Entre los legisladores de Morena permea el desaliento. La reciente votación para preservar el fuero de Cuauhtémoc Blanco —ex gobernador señalado por tentativa de violación, nexos con el crimen organizado, desvío de recursos públicos y un largo historial de corrupción— ha generado una profunda repulsión colectiva.
Vergüenza e indignación. Herida abierta en la moral del partido.
La tensión es innegable. Las fisuras que la decisión de proteger a Cuauhtémoc ha provocado parecen difíciles de cauterizar.
Ricardo Monreal ha olfateado la situación. Y en modo urgencia, ha dedicado varios días a aplacar tensiones, enviando mensajes de “afecto sincero”, “cariño” y “solidaridad” a los legisladores que acataron la línea oficial. Paralelamente, maniobra para aislar y responsabilizar a las diputadas morenistas que votaron en disidencia, acusándolas de haber sucumbido a la estrategia de “la derecha”, “la oposición” y “la guerra sucia”.
Monreal se dice víctima de un ambiente de linchamiento y persecución. Pero Monreal no es víctima de nada.
Muy al contrario, Monreal es el artífice de la fractura y el desaliento que hoy imperan en Morena. Su liderazgo, vertical y autocrático, se sostiene sobre la expectativa de una lealtad ciega por parte de los diputados, a quienes concibe, no como representantes con criterio propio, sino como piezas prescindibles en su maquinaria política. Carne de cañón. Instrumentos obedientes que deben avalar sin cuestionamientos lo que se les ponga enfrente.
Muchos diputados se perciben a sí mismos como meros títeres en una puesta en escena cuyo guion desconocen y cuyas motivaciones jamás se les explican. Ignoran si las órdenes provienen de Claudia Sheinbaum o de los oscuros y calculados pactos de Monreal.
Se les exige respaldar decisiones que contravienen los principios fundacionales del movimiento. Resoluciones con las que no comulgan y cuyas consecuencias no recaerán en los titiriteros, sino en los títeres. Al final del día, son los diputados quienes tendrán que regresar a territorio, humillados, a explicar por qué votaron en favor de algo que les revuelve el estómago.
Por su parte, Monreal se percibe como el constructor de un ambiente legislativo de división. La Cámara está fragmentada en dos clases. Por un lado, los legisladores “de primera”, los aliados incondicionales de Monreal y Pedro Haces. Y por el otro, los de segunda, el resto de la bancada. Un grupo relegado a seguir órdenes y callar.
El caso de Cuauhtémoc Blanco ha tensado la liga de Morena. La molestia es palpable. Será difícil que los diputados vuelvan a votar con la misma docilidad en asuntos de semejante carga moral. Muchas de las diputadas que, en un principio, estaban dispuestas a respaldar el desafuero y que, bajo presión, terminaron cambiando su voto, sienten ahora que fueron dejadas a su suerte. Se les exigió lealtad, pero no se les ofreció una salida digna para responder ante sus bases.
Estimo que Morena está cometiendo un grave error. En la arena política, la sumisión impuesta rara vez se traduce en estabilidad. La disciplina a costa de la dignidad política tiene un precio. Las fisuras pueden pronto convertirse en grietas.