En unas semanas más, los estudiantes y maestros de la Universidad de Sonora votarán para elegir de manera indirecta quién será el nuevo rector o rectora de la más grande e importante universidad del estado.
Será una elección indirecta porque no será mediante el voto personal y directo el que decidirá quien dirija la universidad, ya que la nueva ley universitaria (ley169), que sustituyó a la llamada ley Beltrones, no establece el mecanismo de elección directa.
Sin embargo, la nueva ley promueve la participación de estudiantes y maestros en la elección, así como que los aspirantes realicen campañas abiertas en los campuses universitarios, exponiendo sus ideas respecto al desarrollo de la misma, como vemos hoy.
Son mecanismos de participación que estimulan la reflexión y discusión sobre los próximos años de la vida universitaria.
La ley anterior soslayaba esa participación debido a los conflictos que se produjeron anteriormente.
La Junta Universitaria, que existía en la ley anterior, no incluía a estudiantes y maestos; realizaba consultas, no públicas, en la comunidad universitaria y escuchaba en audiencia, tampoco públicas, a los aspirantes. Finalmente, los integrantes de la junta, mediante su voto, determinaban quién era rector o rectora de la Universidad.
Así ocurrió durante los últimos 33 años. Ahora, en la nueva ley, la figura de la junta universitaria desapareció. Será un Colegio Universitario, en el que participan alumnos, maestros y autoridades universitarias, el que tomará la decisión.
Muchas cosas han cambiado en la universidad en el transcurso de estos años. Unas para bien y otras para mal.
La universidad cuenta con instalaciones flamantes, lo que es un logro indiscutible, pero su nivel académico sufrió un importante retroceso debido al cierre por dos años a que se vio obligada por la pandemia de Covid19.
Por otra parte, durante por lo menos 16 años llegaron al poder dos rectores que se reeligieron formando grupos de interés al interior de la universidad, los que, a su vez, formaban parte del grupo de “los químicos” que ejerció durante muchos años una importante influencia abrumadora en la dirección de la universidad.
Bajo los nuevos parámetros que establece la nueva ley universitaria, esperamos que la participación de alumnos sea determinante, pues son ellos los que padecen o disfrutan de una buena conducción de la universidad que fomente una mejor formación académica.
Los estudiantes de la Universidad de Sonora son, seamos claros, la flor de la juventud sonorense, sin menospreciar para nada a los estudiantes de otras instituciones educativas.
Pero ahí se concentra el mayor número de estudiantes de educación superior en el estado, procedentes de los más diversos lugares, distintos estratos sociales y diversa formación académica y cultural.
Los estudiantes universitarios acuden a la universidad en buena medida por el apoyo de sus familias que con su esfuerzo y trabajo hacen posible que acudan a recibir una formación universitaria que esperan que los prepare de la mejor forma posible.
Muchas veces no se toma en cuenta el trabajo de los padres y madres de familia por apoyar a sus hijos para que acudan a la universidad, como si los trabajos bien pagados estuvieran a la vuelta de la esquina.
Yéndonos más allá, los estudiantes universitarios son herederos indirectos, y algunos directos, de las luchas que dieron otros jóvenes universitarios por mejorar la universidad a través de movimientos, como sucedió en los años de 1967, 1972 y 1991.
En particular, los movimientos estudiantiles de 1967 y 1972 fueron reprimidos por la fuerza por los gobiernos de entonces, con lo que detuvieron la mejoría de la universidad, dejando una estela de oscurantismo y mediocridad. En 1991, la “represión” fue disuasiva o selectiva.
Hoy no es así. Al menos no creemos que el gobernador Alfonso Durazo reprima la participación estudiantil.
Los estudiantes de la Universidad de Sonora son su fuerza vital; de ellos depende, en buena medida, el destino inmediato de la “máxima casa de estudios” de Sonora.
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