Héctor de Mauleón
Les habían hablado de aquel lugar hace más de un año, a través de un mensaje anónimo. Les dijeron que buscaran cerca del arroyo, en el kilómetro 21 de la carretera 26, muy cerca de Hermosillo.
Fueron a una zona de ranchos y terrenos baldíos con las armas de siempre: palas, picos, varillas.
Hallaron ocho fosas.
Hace cuatro días llegó un nuevo mensaje a la cuenta de Cecilia Delgado Grijalva, quien encabeza el colectivo Buscadoras por la Paz Sonora: “Busque más allá, sobre el arroyo y sobre las lomitas”.
Solo eso.
Volvieron el 28 de enero. Cecilia dice que después de tantos años buscando han aprendido a ver la tierra. Que no les cuesta mucho saber dónde la removieron. Hallaron 17 tumbas clandestinas en fila. Y más allá, a 800 metros, estaban las otras. Un total de 35.
Las habían excavado casi al pie de la carretera. Muy a la vista, protegidas solo por unos árboles: “Pero a ellos eso les importa poco”.
Tres de los cuerpos llevaban inhumados alrededor de un mes. Uno de estos vestía unos pants y una camiseta negra. Los otros dos carecían de vestimenta. No había objetos, llaveros, credenciales, carteras. No había nada personal.
En dos días, los peritos de la fiscalía desenterraron 12 cuerpos.
La primera noche, Cecilia no pudo dormir. Dice que en la zona “no había pisadas de carro”. Qué se preguntó si lo habrían metido caminando, si los habrían obligado a cavar sus tumbas. ¿Cómo habrían sido sus últimos momentos?
Hace unos años, buscando a su hijo desaparecido desde 2018, su colectivo encontró una fosa en la que había hombres y mujeres con cadenas y candados en los pies y con alambres de púas en las manos. “Nunca sabremos lo que vivieron, lo que sufrieron”, dice.
En otra fosa fueron hallados cuerpos mutilados. “El tronco por un lado, la cabeza por otro”. El colectivo ha encontrado también decenas de cuerpos calcinados. Nadie sabe en realidad la verdadera dimensión de lo que está ocurriendo en Sonora, pero las madres buscadoras que se han repartido las búsquedas en siete municipios poseen una idea bastante aproximada: “Este estado es un panteón”.
El 2 de diciembre, policías estatales a bordo de la patrulla 076 se llevaron al hijo de Cecilia, Jesús Ramón Martínez Delgado. Lo sacaron de su negocio y lo subieron a la camioneta blanca que los acompañaba.
Cecilia lo buscó en todos los lugares imaginables. Cárceles y hospitales. Barrios, colonias, municipios. Y luego, en fosas clandestinas.
Prometió llevarlo de regreso a su casa, “así tenga que buscar en el infierno”. No se imaginó que sería así. Las fosas de Sonora eran el infierno.
Cecilia encontró otras mujeres en la misma situación y fundó el colectivo Buscadoras por la Paz.
El 24 de noviembre de 2020, en un baldío al sur de Hermosillo, una madre buscadora advirtió que en la tierra había un hundimiento inusual. A Cecilia le dijeron que había 95% de probabilidades de que los restos hallados al lado de otros 17 cuerpos fueran los de su hijo.
Lo reconoció por los brackets, y porque el cráneo aún tenía adheridos restos de cabello rizado, como los de Jesús Ramón.
Para entonces había encontrado las osamentas de más de 190 personas que otras madres, hijas, esposas, estaban buscando.
Dice que sus dudas desaparecieron cuando le presentaron la ropa. Era la que llevaba Jesús Ramón la noche en que se lo llevaron, y en la que todo fue registrado por una cámara de seguridad.
No hubo responsables. Ella ha dicho que a partir del 24 de noviembre de 2020 quedó muerta en vida, después de una agonía de dos años.
Hoy, su colectivo ha encontrado más de 400 cuerpos.
En la carretera 26 de Hermosillo acaban de hallar otro panteón.
Son mujeres quienes nos están mostrando la verdadera magnitud de la tragedia que se está viviendo en México. Pero nadie reacciona. Nadie se indigna ante los desaparecidos de México, y ellas siguen buscando solas.