León XIV, elegido como remedio a las divisiones dentro y fuera de la Iglesia, ya muestra discreción en palabras y gestos que rebajan tensiones internas
Íñigo Domínguez e Iker Seisdedos
En el día de las primeras impresiones sobre León XIV ya se sabe que no da titulares, ni sorpresas, ni espectáculo. Robert Francis Prevost, el primer papa estadounidense, es discreto y silencioso, no da la sensación de querer llamar la atención sobre sí. En sus primeras palabras en el balcón de San Pedro no hizo ni una sola referencia a sí mismo, como hicieron antes Francisco, Benedicto XVI o Juan Pablo II. Ha dado una cierta idea de retorno a la normalidad, la de los papas de siempre, tras el vendaval de Francisco.
Si se recuerda 2013, Bergoglio en sus primeros días revolucionó el Vaticano y la ciudad de Roma. Fue una seducción instantánea con sus gestos, sus improvisaciones, sus idas y venidas, transmitía electricidad y el advenimiento de muchos cambios. Prevost no, y aún se le observa con curiosidad. Es un papa conciliador elegido para cerrar heridas y aplacar enfrentamientos, tanto dentro de la Iglesia como fuera, porque las divisiones de la política, de la sociedad, también están dentro de la Iglesia.
En el frente interno fue reveladora la homilía de la misa celebrada este viernes ante los cardenales, en la Capilla Sixtina. León XIV se presentó casi como un simple y cuidadoso gestor de una tradición milenaria que ahora llega hasta él. “Dios, al llamarme a través de vuestro voto a suceder al primero de los apóstoles, me confía este tesoro a mí, para que, con su ayuda, sea su fiel administrador”, explicó. Traducido, que no gobernará solo, sino con los demás, y que no decidirá cambios drásticos por su cuenta en la misión tan delicada que tiene entre manos. El término elegido, administrador, casi burocrático, es la antítesis del profeta carismático.
Sin duda, habrá aliviado a los más conservadores. Porque los afines a Francisco y más progresistas ya estaban contentos desde el día anterior. Los sectores más tradicionales reprochaban al papa argentino un exceso de autoritarismo y de decisiones en solitario, además de una pérdida de solemnidad institucional que, en su opinión, erosionaba la Iglesia. En este sentido, el primer test importante para Prevost es decidir dónde va a vivir. Si se quedará en la residencia de Santa Marta, como Francisco, o regresará al palacio apostólico. Pero aún lo deja en el aire, han señalado fuentes vaticanas. Seguirá por ahora en Santa Marta y decidirá más adelante, pues además las tradicionales estancias papales necesitan arreglos.
De momento, la noche del jueves León XIV se acercó a la que hasta ahora ha sido su casa, literalmente a dos pasos del Vaticano, y tuvo su primer encuentro con fieles. Era la primera vez que se le veía vestido de blanco. Se mostró cercano, firmó por primera vez un autógrafo a una niña, aunque hizo notar que la firma, al ser nueva, aún no le salía bien, y accedió a algunos selfis. El primero, que se sepa, con la monja Nathalie Becquart, subsecretaria del Sínodo de los Obispos, organismo central en el mandato de Francisco.
En cuanto a su relación con la política mundial, la primera toma de contacto del nuevo papa será el 18 de mayo, domingo, cuando se celebre la ceremonia de inicio del pontificado. Como en el funeral de Francisco, el pasado 26 de abril, probablemente volverán a verse en el mismo lugar casi todos los jefes de Estado y de Gobierno que entonces asistieron a aquella misa. Será el momento en que León XIV se dirigirá directamente a ellos, aunque ya en su primer discurso tras ser elegido la palabra más mencionada fue “paz”.
Es sintomático que en un clima de bienvenida y espera de los acontecimientos, la única reacción agresiva en contra de León XIV haya venido en su propio país, Estados Unidos, y del mundo ultraconservador afín a Donald Trump. Siendo una papa estadounidense, la batalla que se avecina es evidente y en esos círculos ya es, directamente, un “anti-Trump”, en palabras de Steve Bannon, antes ideólogo y estratega del presidente de EE UU. “La Iglesia profunda ha elegido un papa anti-Trump”, ha declarado al diario italiano Corriere della Sera. La frase hace una equivalencia con la tesis conspirativa de un Estado profundo que manipula a los ciudadanos, y ya hace una semana que Bannon había advertido que Prevost era “el caballo oscuro” de los grupos de poder ocultos en la carrera a la sucesión del Papa. “Es la peor elección para los católicos MAGA [siglas del movimiento Make America Great Again]”, explicó a Politico, señalando a “los globalistas de la Curia”.
Lo mismo ha dicho Laura Loomer, activista de extrema derecha y conspiracionista, que se define “orgullosa islamófoba” y “nacionalista blanca”. “Es anti-Trump, anti-MAGA, pro-fronteras abiertas y un marxista convencido como el papa Francisco. Los católicos no tienen nada bueno que esperar. Otra marioneta marxista en el Vaticano”, escribió en redes sociales.
También los comentarios editoriales de la cadena conservadora Fox News mostraron su inquietud por la posibilidad de que el nuevo pontífice “estuviera convencido de que la Iglesia ya no debería oponerse al modernismo, sino aceptarlo e incluso formar parte de él, para parecer relevante y actual”. Una reflexión que parecía hecha más de un siglo atrás, con León XIII, el anterior papa llamado así, el pontífice que comenzó a dialogar con el mundo moderno, a criticar la evolución del capitalismo en la revolución industrial e introdujo en la Iglesia las cuestiones sociales.
León XIV, el de ahora, tiene perfectamente clara esa referencia de su predecesor del siglo XIX, y de hecho ha elegido el nombre, según ha contado un cardenal, por su preocupación por las condiciones del mundo laboral. La historia la ha revelado a una cadena de televisión croata el cardenal serbio Ladislav Nemet, arzobispo de Belgrado, que en la cena celebrada tras la elección del papa, se sentó a su lado: “Hablamos y le preguntamos cómo eligió el nombre. Y es muy interesante, dijo que quiere prestar más atención a los problemas de orden social en el mundo, así como a los de justicia. También dijo que estamos en medio de una nueva revolución: en la época de León XIII hubo una revolución industrial, ahora hay una revolución digital. Hoy, como en la época de León XIII, existe el problema del empleo, ya que la digitalización conlleva una reducción de la mano de obra”.