
De uno en uno, de dos en dos, en grupos más numerosos fueron llenando cada asiento del Centro de Usos Múltiples que en un par de horas se llenó del festivo bullicio que solo pueden imprimir las juventudes entre música, luces y seres fantásticos que amenizan en el centro de la duela…
Son los depositarios de la esperanza de un pueblo. Jóvenes que cursan sus carreras universitarias y que fueron convocados para ser parte del programa más ambicioso con que el gobierno del estado busca relanzar la educación en Sonora desde el nivel básico hasta el superior, con una inversión que este año llegó a los 800 millones de pesos.
Claro que están de fiesta. Las tarjetas bancarias que están por recibir tienen cinco, siete y hasta diez mil pesos de los que podrán disponer para ayudarse en sus estudios y porqué no, para darse uno que otro gustito. Se vale.
Son 10 mil 303 las becas del programa Sonora de Oportunidades que fueron entregadas ayer solo a los universitarios de Hermosillo, pero en los municipios donde haya un joven cursando sus estudios superiores la cifra se eleva a 27 mil. Es una dispersión impresionante de recursos aplicados en aligerar la carga económica de las familias, pero también a impactar el aprovechamiento académico, el ingreso y sobre todo la permanencia de los muchachos en sus escuelas.
En su tercer año de aplicación, el programa ya movió un indicador importante: redujo los índices de deserción escolar colocando a Sonora en los primeros lugares en ese rubro. Cada vez menos jóvenes sonorenses abandonan las aulas por carencias económicas que impidan cubrir aspectos elementales en su formación académica.
A partir de su propia experiencia, el gobernador Alfonso Durazo sabe que la educación es la gran igualadora social; que las oportunidades se ganan por los más preparados y no necesariamente por quien tiene más dinero. “Si no fuera así, no les estuviera hablando como gobernador del estado”, les dice al rememorar su infancia y juventud en el municipio de Bavispe, un pequeño pueblo remontado en la sierra sonorense de donde sus padres prácticamente obligaron a toda su prole -doce, nomás- a salir en búsqueda de mejores horizontes, lejos de aquellas colinas donde la más alta expectativa era convertirse, cuando mucho, en un buen vaquero. O un sembrador de papas, suele decir.
Sabe también que una beca no resuelve todos los problemas que enfrenta un estudiante, sobre todo los de escasos recursos, pero sí hace la diferencia -también citando sus propias vivencias- entre comer o no comer uno o varios días.
Se puede, les dijo, reescribir el destino mediante la educación; ustedes tienen la oportunidad de hacerlo pese a provenir de familias con dificultades económicas, pese ha haber vivido una infancia difícil, mi gobierno tiene la misión de ayudarles a que nadie deserte, que nadie tenga que abandonar sus estudios por falta de una beca; que todos puedan alcanzar sus sueños.
Por eso desde el primer paquete fiscal que le tocó mandar al Congreso ya como gobernador en 2021, acordó con los y las legisladoras destinar la mitad del presupuesto del Poder Legislativo -400 millones de pesos- para arrancar este programa que en 2023 llegó a más de 600 millones, que va en 800 millones este año y que tiene como meta llegar a dos mil millones de pesos al término de su gestión.
No es poca cosa. Entre 2021 y 2025 se han entregado 465 mil estímulos económicos a estudiantes de nivel básico y superior invirtiendo 2 mil 247 millones de pesos.
Y en medio de la multitud, el discurso despeja -si las hubiera- cualquier interrogante sobre los niveles de aceptación de los gobiernos de Morena entre los sectores más amplios de la población. Porque ese chorro de millones de pesos no llegó de una galaxia lejana ni provino de endeudamientos gubernamentales. Es un recurso que ya existía pero al que gobiernos anteriores le daban otro destino, no siempre claro, por cierto. O eventualmente, muy claro si se consideran las comaladas de nuevos ricos que solían aparecer desde los cargos públicos.
Y no es que ahora no existan, pero en el imaginario colectivo prevalece la idea de que muchos de esos miles de millones de pesos iban a parar a las cuentas personales de servidores públicos que luego aparecían como prósperos empresarios, acaudalados rancheros o sibaritas contumaces que muy poco antes andaban con una mano atrás y otra adelante, como se dice coloquialmente.
Las fuentes de la legitimidad pueden ser muchas, pero sin duda una de ellas es apoyar a las grandes mayorías y sobre todo a los sectores más vulnerables. O como es el caso de las becas, a los jóvenes que se están forjando en las universidades y que a la vuelta de unos años posiblemente veamos en posiciones de poder, desde la empresa o desde el servicio público.
Eso lo entiende muy bien el gobernador, y lo dice, cuando solicita la reciprocidad de los jóvenes. Necesitamos de su apoyo, pide. Porque eso le da fortaleza a un gobierno, y un gobierno fuerte tiene mejores posibilidades de seguir gestionando programas como el de las becas.
Y a propósito de escaladas en el servicio público, a tan masivo evento no podía faltar la nueva -y la no tan nueva- clase política. Allí andaban todos: regidores, diputados locales y federales, senadores. Desde luego el secretario de Educación y Cultura, Froylán Gámez y el director del Instituto de Becas y Crédito Educativo, Manuel Cáñez; el secretario de Gobierno, Adolfo Salazar, rectores y rectoras de universidades sonorenses.
Y sobre todo, unos diez mil jóvenes que salieron del CUM con su tarjeta en la mano, y en la otra, dicho esto en sentido figurado pero no exento de verdad, su credencial de elector. Ojo con esto.
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