Nos despedimos de Ramón MIranda, un gran amigo, padre amoroso, megáfono para la inconformidad y referente en la lucha ambiental del noroeste de México.
Luis Franco, Alicia Miranda, Evangelina Miranda / ANIMAL POLITICO
Francisco Ramón Miranda Córdova se despidió el día 24 de marzo de 2025; ahora está descansando en su parcela, dentro del panteón de Aconchi. Se fue portando la camisa que más le gustaba, vestido como muchos lo conocimos: de mezclilla, cinto, fajado, y con buen peine. En el panteón, la voz de su cuñado Arturo lideró un coro de sus canciones favoritas; la melodía endulzó un momento de profundo dolor. Ramón aportó su incontable cariño y tiempo a la iglesia local. Su misa póstuma le dio de vuelta todo ese amor, el recinto estaba lleno. Ante la multitud, los padres lo festejaron como un luchador social, un anunciante y denunciante de las injusticias, un pilar para la verdad, y su muerte como una herida para el río Sonora. Los sacerdotes, señalando la escalada de funerales y enfermedad en la región, invitaron al pueblo a ver a Ramón como lo que fue, un defensor de derechos humanos que exigía dignificar la salud de los pueblos rurales y respetar sus derechos a un medio ambiente sano.
Nos despedimos de un gran amigo, de un padre amoroso, de un megáfono para la inconformidad, y de un referente en la lucha ambiental del noroeste de México.
La vida de Ramón fue una celebración de la denuncia, la organización y el apoyo mutuo. Su familia resume los principios de su enseñanza: ser legales, responsables, respetuosos. Era una persona sencilla con una personalidad enorme.
Nació el 06 de abril de 1958 en su casa, en Baviácora, pueblo vecino de Aconchi. Estudió la preparatoria en Hermosillo y volvió al Río Sonora a trabajar en Banco Somex, en Bánamichi. En este periodo se casó con Evangelina Souffle, una persona encantadora, risueña y amorosa. Por petición de su suegro, ambos dedicaron su tiempo al negocio familiar “Comercial Soufflé”, una tienda miscelánea de ambiente acogedor, con la estética de las tiendas que han abastecido a los pueblos del río y la sierra en el último siglo.
Cuando su hijo Ramón Ángel, y sus hijas Evangelina y Alicia estudiaban secundaria y preparatoria, recuerdan a su papá como un organizador nato. Era Ramón quien insistía en ser buenos alumnos, pero para eso se necesitaría una buena escuela, bien cuidada, segura, con familias organizadas y a la altura de sus estudiantes. Los demás padres y madres se apoyaban en este rasgo de él para mejorar las condiciones de la escuela. Dice Evangelina que “si hubiera habido grupo de padres de familia en la Universidad, ahí anduviera”.

En la comunidad fue quien pedía que regresara el festejo del Carnaval, una tradición vieja del pueblo. El carnaval era a beneficio de la Cruz Roja. El veía lo complicado que era, y sigue siendo, trasladar a enfermos. Pensaba que un pueblo no podía estar así, sin condiciones dignas y sin atención a quien lo necesitara. Y lo exigió hasta sus últimos años, representando en varios juicios de amparo al río Sonora después del derrame tóxico de 2014, provocado por la mina Buenavista del Cobre, de Grupo México. Ramón lideró las convocatorias para que el pueblo se hiciera muestras para detectar metales pesados, ayudando a divulgar los resultados tan alarmantes por la exposición a estas sustancias. La Secretaría de Salud abandonó el caso, y él decía seguir trabajando más que las autoridades, pues era Ramón, y no el gobierno, quien informaba de la situación de salud en Aconchi. Lo hacía con cariño a la población, pero con rabia hacia las instituciones que debían proteger a los pueblos.
Lo mismo en la iglesia, y con su familia, Ramón era el mediador. Procuraba que la gente estuviera cerca. Con la familia de su esposa fue muy cercano y querido por el respeto que otorgaba y que recibía de vuelta. Para resumir su personalidad, Evangelina dice: “es una persona echada pa’delante, luchaba por estar bien, y no tenía miedo de decir las cosas, y pues su trabajo en los Comités de Cuenca Río Sonora ya es más que conocido”.
Serio, como muchos hombres que crecieron en su entorno, se volvió más expresivo en sus sentimientos. Pasó de ser más reservado a dejarse apapachar bonito. Abrió su corazón frente a personas, periodistas y audiencias que buscaban conocer la historia del derrame en el río Sonora.

Días antes de partir su cuerpo estaba cansado, con justa razón. Con lágrimas en los ojos notó cómo Grupo México contaminó su río, pozos, y tierras. Lleno de enojo vio pasar los años sin justicia, señalando comportamientos inadmisibles en los trabajadores de gobierno. Observó cómo la gente podía morir con estudios que demostraban metales pesados en sangre y orina, todo al mismo tiempo que Grupo México anunciaba más planes de inversión, y más acaparamiento de agua en la cuenca alta. La impunidad en el río Sonora lo hizo crítico de la complicidad entre intereses privados y públicos; siempre quería volver al concepto de Captura Corporativa del Estado, pues le parecía que en esta discusión faltaban los ojos de las poblaciones que sufren sus impactos.
Ramón fue la voz que sin filtros les dijo a presidentes municipales, diputados, senadores y secretarios de Estado que sus promesas vacías, junto con la negligencia que mostraban para atender al río Sonora, era una sentencia para el futuro de la región. Ni hablar de lo que opinaba de Grupo México. No alcanza el texto.
Días antes de su partida, mis compañeras Tokya, Cynthia y yo, Franco, lo visitamos para tomarle la mano, agradecerle su amistad y contarle sobre nuestras vidas. Le encantaba escuchar a las personas, en él existió una llama de empatía que lograba crecer comprendiendo las historias de vida, las aventuras, los logros y las decepciones de sus amistades. Ese día también le contamos sobre qué ha pasado en su territorio, sobre lo difícil que ha sido tener un compromiso de las autoridades, y sobre los planes insensatos que tiene el gobierno para construir tres presas en la cuenca del río Sonora.
Sus compañeras y compañeros de lucha le enviaron mensajes de voz y de texto. A través de pequeños gestos, dio a entender que estaba atento y abierto de corazón a las promesas que su gente le hizo para continuar la lucha, para que el coraje que brota de las injusticias permanezca en el tiempo, para que nunca más las comunidades de este país tengan que vivir el dolor de ver sus territorios contaminados y a su gente morir sin conocer la razón, y para impedir que los gobiernos sigan premiando con impunidad a sus amigos empresarios, disfrazando sus discursos de progreso y desarrollo.
Desde aquí, te prometemos luchar por la justicia, reparación y no repetición.
Dejas una huella imborrable y corazones llenos de tu cariño.
Descansa en paz, amigo, papá, valiente defensor.
