Comer tres veces al día en Cuba es un privilegio y la principal preocupación de sus pobladores es la crisis alimentaria. Aquí, la primera parte de un reportaje que retrata la lucha diaria en la isla para no morir de hambre.
BLOOMBERG EN LINEA
La Habana, Cuba — Una fila de alrededor de 15 personas se extiende frente a un puesto de venta de alimentos habanero y obstruye el paso en un tramo de la popular y bulliciosa calle Reina, en Centro Habana.
No parece haber nada del otro mundo, y aun así todo el que pasa mira y pregunta qué venden. Unos siguen de largo al descubrir que se trata de pollo, picadillo y mortadela; otros se colocan al final.
Una anciana de unos 80 años con el pelo canoso, recogido en un moño, mira su reloj con ansiedad mientras espera su turno. Lleva una bolsa de tela de la cual saca su monedero y cuenta el dinero con el que comprará las dos libras de picadillo, que le comentó a la señora de atrás.
Más adelante en la fila, un padre joven sujeta la mano de su hijo inquieto. Ya les falta poco para comprar, pero aun así el pequeño no parece contento. La espera ha sido larga y el calor de las once de la mañana, agobiante.
La fila crece y avanza lentamente. Ahora hay unas treinta personas pese a que los cubanos comunes y corrientes, los “de a pie”, cada vez tienen menos qué comprar y dinero con qué hacerlo. Aunque tal vez lo más exacto sea señalar que cada vez son menos los que pueden comprar.
La conversación entre los que esperan es angustiosa. No se habla de otra cosa que no sea de la incertidumbre con la nueva administración estadounidense y su repercusión en la isla, la escasez de alimentos, los altos precios, la subida imparable del dólar, la “lucha”, las colas…
En Cuba son muy populares las colas, como comúnmente se les llama a estas filas para la compra de cualquier tipo de productos. Hasta por gusto se hacen. Para ver qué hay, aunque no se tenga la intención de comprar. Por curiosidad. Como si quienes no pueden alimentarse bien y saciarse con la comida suficiente en mano, al menos lo hicieran con lo que se le atraviesa por la vista.
Comer se ha convertido en la principal preocupación y motivo de estrés de las familias cubanas desde hace años, según el informe “El estado de los derechos sociales en Cuba” del Observatorio Cubano de Derechos Humanos (OCDH). Al mismo tiempo, es a lo que destinan el 70% de sus ingresos, de acuerdo con datos ofrecidos por el presidente Miguel Díaz-Canel Bermúdez.
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Julia Hernández es una abuela y ama de casa de 64 años que vive en el humilde barrio Los Sitios, en Centro Habana. Cada día sale temprano a la bodega a comprar los tres panes que le “tocan por la libreta” y ver si, de casualidad, “llegó algo nuevo”.
Sin embargo, desde hace tiempo en Cuba se extrañan ese tipo de “casualidades”.
Desde 2023, los cubanos han estado recibiendo cada vez menos alimentos subvencionados que, durante décadas, el Estado ha proporcionado a través de la libreta de racionamiento. Si bien esta canasta básica no alcanzaba para cubrir todo el mes, era un alivio y el principal sustento alimenticio de la mayoría de núcleos familiares. Ahora el panorama se vuelve más preocupante. Antes de finalizar el 2024, el Gobierno anunció su eliminación gradual.
Apurada para regresar antes de que su nieto de dos años despierte, recorre cada mañana los puestos de venta de comida del barrio a ver qué encuentra y qué puede comprar con los 300 (US$12,50) o 500 pesos (US$20,83) que su hija, la madre del pequeño, le suele dejar.
“El dinero hay que estirarlo como un chicle y hacer magia con él”, dice Hernández a Bloomberg Línea. “Si compro una libra de picadillo o un trozo de jamonada (mortadela), no puedo comprar unas vianditas ni ensalada. Si compro una libra de frijoles, no me va a dar para comprar el pollo o el picadillo”.
Lo que se está viviendo en estos tiempos, asegura no haberlo vivido antes. “Aquí siempre hemos estado mal, pero no como ahora. Hay que estar en la lucha todos los días, viendo qué se resuelve por aquí y por allá, qué se inventa para uno poder llevarse un bocado a la boca. Y si tienes un niño es peor”, dice la abuela. “Uno es adulto y puede engañar al estómago con cualquier cosa, pero los niños no entienden”.
¿Cuánto cuesta comer en Cuba?
“Lucha” es un eufemismo que designa maneras alternativas de conseguir los alimentos, por ejemplo: mediante trueque, pidiendo a algún vecino, incluso robando o buscando entre la basura. “Invento” es preparar platos con lo conseguido en la “lucha”.
Según el OCDH, siete de cada diez pobladores de la isla se privan de desayunar, almorzar o cenar. Y el 54% de los hogares asegura irse a la cama con hambre, de acuerdo con Food Monitor Program (FMP), una iniciativa que lleva años evidenciando cómo el derecho a la alimentación es utilizado como un instrumento de control político.
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Un joven habanero, que ha preferido no dar su nombre por temor a represalias debido al clima represivo y al estricto marco legal que atenta contra la libertad de expresión en la isla, comenta a Bloomberg línea que para muchos el desayuno en Cuba consiste en agua con azúcar o café, en caso de conseguirse, pero un gran número de familias lo pasan por alto completamente.
Hay quienes almuerzan con el pan de 60 gramos entregado a diario por el Estado y reservan el “plato fuerte” para la comida de la tarde noche, cuando están todos en casa. Otros guardan el pan como refuerzo para la noche, generalmente las familias con niños, o para que estos lo lleven de merienda a la escuela.
La “comida fuerte” usualmente es un muslo o un contramuslo de pollo —ripeados muchas veces para que rinda más—, una pequeña porción de picadillo o embutidos (salchichas, mortadela, salame). Pueden ir acompañados con arroz, harina de maíz o viandas —boniato, plátano, calabaza—, que a su vez se complementa con un poco de frijoles, chícharos o alguna sopa de sustancia, preparada con agua, sal y huesos de pollo.
Comer pollo, pescado y la tan anhelada carne de cerdo es un lujo para muchísimos cubanos.
En el primer semestre de 2024 el salario promedio en Cuba aumentó de 4.648 pesos (US$193,6) a 5.750 pesos apenas (US$239,5) al cambio actual en el mercado informal), según datos ofrecidos por el economista cubano Omar Everleny Pérez Villanueva.
Es un sueldo que todavía es insuficiente si tenemos en cuenta que una libra de carne de cerdo cuesta entre 800 (US$33,3) y 900 pesos (US$37,5); de pollo, sobre los 300 pesos (US$12,5), y de pescado, entre 200 (US$8,3) y 400 pesos (US$16,6); valores que cambian entre provincias y municipios, y según tipo y la calidad.
Además, de acuerdo con estimaciones del mismo economista, una familia cubana necesita unos 20.000 pesos al mes (US$833) para cubrir sus necesidades básicas, cifra que excede ampliamente el salario promedio.
“Una comida de arroz, picadillo, plátano frito y ensalada de col se te monta en más de 1.500 pesos, es decir, US$62,5 (arroz 750 la bolsa de 1kg, picadillo 300, plátano 250, col 300), sin contar los frijoles”, dice Marlen B., una residente de La Habana, de 59 años, que ha solicitado que se omita su apellido para evitar problemas en su trabajo estatal.
Otra mujer, de 62 años, entrevistada también bajo anonimato por miedo a represalias, comenta que el arroz con pollo y el arroz con picadillo son un lujo, para un día especial. Un día normal lo que come es arroz con viandas, arroz con “invento”, con lo que aparezca. Su chequera mensual no le alcanza para más.
El picadillo al que hacen referencia, es desde hace un buen tiempo el plato principal de la dieta de los cubanos, es en teoría carne molida de soya, de pollo o de res, aunque la médico cubana Daily Coro, del OCDH, explica a Bloomberg Línea que si bien quita el hambre, realmente desconoce sus ingredientes y su valor nutricional.
No solo el pollo es un lujo que los cubanos reservan para contadas ocasiones, sino también los huevos. Actualmente, un cartón con 30 unidades ronda los 3.000 pesos (US$125), y en 2024 llegó a costar 3.500 pesos (US$145).
Lo que puede llegar a costar un paquete de café, 1.600 pesos (US$66,6), representa casi lo mismo que una pensión mínima en la isla, 1.528 pesos, unos US$63,67, rubro que cobran mensualmente alrededor de 800.000 adultos mayores jubilados. Claro, eso si se encuentra en los particulares o en las micro, pequeñas y medianas empresas privadas, conocidas como mipymes. Pueden pasar semanas y no se consigue.
“Además de que escasea todo, hay que caminar bastante para encontrar algo que puedas comprar. Y los precios van en alza, a veces en cuestión de horas”, dice Marlen B. “El sábado antepasado yo fui al mercado de Egido y vi tomate a 80 pesos (US$3,3) la libra, llegué a mi casa, se lo dije a mi primo y cuando fue, ya estaban los mismos tomates a 100″.
Productos como el arroz, básico en la dieta de los cubanos, el azúcar o el aceite suelen escasear por temporadas, “y cuando los encuentras es en las mipymes a precios con los que no se puede, porque además los suben más”, lamenta Marlen B.
Las mipymes fueron aprobadas por el Gobierno en 2021 ante su imposibilidad de satisfacer la demanda de alimentos, “bajo estrictos controles de importación y una prohibición de entrar al mercado al por mayor”, dice Yaxys Cires, director de Estrategia Política del OCDH, a Bloomberg Línea.
A finales de 2024, mediante un Decreto del Ministerio del Comercio Interior, el Gobierno impuso nuevas restricciones a las mipymes y trabajadores por cuenta propia en el comercio mayorista, limitando sus operaciones únicamente a entidades estatales, lo que refuerza el control estatal sobre la economía y reduce la flexibilidad del sector privado.
Estas mipymes tienen, desde entonces, un plazo de noventa días para modificar su objeto social si desean continuar este tipo de actividad, mientras que las licencias de comercio mayorista previamente aprobadas serán canceladas automáticamente.
Vivir fuera de La Habana en Cuba: “El que almuerza no cena y el que cena no almuerza”
Si comer en La Habana es difícil, la situación en ciudades a los extremos de la isla se acrecienta, debido a la falta de energía eléctrica y gas. Aquí, la segunda parte un reportaje que retrata la lucha diaria en Cuba para no morir de hambre.
La Habana, Cuba — Roberto Pérez, de 42 años, le dice todos los días por teléfono a su hijo mayor, radicado en La Habana, que si en la capital se aguanta hambre, imagine cómo está la situación en Santiago.
La provincia ubicada al sur oriente de la isla, a más de 860 km de la capital cubana, es conocida como la “Ciudad Héroe de Cuba” por su papel crucial en las luchas independentistas, y como cuna de la Revolución. Pero ni siquiera las gestas del pasado parecen poderla salvar de la crisis.
“Aquí en Santiago lo que hay es tristeza”, dice Pérez. “Hay que hacer de tripas corazones para poder alimentarse. El que almuerza no cena y el que cena no almuerza. La gente se está cayendo en la calle, desmayándose. ¿Qué familia cubana, qué familia santiaguera puede mantener a sus hijos así?”, se pregunta.
Mientras prepara el almuerzo con leña en medio de uno de los frecuentes cortes de electricidad que afecta a todo el país, este padre soltero, a cargo de un menor de quince años, repasa los desafíos diarios suyos y los de sus coterráneos.
“El único alimento que hay en Santiago de Cuba es pollo, picadillo y salame”, dice Pérez. “Un salame inventado, que no se sabe de dónde sacaron, y que cuesta 350 pesos (US$14,58) la libra. Las bodegas están por gusto, ya no llega casi nada”.
Según este hombre, 1.000 pesos diarios (US$41,67) como mínimo es lo que necesita un santiaguero para “malcomer”.
“Tú tienes que inventar todos los días para comprar, por lo menos, una libra de arroz, que son 200 pesos (US$8,33); una libra de picadillo, 350 pesos (US$14,58), una berenjena o quimbombó para acompañarla porque si no, no alcanza; y una vianda en 30-35 pesos (US$1,37 -US$1,46)”.
Pérez no recuerda cuándo fue la última vez que probó un buen pescado, una lasca de queso o un trozo de carne de cerdo; ni tampoco cuándo pudo desayunar con un huevo, leche y café.
Hoy, por ejemplo, está cocinando arroz, chícharos, yuca y salchichas. Y ha tenido que hacerlo con leña a falta de suministro eléctrico y de gas, otro rostro innegable de la crisis cubana.
Tanto en las zonas rurales como en las ciudades y provincias fuera de la capital, la gente ha tenido que recurrir a la leña para cocinar, o, en el mejor de los casos, al carbón. Otros cocinan de madrugada, cuando hay corriente, y así dejan la comida del día lista.
“A veces logras conseguir un poquito de comida, pero entonces no tienes corriente o gas”, lamenta Roberto. “Es como si se hubieran olvidado del pueblo y dijeran: ‘defiendanse ustedes y vayan a ver cómo sobreviven’”.
Si algo le preocupa es la alimentación de los niños, que sus meriendas consistan en un pan con aceite y un refresco en polvo “que los está matando, porque todo ese producto químico va a los riñones.”
“La última leche que llegó fue para los niños de cero a un mes. ¿Y los demás que están en el desarrollo, que es cuando necesitan de verdad tomarse su leche para el calcio, para el crecimiento?”, se pregunta.
No por gusto en 2024, la Unicef incluyó a Cuba por primera vez en su informe “La pobreza alimentaria infantil. Privación nutricional en la primera infancia”, y alertó que la pobreza alimentaria en Cuba afecta profundamente la dieta de los menores, quienes subsisten con leche materna, productos lácteos y alimentos ricos en almidón; entretanto, sólo el 9% de los niños cubanos tendrían acceso a dos de los ocho alimentos indispensables para una vida sana.
También se supo que, a inicios de 2024, Cuba había pedido por primera vez ayuda de manera urgente al Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas para el suministro de leche a los menores de siete años.
Un poco más privilegiado que Pérez y que otras familias santiagueras, se siente Enrique Yecier, un emprendedor y creador de contenido de 33 años, también residente en esa provincia.
El apoyo colectivo, junto con el acceso ocasional de algunos de los miembros de su familia a módulos de alimentos que reciben en sus centros de trabajo, hace más manejable la situación.
“Nosotros podemos hacer las tres comidas: desayuno, almuerzo y cena. Lo que el desayuno es si acaso un vaso de café con leche, cuando hay leche, y un pan”, dice Yecier. “Pero hay gente que come una sola vez al día o muy poco para comer más de una vez. Y aquí se ha visto personas mayores de 40 años desmayarse por el hambre”.
Yecier cuenta que lo que más se consigue es picadillo, “la fuente principal de alimentación”, porque es lo más económico, y explica que, si se acompaña con alguna vianda como el plátano burro, aumenta el volumen y rinde más para todos.
“Por la libreta [de racionamiento] no está llegando casi nada. En el mes de enero no llegó nada, ni arroz ni azúcar, nada. Las personas tuvieron que comprarlos a precio de calle. Por fortuna, los privados están vendiendo bastante arroz criollo entre 160 y 180 pesos (US$6,67 – US$7,50) la libra, pero hay personas que no pueden, definitivamente no pueden.”
Hace poco compró cinco huevos a 100 pesos (US$4,17) cada uno, una libra de spam a 350 pesos (US$14,58) y una botella de aceite a 850 pesos (US$35,42). Por estos productos gastó alrededor de 1.300 pesos (US$54,17) y le alcanzaron para cuatro o cinco días.
Asegura que mucha gente se alimenta a base de arroz y fritura de harina, porque no tienen para más.
Según una encuesta sobre inseguridad alimentaria de Cubadata, una encuestadora digital e independiente, realizada durante el primer trimestre de 2023, el 50,3% de los entrevistados habría tenido que comprar alimentos menos nutritivos para aliviar el hambre con alimentos de menor costo.
Una crisis que se acentuó tras el fin de la Unión Soviética
La crisis que sufren los cubanos no es de ahora. Comenzó en los noventa tras la pérdida del respaldo económico de la extinta Unión Soviética y, desde entonces, el país no ha podido recuperarse.
El colapso de un modelo económico con fallas desde hace décadas y la mala gestión del Gobierno, han llevado a la isla a su momento más crítico en años.
El Producto Interno Bruto (PIB) se ha contraído por segundo año consecutivo, arrastrado por la caída de la producción agrícola y el turismo, así como por la disminución de la capacidad del país para importar productos y materias primas esenciales.
A esto se añade una inflación descontrolada, la depreciación de la moneda y los múltiples y fallidos reajustes del Gobierno para “corregir las distorsiones en la economía”, que han provocado la escasez y encarecimiento de medicamentos, alimentos y combustibles, constantes apagones diarios y una creciente desigualdad social; panorama que ha suscitado la emigración de más de medio millón de cubanos en solo dos años y numerosas protestas, siendo las de julio de 2021 las más relevantes.
Vivir en Cuba: claves de la crisis alimentaria y las remesas como salvación
La crisis está asociada a un modelo socioeconómico centralista, verticalista y arbitrario, entre otras razones, según expertos. Aquí, la tercera parte un reportaje que retrata la lucha diaria en Cuba para no morir de hambre.
La Habana, Cuba — La dificultad para acceder a los alimentos en Cuba no es de ahora, pero se acrecentó desde 2021, tras la denominada “Tarea de Ordenamiento” puesta en marcha por el Gobierno, explica una investigadora de Food Monitor Program (FMP), una iniciativa que lleva años evidenciando cómo el derecho a la alimentación es utilizado como un instrumento de control político, que pidió anonimato para poder seguir indando esta problemática.
“La Tarea de Ordenamiento trajo consigo la unificación monetaria, devaluando mucho el peso cubano y creando una inflación tremenda de los productos básicos; un reajuste de los salarios y las pensiones, aunque se trató de un ajuste irreal que no representaba la capacidad de adquisición, y el aumento considerable en las tarifas de servicios básicos, que eran bastante subvencionados. Un 98% de la población experimentó el aumento en los costos de los alimentos en los últimos tres años”.
La investigadora de FMP plantea que la isla enfrenta una policrisis. Entre las tres causas de la problemática alimentaria que identifica, se encuentra la ineficiencia de un modelo socioeconómico dependiente de las importaciones. Y el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA) le da la razón con el siguiente dato: “El campo en Cuba está subexplotado, por lo que el país actualmente importa alrededor del 80% de sus necesidades de alimentos”.
A ello se suma el control de las fuerzas productivas y la corrupción, aunque el Gobierno se justifique en el embargo económico estadounidense y la caída del sector turístico tras el Covid-19, argumentos que la experta controvierte.
“El embargo económico tiene una excepción al envío y comercialización de alimentos, ya antes del 2000 el pollo era importado desde el sur de Estados Unidos. De hecho, Cuba es el octavo socio comercial en alimentos con ese país”, comenta, “por lo que específicamente la seguridad alimentaria no puede atribuírsele en su totalidad a las sanciones”.
Respecto al turismo, agrega que su caída no es consecuencia de la pandemia, sino de la imagen de la isla frente al mundo.
“Hay una percepción internacional de que Cuba es autoritaria tras la represión a las manifestaciones del 11J, el mito de la revolución tropical, que era tan interesante, ya pasó. Ningún turista quiere ir a un país con hoteles espectaculares, pero con las calles rotas y personas mendigando, un país que se puede quedar completamente sin luz”.
El economista cubano Miguel Alejandro Hayes, en conversación con Bloomberg Línea, coincide en que el principal elemento a tener en cuenta para entender la crisis cubana es la “implantación de un modelo incapaz de generar los recursos necesarios para producir y, al mismo tiempo, incapaz de generar los modos en que esos recursos puedan producir la riqueza suficiente”.
La crisis de hoy, explica el experto, no es más que el acumulado de lo que ha ido generando el modelo económico cubano, caracterizado por una “planificación central, verticalista y arbitraria”.
Un modelo que ha desincentivado las fuerzas de trabajo al tiempo que ha fomentado la descapitalización y la destrucción de las capacidades productivas; es decir, la depreciación y la no reposición de los activos en la economía cubana.
Como aborda el también economista Mauricio de Miranda, profesor titular de la Universidad Javeriana de Cali, en su artículo El ‘modelo’ económico cubano y la persistencia del subdesarrollo, muchas empresas industriales estatales se encuentran paralizadas por obsolescencia tecnológica y escasez de materias primas, “mientras las exiguas divisas en manos del Estado impiden las inversiones necesarias para relanzar el sector industrial”.
Dada su verticalidad, arbitrariedad y a la falta de mecanismos democráticos que le hagan contrapesos, para Hayes la toma de decisiones en el modelo cubano no está enfocada en la eficiencia económica, sino en los intereses y la supervivencia de la elite que dirige el país, y luego en la supervivencia del resto.
Con respecto al embargo económico, aunque el experto reconoce su impacto en la economía cubana, no lo considera determinante. Tampoco consiente las cifras que expone el régimen de La Habana.
Un reciente informe de la Cancillería cubana aseguró que del 1 de marzo de 2023 al 29 de febrero de 2024 el embargo económico causó daños y perjuicios materiales estimados en US$5.056,8 millones.
Los datos oficiales no pueden ser contrastados por organizaciones y expertos independientes debido a las fuertes restricciones al acceso a la información que mantiene el régimen.
Según la misma fuente, entre enero de 2021 y febrero de 2024 se habrían reportado “1.064 acciones por parte de bancos extranjeros, de negativas a prestar servicios a entidades cubanas, incluyendo transferencias para la compra de alimentos, medicamentos, combustible, piezas de repuesto para el sistema energético nacional y bienes de consumo esenciales para la población”.
Sin embargo, Hayes considera que es imposible medir el impacto real de las sanciones.
Las estimaciones de los modelos de medición del impacto del embargo a la economía cubana más serios que ha encontrado, varían entre los US$1.500 y US$3.000 millones anuales.
“Y parten del supuesto de la eficiencia de la economía cubana, lo cual es un grave error”, acota. “Es real que existe y que impacta, aunque muy por debajo de las cifras medianamente serias, y el cuánto impacta es lo suficiente para que no sea determinante”.
Más determinante es, en cambio, que pese a esta crisis alimentaria y a no alcanzarse en los últimos años los ingresos previstos por el turismo, la clase dirigente continúe invirtiendo especialmente en ese sector y en la construcción de hoteles y no en el sector agropecuario.
También es paradójico que en una isla sus habitantes no consuman pescado ni mariscos y existan restricciones a la pesca. El déficit de recursos, energía y equipos limita la producción pesquera en Cuba, priorizando exportaciones y turismo sobre el consumo interno.
El ministro de Agricultura ha justificado toda esta situación con el impacto de las sanciones estadounidenses, los altos precios de las materias primas y la escasez de combustible.
No obstante, un informe de la ONEI reveló que de enero a septiembre de 2024 se destinaron 6.781,9 millones de pesos (alrededor de US$282 millones) a la construcción de hoteles y restaurantes, así como 17.311,4 millones de pesos (US$721 millones) en servicios empresariales, actividades inmobiliarias y de alquiler. Entretanto, en la agricultura, ganadería y silvicultura el Gobierno apenas invirtió 1.829,3 millones de pesos (US$76 millones).
En educación y salud, que antaño fueron unas de las banderas de la revolución cubana, apenas fueron invertidos 671,3 millones de pesos cubanos (US$27,9 millones) y 1.205,2 millones de pesos cubanos (US$50,2 millones) respectivamente.

Por si fuera poco, en diciembre del año pasado, se supo a través de unos documentos filtrados al Miami Herald, que el conglomerado militar empresarial GAESA –un holding estatal vinculado al Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, que gestiona sectores clave de la economía cubana, incluyendo más del 80% del sector turístico– ha estado reteniendo miles de millones de dólares que ingresan al país anualmente y los han desviado para su incesante plan de construcción de hoteles, en medio de la profunda crisis que sufren los cubanos.
Estas empresas militares, cuyos ingresos están separados de las arcas públicas, no están bajo la supervisión de la Contraloría General de la República y su información financiera es mantenida en secreto.
Sin embargo, los documentos filtrados indican que solo Gaviota, por ejemplo, una de las empresas turísticas de GAESA, acumula alrededor de US4.300 millones en sus cuentas bancarias. Estas cifras exceden considerablemente los US$250 millones que el Gobierno ha declarado necesitar para mantener la red eléctrica del país, así como los US$129 millones anuales para suministros médicos.
En cuanto a la corrupción, vale apuntar la destitución del exviceprimer ministro y exministro de Economía, Alejandro Gil, en febrero de 2024, debido a “graves errores” y a haber reconocido “graves imputaciones”, aunque lamentablemente el proceso no ha gozado de transparencia.
Sin embargo, la opinión pública ha especulado que Gil solo habría sido un chivo expiatorio de la clase dirigente en su lucha por sobrevivir en el poder y proteger sus intereses. Una clase que ostenta un modo de vida muy distinto al resto de la ciudadanía, sobre todo sus descendientes más jóvenes, como expresó la doctora e investigadora cubana Ivette García en su artículo “Ellos y nosotros, sus hijos y los nuestros…”:
“Una clase que no rinde cuentas, que no declara su patrimonio personal, que tiene un enemigo externo al que puede culpar de todo, que controla los medios, mantiene oculta su vida privada y no precisa del voto popular, no siente compromiso más que con ella misma. Puede construir un capitalismo de la peor especie y vestirse con desfachatez de socialista para la escena pública”.
Sálvese quien pueda… o quien tenga familia en el extranjero
En Santiago de Cuba, Roberto Pérez está convencido de que en Cuba hay de todo para comer, lo que no hay es dinero. “Si tú tienes un pariente en el extranjero que te manda remesas o si eres dueño de un negocio o de una mipyme, tú puedes comer un poco mejor”, dice.
Si de algo también está convencido es que de Cuba hay que emigrar. A sus 42 años no es una opción que descarte, aunque preferiría fuera su hijo mayor, de 22 años, el que se abriera paso en el mundo, “para que tenga un mejor futuro, ahora que todavía es joven”.
Los jóvenes cubanos están constantemente entre la espada y la pared. Deben escoger entre quedarse en la isla y salir para mejorar sus condiciones de vida y las de quienes dejan detrás.
Así le ha tocado a R., de 30 años, quien tras cinco años de haber emigrado a Europa, ha vuelto de visita a su natal Jagüey Grande, provincia de Matanzas. Prefiere mantener su identidad en anonimato por miedo a represalias como que le impidan salir de Cuba.
El panorama encontrado a su regreso ha sido de mucho estrés y desolación. “Todo se les ha convertido en un lujo”, dice refiriéndose a su abuela y su madre, quienes reciben una pensión de 1.500 (US$62,50) y 1.600 pesos (US$66,6), respectivamente.
Dice que hay gente que no tienen nada y viven de la caridad de los vecinos.
Las familias allí subsisten un poco mejor si trabajan directamente en la tierra y si, como en el caso de la suya, tienen un pariente en el extranjero.
También relata que el tema de la alimentación en Cuba empieza a aparecer mucho antes de llegar. “Si tú tienes contacto con familiares aquí y sabes que no tienen a nadie más que los ayude, intentas, buscas y de pronto te encuentras por internet paquetes de comida que envías de vez en cuando, porque no siempre se puede”.
El envío frecuente de paqueterías de comida o “combos”, como se le suele llamar, y de remesas, es insostenible para más de un emigrado o en el exilio. Sin embargo, por años las remesas han sido otro sector que sustenta la economía cubana.
Las cifras del Observatorio Cubano de Derechos Humanos (OCDH) revelan que quienes reciben estas cantidades económicas regulares desde el exterior son quienes más holgados viven y quienes pueden comprar en las mipymes.
“Se está desarrollando una extracción de divisas por medio de las remesas bajo un tema emocional de que tú tienes que alimentar a tu familia, porque si no lo haces, se muere; porque no tienes otra alternativa”, dice la investigadora de FMP.
Incluso, hay establecimientos que reciben pagos en euros y dólares. Recientemente, el Gobierno anunció la “dolarización parcial de la economía” que, según el primer ministro, Manuel Marrero Cruz, “busca mejorar la gestión, control y asignación de divisas a los actores económicos del país”.
No es ilógico que muchos desconfíen. Ya ha ocurrido antes: cuando el Gobierno anuncia un plan que tiene como objetivo captar divisas para relanzar la economía, las destina a sus renglones de interés y no a los de mayor emergencia.
Al mismo tiempo, varios expertos han advertido que esta “dolarización parcial” genera segmentaciones y agrava las desigualdades, incluso superando las de su predecesora, la “Tarea Ordenamiento”. Esta última introdujo en 2021 tiendas en una divisa electrónica a la que no todos podían acceder, bajo la promesa, nunca cumplida, de que las recaudaciones de dichas tiendas servirían para abastecer las de moneda nacional, las de la gente de a pie.
Cada vez son menos los cubanos que reciben remesas y que pueden acceder a ese tipo de tiendas mejor abastecidas. El resto y principalmente los adultos mayores, de los cuales el 79% presenta problemas para comprar productos básicos, deben acudir a las tiendas estatales cuyos precios son menores y por lo general están desabastecidas. Y si hay alimentos, deben recorrer numerosas calles para encontrarlos y hacer filas de horas para adquirirlos.
“Cuando tú vas a comprar estos productos [en las tiendas estatales], no tienen las características específicas para un consumo, su color es oscuro, de mal olor, de mal sabor. Algunos alimentos se venden sin cumplir las condiciones higiénicas sanitarias mínimas”, denuncia la médico Daily Coro.
Además, hay otra opción legitimada por los cubanos ya hace tiempo: comprar en el mercado informal, donde se comercializan productos desviados por los campesinos durante su proceso de venta al Estado a bajos precios. Sin embargo, como la producción local va en declive, no tienen mucho qué ofrecer.
Quienes no reciben remesas y tampoco tienen trabajo ni pensión viven en condiciones de mendicidad y comen de lo poco que les pueden brindar sus vecinos, cuando no buscando en la basura.
En la actualidad, el temor es que se repita un brote de neuropatía óptica, una enfermedad que genera algún tipo de pérdida de la visión, similar a la documentada en Cuba en los noventa y que padecieron al menos 50.000 pobladores, en ese entonces asociada a la nutrición, explica Daily Coro.
“Nosotros los cubanos tuvimos una generación que enfermaba por hambre”, dice. “Nosotros no teníamos acceso a una alimentación adecuada y ahora están todas las condiciones dadas para que esto vuelva a ocurrir”.
Cansado del ajetreo que conlleva el “invento”, Pérez se sienta por fin a comer junto a su hijo menor. Comparado con el de otras jornadas, el menú de hoy –arroz, salchichas, chícharos y yuca– parece de un día especial.
No sabe qué comerán mañana. Lo cierto es que por ahora no quiere hacer otra cosa que disfrutar de su plato. “No me puedo volver loco”, dice. Ya habrá tiempo más tarde para “poner la cabeza a funcionar” en cómo hacer para comer mañana, en prepararse para “ir a la lucha otra vez”.