No es falta de condiciones, sino de rumbo. Desde su nacimiento como república independiente, México ha oscilado entre grandes promesas
México nació para convertirse en una potencia. Con más de dos millones de kilómetros cuadrados, una biodiversidad privilegiada, mares en dos océanos, una ubicación geográfica estratégica, una población que hoy supera los 130 millones, somos el país con más hispanohablantes en el planeta, la economía número 14 del mundo, lleno de materias primas estratégicas y una de las principales naciones exportadoras. Nada parece impedirnos ocupar un lugar de liderazgo mundial y, sin embargo, seguimos lejos de ser lo que podríamos.
No es falta de condiciones, sino de rumbo. Desde su nacimiento como república independiente, México ha oscilado entre grandes promesas y realidades decepcionantes. El proyecto de nación siempre ha estado subordinado a los intereses de corto plazo, el caudillismo del siglo XIX, los cacicazgos del siglo XX y el clientelismo del XXI. El resultado es una historia marcada por oportunidades desperdiciadas.
El petróleo, por ejemplo, nos dio una ventaja estratégica. Durante décadas fue el motor de la economía nacional. Pero en lugar de consolidar una industria sólida y moderna, Pemex fue secuestrado por intereses particulares, corrupción y malos manejos durante décadas. Hoy, en plena transición energética, seguimos apostando por refinerías ineficientes mientras el mundo ya mira hacia el litio, la energía solar y la electromovilidad.
En las últimas décadas, México se convirtió en una potencia exportadora. Somos una pieza clave en las cadenas de suministro de América del Norte, Asia y Sudamérica. Pero gran parte de esa fuerza no vino del Estado, sino del esfuerzo de millones de trabajadores y emprendedores. Y mientras los indicadores macroeconómicos celebran la fortaleza del peso o el nearshoring, en muchas regiones la pobreza no cede, la violencia paraliza y la migración parece ser la única salida para millones de mexicanos.
En este sentido, hoy las remesas superan los 64 mil millones de dólares al año -la segunda fuente de divisas del país-. En los hechos, somos una economía sostenida en buena parte por el trabajo de nuestros migrantes. Un país que exporta su talento porque no sabe cómo retenerlo. Una paradoja dolorosa, México tiene riqueza, pero millones de mexicanos no pueden vivir dignamente en el territorio nacional. La dependencia con Estados Unidos y la creciente fuerza del narcotráfico es la mayor ancla actual.
Así, la historia de México es un desfile de oportunidades perdidas. El problema nunca fue el origen, sino el trayecto y cómo lo transitamos. Sin embargo, esto se puede cambiar, tenemos juventud, una identidad cultural poderosa (soft power, según Nye), acceso a mercados globales y una ciudadanía cada vez más informada y exigente. La potencia que no fuimos, aún puede ser la nación que seremos, si aprendemos del pasado, México puede ocupar el lugar que siempre le ha correspondido.
POR ADRIANA SARUR
COLABORADORA
@ASARUR