge la muestra y la manda, o especialistas del COPEG van a buscarla”, dice.
La creación de las moscas estériles
Unas 200 muestras de larvas llegan todos los días al laboratorio de COPEG. Ahí, con batas de color rojo oscuro, con el logotipo de la Comisión —una mosca rodeada de dos átomos— Orlando Díaz e Irma Álvarez analizan con su microscopio todo lo el material que llega o que recogen sus colegas en las distintas poblaciones del país. Un 99% de todo eso que reciben resulta ser positivo a GBG.
A esta planta, con un nivel 2 de bioseguridad (de un total de cuatro niveles) no se puede ingresar sin los máximos controles de seguridad e higiene. Una vez dentro de las instalaciones, un olor extraño y fuerte comienza a aparecer apenas a momentos. Sin embargo, dentro de la parte de producción, se hace cada vez más potente. El responsable de esa área, Rodney García, explica todo el procedimiento desde que se ponen los huevos que darán vida a larvas que luego serán moscas y que, tras pasar por un proceso de irradiación, serán estériles.
Dentro de esos muros de concreto, que aseguran, miden más de un metro de grosor, se hace paso por paso la creación de moscas estériles para que frenen el ciclo de vida de las moscas que portan los huevos del GBG. Todo comienza cuando trabajadores con un casco y el overol designado coloca en una jaula especial moscas hembras y machos fértiles para que se reproduzcan y pongan huevos.









Después de unos siete días, en otra área, otro equipo de trabajadores con la misma indumentaria recolecta los miles de huevecillos y los lleva, primero, a una superficie de papel húmedo que luego es introducido en bandejas amplias llenas de la dieta: el alimento que simula una herida abierta de un organismo de sangre caliente. Esta dieta ha sido elaborada antes en una cocina industrial dentro del mismo complejo, en la que se mezclan hemoglobina en polvo, leche y huevo.
Una vez incubados, los huevos pasan por tres etapas larvarias, en las que se les alimenta con la dieta durante varias horas en cada una, hasta que son trasladas a un espacio conocido como de caída y colecta, en el que pasan unos cuatro días hasta que son recogidas por el personal, y depositadas posteriormente en una superficie de aserrín para simular la tierra en la que caen. Una vez maduras, las larvas, que ya se han convertido en pupas —la fase previa a ser moscas— son revisadas una por una y clasificadas de acuerdo con su tiempo de vida, para pasar finalmente por un proceso de irradiación en el que se dañan sus órganos reproductores y se convierten en organismos estériles.
Finalmente, son trasladadas al centro de dispersión, un espacio dispuesto en el aeropuerto internacional de Tocumén, de donde despegan los aviones con el cargamento de moscas hacia los territorios donde son requeridas.
Para la doctora Janina Subía, patóloga veterinaria de COPEG, el rebrote de esta enfermedad en el continente que la ha visto nacer (y morir ya una vez en el pasado), fue como la arremetida de una ola gigante: “La COPEG nunca dejó de hacer todas las labores que tenía que hacer para contención, pero esto es como cuando viene un tsunami. Ahora, para nosotros, es sentirnos impotentes ante esta ola tan fuerte que vino, pero una cosa es sentirnos impotentes y otra cosa es que no lo vayamos a poder arreglar. Sí podemos hacerlo y estamos trabajando muy duro”, dice con optimismo.

Subía recuerda que, a veces, se olvida que se está combatiendo a una enfermedad (la miasis) y que la erradicación de la enfermedad coincide con la eliminación del agente biológico que la causa, es decir, el insecto, la mosca cochliomya hominivorax.
Las moscas estériles han comprobado ser el método más eficiente para interrumpir el ciclo de vida de las que portan las larvas del GBG. Desde 2024, México solicitó a la COPEG la diseminación de estas moscas para frenar su avance por su territorio, una tarea que ahora mismo Panamá solventa en su totalidad abasteciendo aviones que dispersan las moscas de este lado de la frontera.