Washington matiza que el presidente “no se ha comprometido a desplegar soldados estadounidenses sobre el terreno”. Los expertos advierten de que el proyecto puede hacer estallar otra vez el polvorín de Oriente Próximo
Macarena Vidal
Primero fue Groenlandia. Después, Panamá y Canadá. Ahora, Gaza. El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, que comenzó su nuevo mandato con declaraciones imperialistas de expansión territorial en América, ha ampliado sus miras hacia Oriente Próximo para lanzar una declaración que ha tomado al mundo por sorpresa: planea hacerse cargo de la Franja, “poseerla”, reconstruirla y —mientras tanto— expulsar hacia otros países árabes a 1,8 millones de gazatíes (el presidente empleó esta cifra, pese a que viven en ella unos 2,3 millon…
es de personas). Se trata de un ejercicio de limpieza étnica. El anuncio, que este miércoles la Casa Blanca ha tratado de suavizar al asegurar que no implica necesariamente desplegar tropas estadounidenses, ha sido recibido —entre la clase política estadounidense y los expertos—, sobre todo, con estupor. En el caso de las organizaciones proisraelíes y legisladores del ala conservadora más radical, la reacción ha sido de júbilo.
El plan de convertir Gaza en “la Riviera de Oriente Próximo”, según las palabras que empleó el propio Trump a última hora del martes, suena a folleto de promoción inmobiliaria en enclave turístico. “Un lugar magnífico”, donde residirá “gente de todo el mundo” en una zona extraordinaria en el Mediterráneo. Algo que el antiguo magnate inmobiliario hubiera podido vender en su época de empresario. También podría parecer una provocación, una broma pesada, si no proviniera del líder de la nación más poderosa del mundo. De un Trump que se ha deshecho de los límites al poder presidencial y que, desde su regreso a la Casa Blanca hace dos semanas, se dedica a hacer exactamente lo que dice que va a hacer, por escandaloso, improbable o contrario a la legalidad que parezca.
Washington asegura que su propuesta, que los países árabes descartan rotundamente, va completamente en serio. Aunque suponga el desplazamiento forzoso de una población entera, algo que prohíben la Convención de Ginebra, que protege a los refugiados, y las normas más básicas de moralidad. O aunque que dinamite décadas de una política exterior estadounidense que había abogado por una solución de dos Estados en convivencia, el israelí y el palestino. O que siente un precedente clamoroso para las ambiciones territoriales del presidente ruso, Vladímir Putin, en Ucrania, de China para tomar Taiwán por la fuerza o de cualquier otro autócrata para desencadenar una limpieza étnica contra sus minorías. También amenaza con dejar en el limbo las negociaciones para la segunda fase del acuerdo de alto el fuego para la Franja que tantos meses costó cerrar y desencadenar un nuevo incendio en el polvorín que es Oriente Próximo.
“No es algo tomado a la ligera”, subrayó Trump el martes, al desgranar sus planes ante los 150 periodistas presentes en la Sala Este de la Casa Blanca, y que no daban crédito a lo que oían: como Gaza ha quedado completamente destruida ―es un “sitio de demolición”― y harán falta años para hacerla de nuevo habitable, se expulsará de allí a sus habitantes para trasladarlos a Egipto y Jordania. De modo permanente: “Si vuelven, acabaremos del mismo modo que en los últimos cien años”, advirtió en varias ocasiones a lo largo de su intervención. Estados Unidos se hará cargo del territorio, de su limpieza de bombas que no han llegado a explotar durante la guerra, y de la reconstrucción. A su lado, el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, lucía una sonrisa de oreja a oreja.
Este miércoles, la portavoz presidencial, Karoline Leavitt, parecía matizar las declaraciones de su jefe y describía el desplazamiento de la población como solo “temporal”. “El presidente está comprometido a reconstruir la región para toda la gente que quiera volver una vez que ya no sea un sitio de demolición”, aseguró. Descartó, no obstante, que los palestinos que quieran quedarse en su tierra vayan a poder hacerlo: “Es bastante cruel sugerir que la gente tendría que vivir ahí en unas circunstancias tan terribles”.
Lo que sí destacó Leavitt fue que Trump “no se ha comprometido a desplegar soldados estadounidenses sobre el terreno” para hacer cumplir su plan.
Organismos internacionales y varios gobiernos de la región y del resto del mundo se han apresurado a condenar la propuesta estadounidense. La ONU ha subrayado que el traslado forzoso de personas sin base legal “está estrictamente prohibido”. “El derecho internacional es muy claro, la autodeterminación es un principio fundamental y debe ser protegida por todos los Estados, como el Tribunal Internacional de Justicia ha subrayado recientemente”, escribía el comisionado para los Derechos Humanos, Volker Kurt, en respuesta por escrito a una pregunta de la agencia Efe.
Este miércoles, la Casa Blanca y la Administración republicana se lanzaron en pleno a defender el plan de Trump. En declaraciones a la cadena televisiva Fox, el consejero de Seguridad Nacional, Mike Waltz, reiteró que esto es algo “que el presidente lleva pensando bastante, desde el 7 de octubre” de 2023, cuando Hamás perpetró los atentados en suelo israelí que desencadenaron la guerra en Gaza. “Ahora el debate es tratar en términos prácticos y humanos qué es lo que va a ocurrir con dos millones de personas que viven en montañas de escombros, sin sistemas para retirar la basura. Es un basurero donde vuelan las balas. Hablemos de soluciones reales, y lleguemos a la normalización [entre Israel y] Arabia Saudí, y esas otras piezas que son parte de una estrategia mucho más amplia”, argumentó.
El secretario de Estado de EE UU, Marco Rubio, que está de gira por América Latina —pero que, según precisaba Trump, la pasada noche estaba conectado por teléfono a la rueda de prensa—, escribió en la red social X: “Gaza debe quedar libre de [el grupo radical palestino] Hamás. Como el presidente ha dicho hoy, Estados Unidos está listo para liderar y hacer a Gaza hermosa de nuevo. Nuestro objetivo es la paz duradera en la región para todo el mundo”.
El presidente de la Cámara de Representantes, el republicano Mike Johnson, que se reunirá con Netanyahu en el Capitolio este jueves, aseguró que el anuncio ha sido acogido “con alegría por gente de todo el mundo”. “¿Por qué? Porque esa área es tan peligrosa, y el presidente está dando pasos osados y decisivos para tratar de garantizar la paz de esa región”, señaló.
Otros reaccionaron con mucha mayor incredulidad. Durante su primer mandato, Trump había rechazado cualquier posibilidad de intervención en Oriente Próximo. Y en campaña había hecho hincapié en su lema de “América Primero”, y había dado a entender que no continuaría la ayuda que suministró su predecesor, Joe Biden, a Ucrania. Su Administración ha cancelado la mayor parte de la ayuda exterior estadounidense, y está en vías de desmantelar su agencia de cooperación al desarrollo, USAID, cuyo presupuesto de asistencia, de 44.000 millones de dólares, considera un “despilfarro”. El gasto que Estados Unidos tendría que acometer en Gaza para hacer cumplir el plan de Trump sería muy superior a esa cifra.
El proyecto —para el que Washington puede verse obligado a desplegar soldados sobre el terreno, algo que Trump dice no descartar “si es necesario”— puede también generar una desestabilización mayor en Oriente Próximo de la que Trump asegura que quiere solucionar. La última vez que Estados Unidos intervino militarmente en la zona, en la invasión de Irak lanzada por George W. Bush en 2003, terminó en completo desastre: una de las guerras eternas libradas por este país en el siglo XXI, que desencadenó la creación del Estado Islámico, la pérdida de centenares de miles de vidas y un desplome de la imagen internacional de Washington que nunca ha vuelto a remontar.
“Lo que el presidente estadounidense pide para Gaza no va a resolver el problema palestino en Gaza, pero va a desencadenar crisis en Jordania, en Egipto y en Cisjordania”, advertía en X (antes Twitter) Richard Haass, presidente emérito del think tank Consejo de Relaciones Exteriores. “También atraparía a Estados Unidos en Oriente Próximo, cuando deberíamos centrarnos en el Indo-Pacífico. No es demasiado tarde para repensárselo”.
Robert Benson, director para Seguridad Nacional del Center for American Progress, apunta por correo electrónico que “la insistencia de Trump en expulsar a los gazatíes de su tierra no es más que un llamado abierto a la limpieza étnica”. El plan, continúa, “es increíblemente incoherente y absurdo, y desvía la atención del trabajo real y urgente necesario para garantizar un futuro estable para Gaza. Las negociaciones sobre una segunda fase del alto el fuego y un acuerdo para la liberación de rehenes deberían comenzar de inmediato, pero en su lugar, Trump se centra en propuestas disparatadas para ocupar y comercializar Gaza. Trump prometió paz, pero solo está perpetuando este conflicto”.
El senador demócrata Chris Murphy, de Connecticut, reaccionaba atónito. “Se ha vuelto completamente loco. Quiere una invasión estadounidense de Gaza, que costaría miles de vidas estadounidenses y desataría un incendio en Oriente Próximo que duraría veinte años. Es una salvajada”.
Incluso entre las filas republicanas y fieles aliados de Trump había comentarios escépticos. “Vamos a ver qué es lo que dicen nuestros amigos árabes sobre la propuesta. Creo que la mayor parte de los ciudadanos a los que represento no estarán muy dispuestos a enviar estadounidenses a hacerse cargo de Gaza. Puede ser problemático”, apuntaba el senador Lindsey Graham, de Carolina del Sur.