En Huracán sobre el azúcar, libro en el que narra el viaje que, con Simone de Beauvoir, hizo a Cuba en febrero de 1960, Jean Paul Sartre sostiene citando a Ernesto Che Guevara que la que recién había triunfado en la Isla era “una revolución a contragolpe”.
“Si los Estados Unidos no existieran —apunta el filósofo a propósito de cómo la radicalización de ese movimiento fue producto, a su juicio, de la presión norteamericana—, los revolucionarios cubanos hubieran tenido que inventarlos”.
¿Hacia dónde empujará Donald Trump al mundo, a nuestro país, con los golpes anunciados al tomar posesión?
¿Logrará, con este delirio imperial decimonónico, imponer de nuevo la voluntad de su nación a otras naciones libres y soberanas como la nuestra?
¿Cumplirá de esa manera la promesa de “hacer a América grande de nuevo”?
No conseguirá Trump, me parece, ni una ni otra cosa.
No se abre camino hacia el futuro quien, como él, para comenzar a andar retrasa el reloj de la historia 180 años.
Provocará el magnate, a su regreso a la Casa Blanca, muchos daños, pero no tantos ni tan graves como quisieran los ultraderechistas que, en México y en el mundo, están convencidos de que hará por ellos el trabajo sucio.
Será el pueblo estadunidense el que a la postre más duros golpes reciba; al negarse a combatir a sus propios cárteles de la droga y a los capos anglosajones que son los dueños del mercado, continuarán muriendo decenas de miles de sus jóvenes.
La perniciosa combinación entre deportaciones masivas y aranceles afectará sustancialmente a su economía; solo los multimillonarios se harán más grandes en esa América, de cuya decadencia da testimonio el hecho de tener un presidente como Trump.
Digno, consciente, solidario y organizado, el pueblo de México, al sur y al norte del río Bravo, resistirá la embestida conservadora.
La revolución pacífica, democrática y en libertad que vivimos se verá —a contragolpe y como decía Sartre— fortalecida.
Lo fundamental, como lo hace Claudia Sheinbaum Pardo, es actuar con inteligencia, serenidad y firmeza, no ceder ni un ápice en la defensa de nuestra soberanía y sobre todo defender y abrazar —para que sepan que no están solos— a nuestras y nuestros compatriotas migrantes.