“Esto es lo único que importa en la buena propaganda. Se trata de crear un eslogan que no pueda recibir ninguna oposición, bien al contrario, que todo el mundo esté a favor”
(Noam Chomsky).
Ya ve usted que estamos en un mundo donde los patos les tiran a las escopetas, los agresores se declaran víctimas y los únicos valores que cuentan son los de la bolsa, los verdaderos intereses son los que rinde el capital y la única verdad acreditada es la que difunde la propaganda televisiva, cinematográfica o cualquiera que salga en los medios de intoxicación masiva como tendencia y luego obligación moral.
Míster Trump se queja de que los canadienses y mexicanos han parasitado a su país, que le están robando y que sin EUA no serían nada. Así, los europeos resultan ser tan parásitos y atenidos como los latinoamericanos y qué decir de los africanos, tan marginales y dependientes de la generosa explotación de los blancos y propositivos inversionistas y emprendedores transnacionales.
Los asiáticos, por su parte, siguen siendo un conjunto de países siempre explotables cuyo destino es el acercamiento a occidente mediante la subordinación complementaria con el norte global y no una competencia que deba existir y tolerarse.
En esta visión distópica del mundo, “América” es la víctima de la ingratitud viciosa e intolerable de quienes no reconocen su vocación de pulgas amaestradas, de beneficiarios de una depredación civilizatoria que pasa de lo material, de los vericuetos económicos y financieros a la arena conductual y moral, a la cultural y estética, a la reescritura de la historia, a la posverdad imperial.
¿Por qué oponerse y resistir las tendencias y propuestas sociológicas que se fabrican en los sótanos de las universidades anglosajonas para implantarse en el resto del mundo? ¿Por qué no aceptar el regalo de la ideología y valores occidentales, que nos uniforman, homogenizan y aplanan para que el carro de EUA transite sin baches opositores que afecten su estabilidad, autoestima y expectativas?
En la periferia hay quienes se atrincheran en un nacionalismo trasnochado que huele a socialismo, a una especie de comunismo de guarache, a reacción contra el progreso, mientras alientan el populismo, el onanismo patriótico que empaña el lustre de las barras y las estrellas. Pero, ¿por qué no ser un estado más de la Unión Americana o, al menos, un traspatio bien portado política y funcionalmente correcto?
¿Por qué no hacer fila para besar el trasero de míster Trump y sonreír para la foto? ¿Para qué elaborar un plan nacional de desarrollo que sea realmente nacional, que a partir de un diagnóstico sectorial y regional plantee lineamientos, líneas generales de acción y establezca de manera precisa los niveles de coordinación en programas y proyectos, el seguimiento y evaluación de las acciones propuestas en el plan?
En este escenario, ¿acaso no es un buen distractor plantear un “plan” elaborado con retazos zurcidos en “ejes transversales”, “objetivos” y “estrategias” más mediáticos que técnicos, más propagandísticos e ideológicos que económicamente sustentados?
Lo que queda claro es que, no habiendo autonomía en la gestión del desarrollo, basta con presentar un catálogo de acciones y proyectos cuya ambigüedad dejen a salvo el interés privado, la injerencia extranjera, que garanticen el papel de economía complementaria del “socio” del norte, que ratifiquen el carácter de traspatio y, al mismo tiempo, parezcan cumplir con el mandato constitucional en materia de planeación, pero sin impulsar verdaderamente los objetivos de desarrollo nacional que la sociedad requiere. ¿En este caso, la apariencia mata a la técnica y el razonamiento económico? Así se ve.
Los propósitos de sustituir importaciones difícilmente podrán lograrse si las inversiones, modelos, especificaciones técnicas y el interés geopolítico siguen siendo de fuera. La industria nacional sólo podrá serlo cuando el país desarrolle su camino, independiente y soberano, hacia el progreso en lo financiero, técnico, logístico y comercial con un horizonte político y económico centrado en lo nacional.
Queda claro que se requiere una visión económica social, pública y objetiva de la realidad nacional y de su contexto, para dar pasos que inicialmente pueden ser lentos y modestos pero eficaces si se tiene claro el propósito político de la planeación del desarrollo. Un desarrollo que sólo será posible si se finca en la defensa de la soberanía y en la obediencia al mandato constitucional que emana de un pueblo con memoria histórica, con identidad y voluntad transformadora, y que distingue el interés público del privado, lo nacional de lo extranjero.
Queda claro que un plan nacional no se construye con regalos y guiños a la iniciativa privada nativa y foránea, ni con las calenturas de los globalistas encaramados en un discurso de inclusión y diversidad engañosamente soberanista, con un recetario preñado de ideología de importación, que puede sonar progresista, incluso pasar por ser de izquierda, pero que es esencialmente neoliberal, colgado a la Agenda 2030, ajeno al interés nacional y contrario, en los hechos, a los propósitos transformadores por los que votó mayoritariamente el pueblo.
La ideología, cuando se convierte en caricatura mediática a veces se viste de formalidad y adquiere rasgos capaces de confundir a cualquiera, pero vista de cerca es cosa de risa cuando no de asombro. Aquí, la farsa reclama ser tomada en serio, como cuando por cuestión de imagen se trata de disimular la posibilidad o la necesidad de ir a besar un trasero.
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