La elección del cardenal Prevost, una figura aperturista y que previsiblemente continuará el legado del anterior Papa, subraya la minoría del sector ultraconservador en la cúpula de la Iglesia
Daniel Verdú
Robert Francis Prevost (Chicago, 69 años) aparecía desde hacía algunas semanas en las quinielas de papables. Pero fue un italiano, hace ocho años, el primero que se aventuró en vaticinar que después de Francisco, casi como una provocación, surgiría un papa estadounidense. El cineasta Paolo Sorrentino dibujó en la extraordinaria The Young Pope la llegada a la silla de Pedro de Lenny Belardo, un pontífice que bebía Coca-Cola light, fumaba y llegaba de EE UU para devolver a la Iglesia de forma radical a la tradición después de un papa progresista. Solo en la nacionalidad, sin embargo, acertó Sorrentino.
Leon XIV no tiene la más mínima intención de volver a atrás. Y esa es una mala noticia para un sector conservador, eminentemente estadounidense, cuya minoría ha quedado cruelmente expuesta en este cónclave.
Los periodistas nos divertimos durante años hablando de guerras internas en el Vaticano, oposición furibunda, complots contra Francisco. Y es verdad que nunca en la historia de la Iglesia un grupo de cardenales había llamado hereje al Pontífice. Tampoco se había pedido jamás su renuncia acusándole de mentir ni se habían empapelado las calles de Roma con carteles burlándose de él. “Si necesitan estar todo el día gritando es que son pocos”, analizaba un cardenal que ha participado en la votación dos días antes de entrar en el cónclave. La elección de Prevost en cuarta votación, poco más de 24 horas después de entrar en la Capilla Sixtina, le da la razón.
El cónclave relámpago y la elección del nuevo Papa, que ha escogido el nombre de León XIV saltándose a todos los pontífices del siglo XX, demuestran una unidad sorprendente que refuerza el legado de su predecesor y, sobre todo, la credibilidad de una institución milenaria que no tiene por costumbre dar bandazos. La teoría del péndulo, según la cual después de un pontífice aperturista llega uno conservador, no se ha cumplido.
Tampoco la edad de Prevost, que con 69 años y una salud sin antecedentes clínicos, augura un papado largo y muy alejado de esa idea de transición que deseaban los opositores de Francisco. Si no iba a ser uno de los suyos, pensaban, debía elegirse a alguien que permitiese ganar tiempo para tener un candidato sólido a medio plazo. Nada de eso se ha cumplido.
Los cardenales han decidido que la Iglesia siga abriendo sus puertas en los próximos años. O al menos que no las vuelva a cerrar. Y lo hace permitiéndose el lujo de nombrar a un Papa procedente de la Iglesia que más atacó a Francisco para demostrar su amplitud. Pero conviene recordar que la debilidad de los conservadores en el cónclave no es obra del Espíritu Santo, sino del laborioso empeño de Francisco, uno de los papas con mayor furor en la creación de cardenales de la era moderna.
De los 133 cardenales electores que entraron en la Capilla Sixtina, el 81% (108) fueron nombrados por Francisco, con Europa representando el 37%, seguido por Asia (18,5%) y América del Sur (13,9%). Un dato indispensable para entender lo que ha sucedido en estas cuatro votaciones. Pero insuficiente para explicar un fenómeno que responde a algo más profundo: no hay vuelta atrás en los cambios si la Iglesia quiere sobrevivir.
Nacido Chicago, de padre de origen francés y madre de ascendencia española, Prevost ha estado vinculado durante 40 años a Perú, donde ha sido obispo. Sensible a la cuestión migratoria, al mundo latino y a los cambios, es un mediador entre los obispos de EE UU, la Iglesia donde la división ideológica y la polarización es más fuerte. EE UU celebra su primer Papa. No está claro si por sus adentros lo festejará también su presidente, ese cuyo mejor candidato era él mismo.