Creo en la libertad de expresión como uno de los derechos fundamentales de la democracia-liberal. Por tanto, debe tener el menor número de restricciones posibles por parte del Estado.
Una de las cosas que más me gusta de la democracia estadunidense es el derecho a la libertad de expresión consagrada en la Primera Enmienda Constitucional. A diferencia de otros regímenes democráticos, Estados Unidos siempre ha sido más celoso en la defensa que tienen los individuos de expresarse.
En relación con el discurso de odio, por ejemplo, el vecino del norte es mucho más tolerante que los países europeos. En “Brandenburg vs. Ohio”, la Corte Suprema de Estados Unidos decidió que la restricción aplica al discurso que pueda incitar o incite una violencia inminente. En Europa, sin embargo, la prohibición es más amplia: incluye a discursos que puedan afectar el orden público o los derechos de terceros.
Desde su nacimiento como nación independiente, Estados Unidos siempre ha tenido una cultura de mayor rechazo a la intervención gubernamental cuando se trata de limitar la expresión de los individuos. Europa, en cambio, cuenta con una tradición más estatista; después de los terribles resultados de los regímenes totalitarios basados en teorías raciales, en particular el nacionalsocialismo alemán, Europa limitó de manera decidida los discursos de odio.
En Estados Unidos está permitido que grupos neonazis y/o supremacistas blancos puedan expresar pública y libremente sus opiniones, lo cual está prohibido en varias naciones europeas; la incitación al odio racial o religioso se castiga con multas o penas de prisión.
En lo personal, me chocan los discursos de odio. Sin embargo, siguiendo la tradición americana, no estoy de acuerdo en restringirlos.
Creo en la libertad de expresión como uno de los derechos fundamentales de la democracia-liberal. Por tanto, debe tener el menor número de restricciones posibles por parte del Estado.
Me temo que con Donald Trump en la Presidencia las cosas están cambiando en el vecino del norte.
Para mal.
Ahí está el caso, por ejemplo, de Mahmoud Khalil, estudiante de la Universidad de Columbia en Nueva York, una de mis alma mater. Palestino de origen, criado en campos de refugiados en Siria, llegó a Estados Unidos a estudiar. Eventualmente obtuvo su residencia permanente.
En 2024, fue una de las figuras centrales en las protestas estudiantiles de Columbia que tanto escándalo causaron por sus claros tintes antisemitas, muy en línea con el grupo terrorista de Hamás.
Hace unos días, agentes de inmigración lo detuvieron con alevosía y ventaja. Lo trasladaron a una prisión en Luisiana. Aunque todavía no lo acusan formalmente de nada, el gobierno de Trump quiere deportarlo por su participación en las protestas invocando un poder que tiene el Ejecutivo de hacerlo con “extranjeros acusados de socavar la política exterior de Estados Unidos”.
Khalil, al parecer, repartió propaganda de Hamás en el campus de Columbia. Hay que recordar que este grupo palestino es considerado como terrorista en Estados Unidos.
Yo no estoy de acuerdo con las posturas palestinas radicales de Hamás. Mucho menos con el antisemitismo de los que supuestamente rechazan las políticas del Estado de Israel, pero su odio es más bien contra los judíos.
No obstante, defiendo el derecho que tienen a manifestarse y decir, con toda libertad, todas las barbaridades que quieran, incluyendo sus discursos de odio.
También, como lo he dicho en este espacio, creo que todos los odiadores deben ir a sus mítines y expresar sus puntos de vista con el rostro destapado. La libertad conlleva la responsabilidad de dar la cara. No se vale invocar el derecho a la libertad de expresión con el rostro encubierto.
Sí, que den la cara, como lo hizo Khalil.
Me parece un retroceso para la República estadunidense que el gobierno lo detenga, prive de su libertad y pretenda deportarlo por sus chocantes puntos de vista.
Nos recuerda las épocas del macartismo de los años 50 del siglo pasado cuando desde el Senado estadunidense se hicieron listas negras de individuos con presuntos vínculos comunistas generando el despido de sus trabajos de varios de ellos. Un capítulo negro de la democracia de ese país protagonizado por el senador Joseph McCarthy, cuyo asesor principal era nada menos que Roy Cohn, el gran mentor de Donald Trump.
El futuro de Mahmoud Khalil lo decidirá el Poder Judicial. Un juez ya ordenó su traslado de Luisiana a Nueva Jersey para que ahí se litigue su caso. Por el bien de la libertad de expresión, ojalá lo liberen y pueda seguir viviendo en Estados Unidos expresando sus puntos de vista, por más groseros que sean.