La imposición desde la Casa Blanca de un gravamen del 50% trasciende la tónica de amenazar primero y negociar después. La mandataria mexicana desliza responder con aranceles de vuelta a las importaciones estadounidenses
Cármen Morán
El último golpe arancelario de Donald Trump, que grava con un 50% a quienes vendan acero y aluminio a Estados Unidos, se ha recibido con un cambio de tono en México, que hasta la fecha solo afrontaba un 25%, trato preferencial por ser socios comerciales. El aumento de la tasa “es injusto”, ha repetido Claudia Sheinbaum, y de inmediato ha puesto en marcha la maquinaria de tiempo habitual: México amenaza con proteger una industria de la que dependen muchos empleos y con tomar medidas la próxima semana, a la espera de que las inminentes negociaciones entre el secretario de Economía, Marcelo Ebrard, con sus homólogos estadounidenses, y el probable desasosiego de los empresarios afectados en Estados Unidos, consigan revertir el anuncio del republicano. Pero puede que la estrategia ya no sirva. La política interna empieza a interpelar con fuerza a ambos mandatarios, que se verán con su ciudadanía en las urnas pronto: Trump, en noviembre del año que viene, y Sheinbaum, en junio de 2027.
Si no la estrategia, los discursos tienen que cambiar, opinan los internacionalistas. “Si uno se fija con detenimiento en las primeras negociaciones entre Trump y Sheinbaum, que tanto rédito reportaron a la primera, en realidad México no ganó nada, simplemente dejaba de perder”, dice el analista político Carlos Bravo. Y eso se debía a que Trump amenazaba, pero luego no cumplía, se echaba atrás. “Esa era la única ganancia y aunque en aquel momento la estrategia no fuera menor, no podía durar”, añade. “Sheinbaum compraba tiempo, pero la amenaza del golpe nunca se ha ido”, dice Bravo. En efecto, los aranceles al acero y aluminio no han sentado bien.
“Es injusto y desde nuestra perspectiva no tiene un sustento legal porque existe un tratado comercial […] y también es insostenible, porque ocurre lo mismo que con las autopartes de los vehículos, que pasan de un lado a otro de la frontera, pues con el acero también”, ha dicho la presidenta mexicana, asegurando que pierden todos, allá y acá. Y ha dicho más: “Ya el 25% nos causaba problemas… Entonces, [si eso no cambia], la próxima semana estaremos también anunciando medidas que tomaríamos nosotros, pero no tiene que ver con un ojo por ojo, sino con proteger nuestra industria”. “Lo de que no es un ojo por ojo es mensaje para Estados Unidos, lo de las medidas que podrían tomar es el mensaje para México”, dice Bravo.
A las relaciones que mantienen México y Estados Unidos se les suele llamar política “interméstica”, porque siempre tiene una pata en lo internacional y otra en lo doméstico. Desde que llegó Trump, esa ecuación se ha repetido hasta la saciedad, utilizando los aranceles como incentivo o castigo para conseguir otros beneficios, por ejemplo, que México ponga más seguridad en sus fronteras, que el tráfico de fentanilo se reduzca o que se llene un avión con capos de la mafia directo a Estados Unidos. Lo internacional afectaba lo interno. A Trump le pasa también: la deuda es una preocupación persistente que quiere paliar con aranceles, pero el descontento empresarial y económico le puede pasar factura ante sus próximas elecciones: ya la “ley más hermosa” le ha dado un susto en el Congreso, donde solo la salvó por un voto, ante el descontento y la preocupación de los inversores por la rebaja de impuestos que puede aumentar el déficit y la deuda. Sheinbaum también tiene que hacer valer su soberanía además de pregonarla, que su mercado laboral se sienta protegido. “Todo es política interna aquí y allá, que genera una política bilateral y ambos la están jugando”, dice Bravo.
Ya empieza a llover sobre mojado y a medida que se acerquen las elecciones en ambos países puede que arrecie aún más, pero nada de eso sacará a México de su condición de socio más débil. Ni es Canadá, ni China, ni la Unión Europea, sus dependencias de Estados Unidos son muchas. “Los dos mandatarios han sostenido conversaciones hasta siete veces en tres meses, y había una relación especial por la necesidad de recolocación de empresas, entre otras cosas, pero en esta nueva Administración Trump el mensaje ha sido más agresivo”, dice Mariana Aparicio Ramírez, del Centro de Relaciones Internacionales de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Pero las incertidumbres constantes, la revisión del Tratado de Libre Comercio (TMEC) que ahora será una renegociación abierta, y la exclusión de Gran Bretaña del nuevo arancel, en lugar de dar trato preferente a los socios de América del Norte, son factores, explica Aparicio Ramírez, que empiezan a pesar en México. De ahí, quizá, ese cambio de tono, que todavía no es muy acusado. “El nuevo arancel de 50% tiene que ver con las elecciones intermedias”, sostiene también la internacionalista, “quizá Trump está apelando ya a un votante medio de ciertos sectores afectados, y también Morena en México necesitará apoyo en sus intermedias, por eso manda el mensaje de protección para los empleos que genera la industria de aluminio y el acero”, explica Aparicio Ramírez.
La reunión de la tarde del miércoles con los responsables de esas industrias acabó con un mensaje en redes de la presidenta insistiendo en ello: “Nuestra responsabilidad es proteger los empleos”. Y el secretario de Economía, Marcelo Ebrard, repitió las palabras de enfado en un post: “Injustos, insostenibles e inconvenientes los nuevos aranceles al acero y aluminio que ha impuesto Estados Unidos”, y aseguró que así se lo harán saber el viernes en Washington a los negociadores, buscando “la exclusión de México de esa medida”.