Las sanciones impuestas por Estados Unidos a países asiáticos y europeos ofrecen a México una posición de ventajosa en términos comerciales.
La semana que hoy concluye marca un hito decisivo en la historia económica mundial reciente. Durante décadas, el mundo trabajó intensamente para construir instituciones sólidas y reglas claras encaminadas a fomentar la globalización, la cooperación internacional y el comercio abierto.
El objetivo fundamental era evitar la repetición de conflictos globales devastadores, como las dos guerras mundiales que marcaron profundamente al siglo XX.
Desde entonces, aunque surgieron períodos complejos como la Guerra Fría y diversos conflictos regionales, se logró evitar una nueva conflagración global.
Sin embargo, ahora enfrentamos una guerra de naturaleza distinta pero igualmente peligrosa: una guerra comercial,desencadenada principalmente por Estados Unidos bajo la administración del presidente Donald Trump.
En 1944, las instituciones fundamentales como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial fueron creadas precisamente para estabilizar la economía global y fomentar un desarrollo equitativo y sostenible. Poco después, en 1947, se desarrolló el Acuerdo General de Aranceles y Comercio (GATT), que dio paso a la Organización Mundial de Comercio (OMC) al inicio del siglo XXI, consolidando un sistema internacional diseñado para reducir barreras comerciales y resolver conflictos económicos mediante negociaciones multilaterales.
La estabilidad lograda tuvo sus límites claros. En 2008, una crisis financiera global sacudió los nacimientos de la economía mundial, equiparable en magnitud únicamente a la Gran Depresión de 1929-32. Aunque en esa crisis no surgió una guerra arancelaria, sí evidencia fragilidades profundas en el sistema económico internacional. El impacto social fue devastador, con pérdidas masivas de empleos y un aumento considerable en la desigualdad económica, factores que crearon un terreno fértil para el descontento social.
La secuela de esa crisis mostró claramente el profundo descontento de millones de personas alrededor del mundo, quienes comenzaron a percibir la globalización como la causa directa de su precarización laboral, pérdida de ingresos y disminución en la seguridad económica y social.
Este contexto dio paso a movimientos políticos y sociales en franca oposición a la apertura económica y a las reformas que habían predominado en décadas anteriores.
Estos movimientos cobraron fuerza en 2015, particularmente en Estados Unidos con la inesperada candidatura y posterior triunfo electoral de Donald Trump, un empresario mediático y controvertido cuyas propuestas aislacionistas encontraron eco en amplios sectores sociales. Paralelamente, en Europa surgió con fuerza el movimiento Brexit, que logró separar al Reino Unido de la Unión Europea, en otro golpe decisivo a la globalización.
Hoy presenciamos una nueva etapa de esta compleja transición global.
El regreso al poder de Donald Trump en enero de este año ha fortalecido aún más las políticas aislacionistas. La reciente imposición por parte del gobierno estadounidense de los llamados “aranceles recíprocos” el pasado 3 de abril señala claramente el inicio de una fase mucho más agresiva de proteccionismo económico.
El grado actual de protección de la economía estadounidense es comparable a los niveles observados a principios del siglo XX, una época marcada por graves crisis económicas y conflictos comerciales prolongados.
Cada día es mayor el temor de que esta política comercial conduzca a una recesión económica en Estados Unidos, que podría extenderse rápidamente hacia otras economías importantes, generando un efecto dominó de consecuencias globales.
Además, los aranceles impuestos en represalia por otros países ante las medidas estadounidenses encarecerán inevitablemente las importaciones y afectarán negativamente al comercio mundial.
La posibilidad de un decrecimiento global en las operaciones comerciales se vuelve cada vez más real y preocupante.
La transición hacia economías basadas en la producción y el consumo interno para compensar estas pérdidas comerciales podría ser un proceso largo y complicado, que llevaría años materializarse plenamente.
Aunque es posible que futuros cambios políticos puedan revertir algunas de estas decisiones, actualmente enfrentamos una etapa de alta incertidumbre económica global.
México no está aislado de estos desafíos. Debido a la estrecha integración económica con Estados Unidos y la existencia de sólidas cadenas productivas conjuntas, nuestro país difícilmente podrá esquivar completamente las repercusiones de esta guerra comercial.
Si bien México fue parcialmente exento de los aranceles más severos impuestos por Estados Unidos, varios sectores estratégicos sí enfrentan afectaciones significativas.
Sin embargo, esta compleja coyuntura abre paradójicamente una oportunidad estratégica única para México.
Las sanciones impuestas por Estados Unidos a países asiáticos y europeos ofrecen a México una posición de ventajosa en términos comerciales. En un mundo en el que la regionalización y el comercio local se consolidan como el nuevo paradigma, México cuenta con la ventaja crucial de estar ubicado geográficamente junto a la economía más grande del mundo y tener un Tratado de Libre Comercio vigente.
A pesar de los desafíos que implica tener a Trump como protagonista en esta nueva realidad económica, México puede transformar esta crisis global en una oportunidad estratégica clave para su desarrollo futuro.