La banda de profesionales planeó cuidadosamente el atentado, usó una pistola limpia, en su huida empleó tres vehículos robados y, con el número de serie cambiado para cubrir sus pasos, desapareció en el Estado de México
Alejandro Santos
El sicario esperaba entre el tráfico. No era la primera vez: ya lo había hecho —él o alguno de sus cómplices—las jornadas anteriores y sabía que cada día, sobre las siete de la mañana, Ximena Guzmán detendría su coche en aquel punto de la transitadísima calzada de Tlalpan, a la altura de la colonia Moderna, y recogería a su compañero José Muñoz. Después, ambos se dirigirían desde esos rumbos de la alcaldía Benito Juárez hasta su trabajo en la cúpula de la política capitalina, como miembros del círculo de confianza de la alcaldesa de Ciudad de México, Clara Brugada. Guzmán, como secretaria particular de la jefa de Gobierno; Muñoz, como asesor.
Ese martes Guzmán (42 años) esperaba a Muñoz (52) aparcada en un lateral de la calzada, en el interior de su coche. El sicario rondaba alrededor, a menos de un metro, jugando al despiste. Es imposible que Guzmán no lo viera: pasó varios segundos en su campo de visión, frente al parabrisas, con tranquilidad, con descaro, e incluso amagó con detener un taxi como parte de su actuación. Muñoz llegó poco después, se subió al vehículo, y fue ahí, cuando el asesor ya se encontraba a bordo, el momento que eligió el gatillero para desenfundar una nueve milímetros y vaciar las 12 balas del cargador contra ellos.
Los tiros no fueron justos, se saltaron la simetría: cuatro se incrustaron en el cuerpo de Muñoz, el doble acabaron en Guzmán. Causa de la muerte: “Muy probablemente será por disparo de arma de fuego penetrante en cráneo y tórax”, ha adelantado la fiscal capitalina, Bertha Alcalde Luján, este miércoles con las autopsias ya realizadas pero todavía sin el informe forense. El sicario huyó de la escena del crimen a lomos de una motocicleta negra que abandonó a los pocos metros. Ahí, con ayuda de al menos otros tres cómplices que apoyaron en las labores de “logística y conducción” —ha aclarado el jefe de la policía capitalina, Pablo Vázquez— abordaron un coche azul con el que llegaron a la alcaldía de Iztacalco, para desecharlo también y huir finalmente en un tercer vehículo, una camioneta gris, con la que dejaron atrás los límites de la ciudad por el oriente para desaparecer en el Estado de México.

A Ximena Guzmán y José Muñoz los ejecutó una banda de profesionales del asesinato. El arma que usaron estaba limpia: el análisis de los casquillos encontrados en el lugar ha revelado que no había sido usada en crímenes anteriores. Vigilaron desde días atrás su punto de encuentro de cada mañana. Utilizaron guantes, lo que ha impedido que los forenses encontraran huellas dactilares en la moto ni en los dos coches. Cambiaron dos veces de vehículo para escapar y cubrir sus pasos. Automóviles, además, que habían robado y a los que les cambiaron los números de serie para dificultar su identificación. La policía trata de discernir si se emplearon en otros golpes.
No amenazaron previamente a sus víctimas, se cuidaron de dejar las mínimas huellas posibles. Tras ellos, solo quedó el rastro de los tres vehículos y prendas de ropa que los forenses analizan a contrarreloj para tratar de dar con alguna muestra de ADN, labor hasta el momento infructuosa. El atentado fue un “ataque directo y con un grado importante de planeación”, ha sentenciado Luján, que ha despejado cualquier duda al afirmar rotundamente que “quienes lo ejecutaron tenían experiencia previa” y requirieron “necesariamente” de “una inversión de recursos considerables humanos, logísticos y materiales”.
El modus operandi, el extremo cuidado de los sicarios y su huida apresurada ha hecho imposible que, un día y medio después, la policía tenga sospechosos claros. Al menos, que hayan trascendido más allá de los muros de la Fiscalía y la Secretaría de Seguridad Ciudadana. No se conoce la identidad de los autores materiales del doble homicidio, menos aún de los intelectuales. En encontrar a los cuatro sicarios se centran en estas horas críticas los esfuerzos de las autoridades, con la esperanza de que a través de ellos puedan dar también con quienes ordenaron el asesinato. “Conforme avance la investigación iremos teniendo más claridad sobre el móvil y el contexto en el que se dio este lamentable hecho”, ha prometido Vázquez.
Por el momento, la policía no ha descartado ninguna línea de investigación, indicador de que las pesquisas no han logrado avances significativos en ninguna de sus vertientes. “Todas serán agotadas”, ha asegurado Vázquez, que ha reconocido que aún no cuentan con hipótesis sólidas sobre la causa del crimen ni sus responsables. Ni siquiera descartan el feminicidio —por protocolo, cualquier asesinato de mujer se investiga preventivamente como tal. El jefe de la policía de Ciudad de México ha informado también de que trabajan codo con codo con las fiscalías de los Estados aledaños a la capital y todas las instituciones de seguridad, en un caso al que la presidenta de la República, Claudia Sheinbaum, ha otorgado la máxima prioridad.

El crimen, de alto perfil político, parece haber noqueado a las autoridades de la capital, a los que el doble homicidio ha agarrado con el pie cambiado. “Nos duele el alma“, sintetizaba Brugada en un breve comunicado en sus redes sociales. Sobre todo, por el mensaje entre líneas que subyace a los asesinatos: ni Guzmán ni Muñoz eran personalidades mediáticas, pero su cercanía a la alcaldesa desde sus años como regidora de Iztapalapa, la alcaldía más poblada —y una de las más inseguras— de la capital, plantean la cuestión de si el atentado no es un ataque simbólico contra la jefa de Gobierno. Y, de ser así, ¿por qué?
Entre las pocas certezas, las autoridades han señalado que no hay pruebas que indiquen que los agresores conocieran los detalles de la agenda personal de Brugada. Tampoco de que monitorearan individualmente a Guzmán y Muñoz en las jornadas previas, solo hay evidencias de que una persona estuvo en días anteriores en la escena del crimen “realizando labores posiblemente de vigilancia en ese lugar, lo que denota un conocimiento previo de la rutina, pero no necesariamente que hubieran sido sujetos de un seguimiento a lo largo de los días”, ha explicado Vázquez.
Cautos, ni Luján ni Vázquez han adelantado demasiada información en la primera rueda de prensa sobre el crimen. Vázquez, sin embargo, ha remarcado, quizá como una tímida insinuación, que en las últimas semanas han realizado “detenciones muy relevantes de líderes de células delictivas con operaciones en la ciudad y en la zona metropolitana” que “han reducido los niveles de violencia y los delitos de alto impacto en la ciudad”.
Identificar a los autores materiales y a los intelectuales en los próximos días será clave. Hasta el momento, los mayores avances de la investigación se han producido gracias al rastreo de las cámaras de seguridad C5, repartidas por toda la ciudad, y a través de las cuales el operativo especial de la policía ha podido trazar la ruta de huida de los sicarios.

Pese a todo, Vázquez ha intentado lanzar un mensaje de esperanza: “Quiero ser muy enfático: ninguna forma de violencia doblegará a la Ciudad de México ni a su gente ni a sus instituciones”. Sobre la calzada de Tlalpan, dos cadáveres en un coche abandonado en el arcén, cuatro orificios de bala en el parabrisas, ocho casquillos nueve milímetros en el asfalto, muchas preguntas sin respuesta y una ciudad conmocionada por un nuevo crimen político.