Esta técnica, ampliamente utilizada en Estados Unidos para la extracción de hidrocarburos, permite a la nueva Administración redefinir su posición en la economía global sin preocuparse por el suministro energético
Santiago Carcar
Año 2010, Nueva York. En el mítico restaurante Cipriani de Wall Street, la industria petrolera premia a los suyos con los Platts Global Energy Awards. Uno de los ejecutivos españoles presentes en el acto comenta de forma distendida las bondades de una técnica en expansión en la industria de los hidrocarburos, el fracking. Explica que va a revolucionar el mercado del petróleo y del gas natural y va a convertir a Estados Unidos de país importador de hidrocarburos a país exportador. El ejecutivo manejaba buena información. Tres lustros después, EE UU se ha convertido en el primer productor de gas natural del mundo —25% de la producción mundial— tras Rusia e Irán y ha logrado ser autosuficiente en energía. El fracking, que obtiene petróleo y gas de esquisto mediante la fractura de rocas con agua a presión e inyección de productos químicos, se ha convertido en la espoleta de la bomba comercial de Donald Trump.
El gas y el petróleo del fracking, extraído en Texas, Oklahoma, Nuevo México, Wyoming y Luisiana, cubre las espaldas civiles y militares de EE UU y permite a la nueva Administración replantear las bases del comercio mundial sin temor al desabastecimiento energético. No se trata solo de gas natural y de su exportación en forma de gas licuado (GNL); en 2022, dos tercios de todo el petróleo estadounidense provino del fracking, en comparación con menos del 7% hace dos décadas. Según la US Energy Administration, desde 2015 el petróleo extraído mediante fracturación hidráulica ha representado más de la mitad de la producción total de petróleo crudo de Estados Unidos.
Trump ha desconectado de cualquier preocupación por el clima y el medio ambiente; ha sacado por segunda vez al país del Acuerdo de París e intenta aprovechar la abundancia de hidrocarburos para equilibrar la balanza comercial de EE UU con la Unión Europea. Gas estadounidense en lugar de gas ruso. No se trata solo de dinero, también de influencia. Las cartas están sobre la mesa. Trump ha adelantado que podría rebajar los aranceles —aplazados por el momento— si la UE compra energía a EE UU por un valor de 350.000 millones de dólares. Un envite añadido porque, según la oficina estadística comunitaria Eurostat, la Unión Europea compró en Estados Unidos el 16,1% del petróleo que consumió en 2024 y el 45,3% del gas natural licuado importado, muy por encima de Rusia (17,5%) y Noruega (13,5%).
La Administración Trump aprovecha la polémica tecnología del fracking —controvertida porque, además de agua, utiliza compuestos químicos en proporción desconocida—, pero la apuesta viene de atrás. Hillary Clinton, secretaria de Estado de 2009 a 2013 con Barak Obama como presidente, impulsó el fracking dentro y fuera de EE UU. En 2010 publicó el documento “Iniciativa global de gas de esquisto: Equilibrar la seguridad energética y las preocupaciones ambientales”. Dentro del Departamento de Estado, la Oficina de Recursos Energéticos, se encargó de analizar los desafíos de Estados Unidos en política exterior, especialmente en torno a la energía para los próximos 25 años. Documentos publicados de la Comisión Federal de Electricidad de México detallan que, según la Energy Information Administration (EIA) de EE UU, la Administración Obama realizó en 2011 y 2013 los primeros informes mundiales de recursos técnicamente recuperables de petróleo y gas de esquisto. Los informes evaluaron 137 formaciones de esquisto en 41 países (EIA, 2013). Se actualizaron en 2015 con la inclusión de Chad, Kazajstán, Omán y los Emiratos Árabes Unidos (EAU) (EIA, 2015). La Oficina conocía la importancia de los hidrocarburos no convencionales. En 2013, la EIA ya estimaba que “a nivel mundial, el 32% de los recursos totales estimados de gas natural se encuentran en formaciones de esquisto, mientras que el 10% de los recursos de petróleo estimados se encuentran en esquisto o formaciones compactas”.
En ese escenario, el potencial de Canadá como productor de gas no convencional (shale gas), identificado desde antiguo por EE UU, es uno de los factores que explica el interés anexionador de Trump. Canadá como Estado 51 de EE UU. Los canadienses utilizaron el fracking por primera vez en la Formación Montney en la Columbia Británica en 2005 y en 2006 en la cuenca del río Horn. A partir de ahí el interés por estos yacimientos se extendió hacia Alberta, New Brunswick, Nueva Escocia y Quebec. Canadá cuenta con 11 formaciones geológicas de shale gas y tight gas —de formaciones compactas— (Government of Canada, 2020). Cuenta también con yacimientos de petróleo no convencional en Bakken/Exshaw, Montney/Doig, Duvernay/Muskwa, Cardium and Beaverhill Lake Group, Viking, Lower Shaunavon, Lower Amaranth, Macasty (Anticosti), Green Point y Canol (EIA, 2013). Es un apetitoso botín.
En el caso de Europa, los informes estadounidenses identificaron hasta 13 países con cuencas con potenciales recursos. Pero la técnica no ha progresado por los riesgos medioambientales. En España, la prohibición del fracking —Ley 7/2021, de 20 de mayo, de Cambio Climático y Transición energética— acabó con los planes de las empresas implicadas como la Sociedad de Hidrocarburos de Euskadi (SHESA) —controlada por el Gobierno Vasco— y la compañía Oil&Gas Capital, impulsada ésta por inversores y directivos de origen vasco, algunos de los cuales trabajaron en su momento para compañías como Gamesa o Iberdrola.
La EIA, el organismo de estadística y de análisis en el Departamento de Energía de EE UU, pinta un escenario ideal para el negocio gasista del país. Su último informe estima que las exportaciones de gas van a crecer un 18% este año debido en parte a las nuevas instalaciones de gas natural licuado (GNL) —Plaquemines LNG en Louisiana— que entraron en funcionamiento a finales de 2024. EE UU cuenta con ocho terminales de exportación de GNL. “Aunque China actualmente no está importando GNL de EE UU —sostiene el Departamento de Energía—, evaluamos que la amplia demanda mundial de GNL y las cláusulas de destino flexibles […] significan que las exportaciones de GNL no se verán afectadas en gran medida por los desarrollos recientes de la política comercial”. “Drill, baby, drill” (Michael Steele, vicegobernador de Maryland, 2008).