Los depósitos de gasolina en México alcanzan para el consumo de una semana. El 70 por ciento del gas utilizado en el país procede de Estados Unidos, incluyendo el servicio doméstico. El 60 por ciento de la electricidad es producida con gas. Obvio decir que una decisión extrema por parte de nuestro vecino nos paralizaría. La dependencia no es menor en materia de alimentos (maíz y cereales en general), tecnología (los chips que mueven el sistema bancario o las telecomunicaciones), salud (vacunas). Más que interdependencia, hoy experimentamos una codependencia en la peor de sus versiones: es unilateral. Nosotros los necesitamos mucho más que ellos a nosotros. Y esa debilidad será usada en nuestra contra, y lo saben; la ruptura provocaría un escenario apocalíptico. Por lo mismo, parecería que se trata de algo absurdo, inverosímil… hasta que apareció Trump. Pero no solo él.
De alguna forma sobreviviremos a Trump, aunque sea capoteando una crisis tras otra, y en más de una pasando las de Caín. Lo que no está claro es cómo vamos a sobrevivir al mundo que hace posible el encumbramiento de alguien como él y sus equivalentes. Y eso no va a cambiar pronto. Porque el tema no es la mala pasada que nos jugó la historia al colocar a un individuo como este en la posición más poderosa del planeta, como si fuera un infortunado giro de la suerte. No, Trump es el resultado del agotamiento de un modelo (la globalización) y la incertidumbre y volatilidad que genera una transición desordenada a cualquier cosa que vaya a venir.
Tiempos propicios para los Putin, Musk, Xi Jinping, Bukele, Milei y para todos aquellos extravagantes o desequilibrados capaces de explotar los temores, angustias y resentimientos que hoy imperan. Un mundo en el que el sentido común, el bien colectivo o la decencia han sido desterrados de la geopolítica. Es decir, el peor momento para estar atados de pies y manos a la caprichosa voluntad de un poderoso.
Se suponía que un planeta de sociedades interdependientes era la mejor de las fórmulas. Así funcionó durante 35 años y nadie apostó con más ahínco que México. Somos la economía número 14, es cierto, pero en muchos sentidos esta economía se convirtió en un apéndice de la número uno. Ha llegado el momento de revisar la situación de fondo y comenzar a hacer los ajustes estratégicos, porque nada nos asegura que después de Trump no vaya a venir una versión igual o peor, pero más joven (basta ver el perfil del vicepresidente, J.D. Vance). Y por lo demás están los imponderables. ¿Cuándo llegará la siguiente pandemia?
No se trata de crucificar a los regímenes anteriores, entre otras razones porque era un alineamiento que respondía a otra geopolítica. Se pudieron hacer las cosas mejor, sin duda, pero la integración era la palabra clave en ese momento y no hay entidad con mayor fuerza gravitacional que el mercado estadunidense. La cercanía nos condenó a una relación satelital en materia económica. Más allá de los errores y distorsiones cometidos, el mundo cambió.
Lo cierto es que la geopolítica es otra y súbitamente nos ha dejado frente a una exposición potencialmente suicida. Déjeme ilustrar con un ejemplo que parecería absurdo: la exigencia de territorios a cambio del suministro de gas (la Baja California, por decir). Una amenaza que podría ocurrírsele a Trump o a su sucesor. ¿Imposible? Quizá, pero escuchar lo de desalojar la Franja de Gaza para que Estados Unidos la convierta en Riviera turística o quitarle Groenlandia a Dinamarca, nos tendría que poner a pensar.
En el corto plazo es evidente que debemos jugar a mantener incólumes las cadenas de producción y de abastecimiento. Cualquier interrupción drástica en los actuales acuerdos representa un infortunio para miles de mexicanos. Terminar con los aspectos más ominosos de la codependencia es un largo proceso. Pero simultáneamente tendríamos que sentar las bases para construir los mínimos necesarios para operar en el peor de los escenarios en materia de incertidumbre económica y volatilidad política.
Es distinto depender en un 30 por ciento de algo que en un 70 por ciento. Lo primero nos condena a apretar el cinturón en caso de una crisis de abasto, a racionalizar mientras se buscan paliativos. Lo segundo nos arroja a un abismo.
Lo cual nos regresa al tema del gas o la refinación. Dejamos de explorar y perforar yacimientos de gas porque era más barato importarlo. Lo mismo ocurre con la fabricación de gasolinas. Pero igual podría decirse de los chips o el maíz. No se trata de rechazar la globalización o caer en un proteccionismo a ultranza. Producir localmente puede ser más caro que importar. Sin embargo, este costo debe ser visto como una inversión en seguridad y estabilidad a largo plazo. Habrá que encontrar nuevos equilibrios entre la semi autosuficiencia en áreas críticas y la colaboración comercial internacional en muchas otras; diversificar fuentes. No es lo mismo depender al 80 por ciento en materia de arándanos o frambuesas que de gasolinas.
Con todo lo anterior no pretendo construir una justificación para la refinería de Dos Bocas, ni mucho menos. La simpatía con las banderas de López Obrador no debería llevar a ignorar los apresuramientos e incongruencias en las decisiones tomadas en la construcción de esta planta. Pero las antipatías que genera López Obrador, en algunos, tampoco deberían conducir a creer que la búsqueda de un mínimo de soberanía y autosuficiencia en materias claves es una tesis trasnochada.
Al margen de posiciones políticas y partidistas, los cambios en la geopolítica internacional y la incertidumbre económica tendrían que llevar a los protagonistas clave de la sociedad mexicana a sembrar las condiciones para sobrevivir en un mundo en el que las potencias han pasado a una fase narcisista.
El Plan México incorpora ya algunas de estas preocupaciones. Pero el marco internacional está cambiando con una velocidad e intensidad que era imposible predecir hace pocos meses. Tendría que acelerarse el paso para conseguir metas graduales en materia de disminución de la vulnerabilidad lo más pronto posible, aunque sabemos que hablamos de medianos y largos plazos.
Es comprensible que algunos sectores empresariales mantengan reservas, por el temor a que el desarrollo de ese plan constituya un espaldarazo a una opción política determinada, Morena en este caso. Y, por su parte, el gobierno tendría que asegurar que las bases de un nuevo paradigma, una interdependencia más sana y controlada, es una estrategia de país que involucra puntos de vista de todos y no solo de quien gobierna. En suma, quizá haya que pensar en la conveniencia de refinar gasolinas y explorar yacimientos de gas o estar en condiciones de producir los chips que requieren las tarjetas bancarias. Es un largo camino y, por lo mismo, habría que ir comenzando. Solo así podremos enfrentar los desafíos del futuro sin depender de la benevolencia de otros que, por lo visto, ya no existe.