Afortunada pienso que fue la reaparición de López Obrador después de ocho meses de encierro. Primero, porque era un domingo al que no le podía sacar la vuelta, era el domingo en que se votaba la reforma judicial que él pergeñó y empujó, y en donde además cada voto sería importante: tenía que cumplir y cumplió. Segundo, porque eligió un bajo perfil que interpretó muy bien y acompañó con frases hechas, sin riesgo, rematadas con el pegajoso y facilón: “Tenemos a la mejor Presidenta del mundo”. Y tercero, porque su equipo de logística y seguridad (dicen que numeroso y de excelencia) hizo el trabajo para reducir a la nada en ese lugar de Palenque y a esa hora de la mañana la posibilidad de que surgiera alguien que le echara a perder el regreso, que le manchara la guayabera con un desplante o un grito ofensivo: el equipo convirtió los metros entre el domicilio y la casilla en un sitio manso y rápidamente devolvió al expresidente al enclaustramiento. Las cosas le salieron como creo que ocurrirá las veces que se mueva en espacios controlados por el gobierno y la 4T. Fuera de ahí sigo creyendo que no podrá poner un pie en un largo tiempo. Como sea, salió del escondite. Un ratito. Dijo, por cierto, que está escribiendo un libro que nos “gustará mucho”.