El presidente de Estados Unidos, en su segundo periodo de gobierno, ha comenzado a minar la independencia académica de las principales universidades de su país
La universidad es una de las instituciones que más ha perdurado en la historia de la humanidad. La de Bolonia, en Italia, se considera el primer centro de aprendizaje del mundo occidental, que primero se desarrollaron en Europa y luego se extendieron por todo el mundo.
Harvard fue la primera universidad fundada en Estados Unidos, en 1636. Ese país alberga, hoy, varios de los mejores centros de investigación y docencia del planeta. Las universidades estadunidenses son uno de los pilares que explican el gran éxito económico de la nación americana.
En el manual de los líderes populistas está la instrucción de atacar a las universidades como lugares elitistas y meritocráticos. Y, sí, claro que lo son. No cualquiera puede estudiar, investigar y/o enseñar en una universidad, mucho menos en las más reconocidas. Sólo los mejores estudiantes entran. Sólo los mejores salen. Sólo los mejores son profesores-investigadores. Así es la esencia universitaria.
Más aún, las universidades son espacios que florecen en la medida que existe el libre pensamiento. El debate de las ideas es fundamental para avanzar el conocimiento por medio del método científico.
Todo eso enfurece a los populistas. Ellos quisieran centros de aprendizaje monocromáticos, donde sólo se enseñe el credo del líder a la mayor cantidad de gente posible. Centros de adoctrinamiento, no de enseñanza.
No es una coincidencia que los populistas ataquen a las universidades al igual que a los poderes judiciales o los medios de comunicación. En una democracia liberal, estas instituciones funcionan por su independencia del gobierno en turno. Su papel es cuestionar a los que ejercen el poder. No están para aplaudir, sino para criticar. Su poder es el de la palabra, el de la razón, frente a los que tienen poder político, económico y/o social.
Trump, como López Obrador en su momento, odia las universidades, los medios independientes y el Poder Judicial que se atreve a desafiar sus decisiones ilegales. Como populistas, atacan a las instituciones que no se arrodillan frente a ellos.
El presidente de Estados Unidos, en su segundo periodo de gobierno, ha comenzado a minar la independencia académica de las principales universidades de su país. Bajo el pretexto de combatir el antisemitismo (un objetivo loable), está cortándoles el financiamiento del gobierno federal.
Primero que nada, hay que decir que es ilegal hacerlo. El poder de asignar recursos en Estados Unidos lo tiene el Congreso, no el Ejecutivo. Trump, sin embargo, usa decretos para arrogarse esta facultad. En lo que el Poder Judicial detiene esta decisión, el Ejecutivo puede cancelar el flujo de recursos porque controla la chequera del gobierno federal.
Pero, además, hay que ver las demandas que está solicitando el Presidente para que las universidades sigan recibiendo el dinero. Van mucho más allá del supuesto combate al antisemitismo. Se mete con la independencia de las instituciones educativas al intervenir en el reclutamiento de sus facultades, la regulación de contenidos de programas educativos y la pretensión de monitorear a los estudiantes extranjeros.
El ataque comenzó en contra de la Universidad de Columbia, mi Alma Mater. Canceló 400 millones de dólares en subsidios federales a proyectos de investigación. Las autoridades universitarias cedieron al chantaje de Trump y, además de implementar medidas legítimas para atacar el antisemitismo, como prohibir el uso de máscaras en protestas contra Israel, aceptaron reestructurar el Departamento de Estudios de Oriente Medio, Asia Meridional y África, y nombrar a un nuevo director.
Una vergüenza para la autonomía universitaria.
Acto seguido, se fueron contra Harvard, congelándole dos mil doscientos millones de dólares de financiamiento federal. A diferencia de Columbia, no cedieron: “La universidad no renunciará a su independencia ni a sus derechos constitucionales. Ni Harvard ni ninguna otra universidad privada puede permitirse ser intervenida por el gobierno federal. Por consiguiente, Harvard no aceptará las condiciones del gobierno como un acuerdo de principio”.
Fiel a su estilo, Trump dobló las apuestas. El presidente escribió en su red social Truth: “¿Tal vez Harvard debería perder su estatus de exención de impuestos y ser gravada como entidad política si sigue impulsando ‘enfermedades’ políticas, ideológicas y de inspiración/apoyo al terrorismo? Recuerden, ¡el estatus de exención de impuestos está totalmente supeditado a actuar en el interés público!”.
Para las finanzas de cualquier universidad privada sería un golpe durísimo comenzar a pagar impuestos. Trump lo sabe y por eso sube las apuestas en esta nueva batalla en contra de instituciones independientes que están diseñadas para cuestionar, no para aplaudirle al poder.