Alemania, después de la Primera Guerra Mundial, quedó hecha pedazos. Adolf Hitler supo aprovecharse de la situación; ofreció por un lado devolverle su grandeza al Reich y por el otro prometió venganza: él, como führer al mando de la llamada “comunidad del pueblo”, aniquilaría a los responsables del colapso.
Sobre el odio y el miedo —dos caras de la misma moneda— avanzó el nazismo. El “otro”, los “otros”, esos que se veían, hablaban, se vestían distinto; los judíos —unas 500 mil personas— tenían que ser expulsados del territorio alemán.
El formidable aparato propagandístico de Joseph Goebbels comenzó de inmediato la tarea de “deshumanizar” a los judíos para facilitar su destrucción.
Como perpetradores de los crímenes más espantosos se les presentaba.
Con gusanos, ratas y cerdos se les comparaba.
Eran, según los nazis, suciedad, basura que había que eliminar.
Ochenta años después, esa misma retórica incendiaria recorre Estados Unidos.
De la pérdida de la grandeza de su nación —que promete recuperar— acusa Donald Trump al mundo entero y particularmente a los únicos dos países con los que comparte sus larguísimas fronteras terrestres: Canadá al norte y México al sur.
Aunque el presidente estadunidense caracteriza como responsables de todos los males que aquejan a su nación a los migrantes indocumentados —a los que él y sus funcionarios tachan de criminales y consideran basura que debe ser barrida de las calles—, lo cierto es que el discurso racista se endereza contra toda la minoría de origen latinoamericano y específicamente contra las y los mexicanos que viven al norte del Bravo.
Más de 50 millones de latinos viven y trabajan en Estados Unidos. Un poco más de 37 millones son mexicanos o de origen mexicano.
No se alza Trump, como lo hizo Hitler, solo contra 0.75% de las y los alemanes, sino contra 16% de la población estadunidense.
Ante esta realidad, más que de una “limpieza étnica”, se trataría de un suicidio.
Un daño terrible hizo Hitler a la humanidad y a su propio país cuando de las deportaciones masivas pasó al genocidio y a la guerra total.
Los tiempos han cambiado y confío en que la razón, su propio pueblo y el mundo pondrán freno a tiempo al fanatismo racista del magnate y los billonarios que lo apoyan.