El elogio unánime al legado y al palmarés del escritor convive con la división que sus posiciones políticas siempre han generado en su país
Naiara Galarraga
La neblina matutina envolvía este lunes los rascacielos encaramados a las colinas costeras de Lima. Los surferos cabalgaban sobre las olas bravas del Pacífico mientras tierra adentro los que tienen que trabajar de sol a sol para ganarse el sustento esperaban pacientemente en filas kilométricas para tomar un autobús que avanzaría a paso de tortuga en el infernal tráfico de la capital peruana. A primera vista, un día cualquiera, pero Perú amaneció este lunes sin el más ilustre y universal entre sus hijos, Mario Vargas Llosa, fallecido el domingo rodeado de los suyos y en paz a los 89 años. Su país lo ha despedido con un día de luto nacional y la bandera rojiblanca a media asta por decreto. Ningún otro gesto institucional, en respeto a su deseo. El Nobel quiso una despedida íntima, sin homenajes públicos.
“Cuando supe que murió, sentí que se acaba una era para el Perú”, explica al teléfono el pintor peruano Rember Yahuarcani. “Acaba una era universal porque no creo que tengamos otro Nobel en 50 o 100 años”, añade este pintor que, entre la obra de su compatriota, elige como su preferida Lituma en los Andes. “Sus opiniones políticas siempre han dividido al Perú”, afirma. “Juzgarlo desde esa óptica política está bien, pero no olvidemos que es de los más grandes” de la literatura universal.
Los peruanos separan al Vargas Llosa escritor del Vargas Llosa político. Mientras con minuciosidad exquisita construía novelas, intentó alcanzar la presidencia de la república en 1990 y cayó derrotado ante Alberto Fujimori, sobre cuyo autoritarismo advirtió pronto. Y siempre participó desde cerca y desde lejos en todos los grandes debates nacionales e internacionales.
Al primero, al autor, los peruanos lo consideran el genio con un talento incuestionable que llevó a su país a las mayores glorias con el Nobel o su entrada en la Academia Francesa, el primer escritor latinoamericano y sin crear en francés. Desde hace décadas era uno de los grandes embajadores de Perú, sin dejar de analizar con ojo crítico el alma nacional. En 2023, justo un mes después de la histórica ceremonia parisina, Perú le otorgó su máxima condecoración, la Orden del Sol. Recibió ese honor con polémica, porque fue de manos de la presidenta Dina Boluarte, muy cuestionada por la represión de las protestas y varios escándalos de corrupción. Tras el anuncio de su muerte, Boluarte dijo en X que “su genio intelectual y su vastísima obra permanecerán como legado imperecedero para las futuras generaciones” antes de desearle: “Descansa en paz, ilustre peruano de todos los tiempos”.
Vargas Llosa y su obra se erigen desde hace muchas décadas como una de las principales señas de identidad de Perú ante el resto del mundo. Junto a él, la majestuosa ciudad inca de Machu Picchu y la gastronomía peruana con el ceviche como estandarte. Tras esa imagen internacional, un país que sigue sin encontrar su rumbo. Vive de crisis en crisis sin respiro y está corroído por una polarización y un descrédito extremo de la clase política.
La secretaria jubilada Ivonne Gehri lo admira “porque fue un hombre auténticamente libre, sin pensar en el qué dirán o las controversias que sus posiciones pudieran causar. Unos lo amamos, otros lo odiaban”, dice. Escoge La guerra del fin del mundo, pero añade que necesita releer ese y otros de sus libros porque algunos personajes se le han desdibujado con el paso de los años.

En su quiosco de prensa en una zona noble de Lima, Isabel Coello, de 79 años, “diez menos que él”, elogia al escritor por su vasta obra, por haber ayudado “sin envidia” a Alfredo Bryce Echenique en su carrera, pero también porque logró llegar al final de sus días con autonomía. “No ha muerto en la cama frustrado, sino caminando por Lima, escribiendo”. Pero lo que más admira Coello de su ilustre compatriota es su capacidad de reconocer sus errores. “Aquí en política apoyó a los buenos y a los malos confiando cada vez en que podrían sacar el Perú adelante. Y cuando corresponde, reconoce sus errores; es un señor maravilloso, muy noble”, dice tras el mostrador donde las primeras páginas de los diarios más serios, y alguno popular, están dedicadas íntegramente a distintas versiones en blanco y negro del Vargas Llosa de siempre, elegante y con esa mirada serena. Entre las novelas del Nobel elige La fiesta del Chivo.
Varios articulistas destacan que, fiel a sus principios y su radical defensa de la libertad y la democracia, Vargas Llosa fue evolucionando en sus posiciones políticas. En 2021, pidió el voto para Keiko Fujimori, la hija del autócrata, frente al profesor Pedro Castillo, que levantó el entusiasmo del campesinado y terminó su mandato presidencial con un intento de golpe de Estado contra sí mismo.

El editorial del diario El Comercio destaca sobre Vargas Llosa que, “al tiempo de trabajar como un artesano de la palabra, se ocupó de utilizarla como un arma en el combate de las ideas… y eso es mucho decir en un trance histórico en el que los líderes y las ideas escasean”. Para el editorialista de La República, “legó una pregunta existencial que los peruanos no conseguimos responder: ‘¿En qué momento se había jodido el Perú?’ (Conversación en La Catedral, 1969)”. Y recuerda que hasta su último libro, Le dedico mi silencio (2023), el escritor “no dejó de intentar encontrar una solución al interrogante que describe la ansiedad histórica constante de los peruanos respecto a su futuro”.
Tanto el artista Yahuarcani como la quiosquera Coello agradecen que el hispano-peruano eligiera acabar sus días en su patria. Rodeada por varios ejemplares del Hola!, la vendedora de prensa apunta el motivo por el que ella cree que decidió instalarse en Lima tras su ruptura con Isabel Preysler: “Tenía para vivir en cualquier lugar, pero yo creo que él necesitaba el afecto de la familia”, incluida la madre de sus hijos, la prima Patricia, “que tanto le ayudó en su faceta de escritor”.
Yahuarcani enfatiza que los paseos del Nobel de Literatura estos últimos meses por el centro histórico de Lima para revisitar los escenarios de sus novelas “han roto una barrera, lo han acercado al pueblo y nos hizo partícipes de lo que Vargas Llosa significa para el mundo”.
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