Los Estados miembros votan este miércoles la represalia por el aumento del 25% de los aranceles al acero y al aluminio decretado por Trump en marzo
Íñigo Domínguez y Manuel V. Gómez
la subida al 25% de los derechos aduaneros al acero y al aluminio que aprobó a comienzos de marzo. El apoyo a esta respuesta europea parece garantizado este miércoles. Todas las fuentes consultadas confían en ello; lo contrario sería empezar con muy mal pie la contienda desde este lado del Atlántico. Las negociaciones entre la Comisión Europea y las capitales se han prolongado durante un mes para que en este primer golpe quede claro que los 27 están unidos, un principio al que las instituciones europeas y la gran mayoría de Estados miembros dan más valor que a la réplica en sí misma.
Bruselas está midiendo muchísimo los tiempos en las retorsiones comerciales que va a aplicar contra Estados Unidos en la batalla arancelaria. Ha esperado a disparar por primera vez a que Trump anunciara los aranceles masivos e, incluso, a que entren en vigor. Para la Comisión, es muy importante que quede claro que este conflicto no lo ha comenzado Europa, que no hay agresión europea alguna ―por mucho que algunas declaraciones del presidente estadounidense apunten en sentido contrario―, y que está dispuesta a buscar en todo momento una salida negociada a esta situación en la que nadie va a salir ganando. Por eso, y para construir un acuerdo firme entre todos los socios, la votación se ha fijado para este miércoles.
El Ejecutivo comunitario podría haber priorizado la rapidez en el contragolpe, pero ha preferido garantizar la unidad. El sistema de votación dificulta mucho el rechazo a su propuesta. Los detractores, si los hubiera, precisarían de una mayoría cualificada contraria en el Consejo de la UE. Es decir, haría falta que votaran en contra un 55% de países que sumaran al menos un 65% de población. Pero el equipo de la presidenta Ursula von der Leyen ha preferido esperar. Sabe que esta guerra va para largo y es mejor sacrificar el castigo a algunos productos, como el whisky bourbon, para lograr un consenso muy amplio.
Lo que votarán concretamente este miércoles los consejeros comerciales de los Estados miembros son dos listados de productos estadounidenses a sancionar con aranceles del 25% en su gran mayoría. En principio, sumaban un paquete equivalente a unos 26.000 millones de euros, pero esa cifra se ha reducido en el tira y afloja y quedará previsiblemente más baja este miércoles. Entre los bienes a castigar figuran el maíz, la soja, el cobre o los pintalabios. Este grupo de artículos responde a uno de los criterios con los que suele elaborarse estas retorsiones, la facilidad de sustitución de la importación. Esos cereales, por ejemplo, también se pueden comprar en Brasil o Argentina. También suelen buscarse productos simbólicos, en este caso los pantalones tejanos. Una de las importaciones emblemáticas que se ha librado en el proceso de negociación es el whisky bourbon: la amenaza de Trump de que si la UE castigaba a esta bebida alcohólica impondría una tasa del 200% sobre los vinos europeos surtió efecto. Y, por supuesto, están las manufacturas que han provocado esta respuesta: acero y aluminio.
La intención de la Comisión, una vez se apruebe la primera réplica contra Estados Unidos, es continuar en esta línea si no se abre paso la vía de la negociación. El portavoz del Ejecutivo europeo en asuntos de Comercio, Olof Gill, ha detallado este martes el calendario de las próximas respuestas: “A comienzos de la semana que viene, presentaremos nuestro plan. Explicaremos la hoja de ruta, que luego consultaremos con los Estados miembros y las industrias, antes de presentar las medidas finales, que entonces enviaremos a los Estados para que los voten”, ha explicado el portavoz comercial. Es la misma secuencia que Bruselas ha seguido con los primeros aranceles al acero y el aluminio. Tras esa primera andanada, Washington anunció el aumento de tarifas aduaneras del 25% para los coches y después los aranceles masivos. Sería, pues, la respuesta a este paquete.
La duda que no despeja todavía la Comisión es si va a decidirse a castigar el comercio de servicios y si empleará para eso el instrumento anticoerción, que ampliaría mucho el abanico de posibles réplicas en cualquier guerra comercial. Si no lo hace es porque todavía hay resistencias entre bastantes Estados miembros para dar este paso. Para muchos de ellos sería el último recurso en una refriega con Estados Unidos, dada la relación histórica que han tenido con la primera potencia mundial o por su afinidad política en este momento.
Uno de esos países que tiene mucha sintonía con la Administración de Donald Trump es Italia. Roma ha apoyado hasta ahora a la Comisión, aunque le ha hecho varias reclamaciones, como sacar de los productos a sancionar al bourbon para que no hubiera contrarréplica sobre el vino. Además, su primera ministra, Giorgia Meloni, está empeñada en convertirse en la interlocutora privilegiada de Trump con la UE. Y con ese objetivo, ha confirmado este martes que viajará a Washington y se reunirá con el presidente estadounidense el próximo 17 de abril.
Ese viaje llegará dos días después de la entrada en vigor de una parte de los aranceles que previsiblemente se aprueban este 9 de abril, lo que la colocará en una posición que pondrá a prueba su habilidad para los equilibrios y su relación con Trump, sobre todo a la hora de comparecer en una rueda de prensa conjunta. De hecho, Roma llegó a pedir que la entrada en vigor de esas tarifas aduaneras se retrasara hasta el 30 de abril. Es decir, después del viaje de Meloni y de la visita a Italia del vicepresidente J. D. Vance, el próximo 18 de abril.
La primera ministra italiana defiende una línea suave con Trump, abierta a una negociación. Es una cita en la que el Gobierno italiano trabaja desde hace días, en su afán por marcar una línea propia y a contracorriente del sector más beligerante de la UE. La línea de la primera ministra italiana sobre los aranceles estos días es, en esencia, que no es para tanto y que el pánico es un tanto exagerado. Volvió a repetirlo al anunciar su visita a la Casa Blanca, en un discurso durante un encuentro con empresarios italianos, para analizar el impacto de la guerra comercial.