Tenía toda la razón Andrés Manuel López Obrador, quien habida cuenta de lo que ha sucedido en los últimos días debe estar feliz allá en La Chingada abrazando a sus árboles, cuando decía que Claudia Sheinbaum Pardo era lo mejor que le podía pasar a México.
Mantener la cabeza fría no es en ella solo una cuestión de temperamento ni muestra únicamente su habilidad para negociar.
De lo que nos habla la forma en que la Presidenta ha enfrentado a Donald Trump es de su historia de lucha, de la forma en que defiende principios y convicciones que ha mantenido toda su vida y de su fidelidad al pueblo de México y a un movimiento revolucionario —el de la Cuarta Transformación— único en la historia.
No tengo memoria de un movimiento de izquierda que, al jugarse la vida en las urnas, ponga —así como hizo Andrés Manuel al desaparecer de la vida pública y como hará la propia Claudia al terminar su sexenio— fecha de caducidad inexorable a su posibilidad de mantenerse en el poder y que apueste tan decididamente por la pluralidad y la inclusión de sectores que cualquier otra revolución consideraría históricamente antagónicos.
De esa legitimidad democrática, de esa capacidad inédita en los movimientos de izquierda —de América Latina y del resto del mundo— para construir consensos nacionales y para concebir e incluso luchar por la cooperación con el propio gobierno de Estados Unidos, nace la fortaleza con la que la Presidenta hace frente a la amenaza que para nuestro país y el mundo representa Trump.
De nada servirán tampoco en contra de ella, como no sirvieron contra Andrés Manuel, las calumnias de la Casa Blanca o de los medios de comunicación estadunidenses; su honestidad es un blindaje impenetrable.
Atrás quedó el tiempo en que capos de la droga y funcionarios y gobernantes corruptos —como Genaro García Luna y Felipe Calderón; los dos, por cierto, hombres de Washington— eran, en México, dos caras de la misma moneda.
Faltan, es cierto, cuatro largos años a ese gobierno que en Washington manejan a su antojo billonarios, ultraderechistas y halcones, pero Claudia frente a Trump no está ni estará sola jamás; la acompaña, en esta lucha por la razón y el derecho, un pueblo digno y consciente —como hay muy pocos en el mundo—, decidido además a organizarse para defender su soberanía.