Quienes están obsesionados con la disyuntiva en la que solo cabe ser títere de López Obrador o deslindarse de él, no han entendido nada. Lo que está haciendo Claudia Sheinbaum es otra cosa. Cuando habla del segundo piso de la cuarta transformación es, justamente, la construcción de la siguiente etapa que exige el desarrollo de este ambicioso proyecto político y social. Se asumió que “cambio con continuidad” era una frase de campaña, pero sigue siendo la mejor descripción de lo que está sucediendo. Sheinbaum es el 2.0 de López Obrador. Una versión más afinada y moderna, actualizada a nuevas coyunturas y contextos, que habrá de corregir malos funcionamientos y mejorar procesos, pero esencialmente sigue siendo el mismo programa: una visión de país en la que los pobres tengan mejores oportunidades. Para conseguirlo debe sostener la fuerza política y la base social que construyó López Obrador; a ella le toca hacer viable el modelo económico que sustente a este proyecto.
En todo esto, sin embargo, hay un cambio cualitativo que exige este 2.0; algo que apenas comenzamos a observar: institucionalizar el proyecto social y político, hacerlo orgánico, transmutar la pasión, el reclamo y el carisma catalizado en la persona de López Obrador, y transitar a un sistema sustentable, potencialmente exitoso en la difícil tarea de conseguir prosperidad y justicia social. La Presidenta no intenta hacer evolucionar el obradorismo a una especie de claudismo, lo que busca es convertir el proyecto de país que enarbola este movimiento, fundado por muchos con el liderazgo inicial de López Obrador, en una fórmula institucional; un sistema capaz de ofrecer un mejor maridaje entre la economía de mercado que somos y la sociedad más justa a la que aspiramos.
El propio López Obrador se inclinó por Sheinbaum entendiendo que después del conquistador se necesitaba al colonizador. La toma del poder, el asalto a la ciudad, por así decirlo, requiere de una pasión arrebatada; pero son otros los atributos que se exigen en el reconstructor del tejido social y económico que sigue a esta conquista. Pero en esencia ambos comparten una visión similar de la ciudad que desean. Las tareas que el momento histórico exigió a cada uno de ellos son distintas, pero no hay contradicción de fondo y apenas de forma.
López Obrador fue el gestor de una proeza al llegar a Palacio Nacional con un proyecto en favor de los de abajo, algo extraordinario en un país tan desigual, en el que las élites mantuvieron el control durante siglos. Ni Claudia Sheinbaum, ni alguno otro lo habría conseguido. Se requirió un hombre con sus fobias y sus filias, su carisma, la mezcla necesaria de predicador y luchador social capaz de encender el fervor de millones. Pero eso no lo convierte necesariamente en el mejor administrador o el estadista que un país necesita tras la tormenta. Claudia intenta convertirse en eso.
Lo que está en marcha, y lo iremos viendo poco a poco, es un enorme esfuerzo de modernización y reorganización de la administración pública para hacerla más eficiente, responsable, sostenible y, sobre todo, socialmente orientada. Que lo consiga o no es otra cosa.
Y para intentarlo, su principal sustento sigue siendo el mismo que tuvo López Obrador: un apoyo popular masivo que se traduzca en palancas y botones de mando en la maquinaria política y en el manejo de la administración pública. El reto de Claudia consiste en mantener íntegra esa fuerza, de ser posible ampliarla, y apalancarse en ella para encontrar la cuadratura del círculo del crecimiento económico con justicia social. Al carecer del carisma histórico del fundador, ella se encuentra en el proceso de búsqueda de su propia voz como líder, las bases de legitimación de su conducción como mujer y como científica.
Claudia Sheinbaum intenta impulsar la construcción de un edificio que equilibre la técnica y la congruencia social o lo que en otros textos he descrito como izquierda con excel. Nada garantiza que lo consiga, pero es imprescindible intentarlo. Los procesos de redistribución están en marcha, el control político de su movimiento está garantizado para los próximos años. Convertir todo eso en un modelo económico viable, en una sociedad próspera es el reto de la Presidenta. Lo que vemos esencialmente es una científica que intenta gobernar desde la racionalidad para optimizar las posibilidades de acceder a una sociedad más equilibrada y plena, en el marco de las limitaciones que la constriñen.
Sus primeros cien días constituyen apenas un esbozo de este derrotero. Bajo esa lógica es un arranque congruente. Ocho de cada diez ciudadanos aprueban la gestión de la Presidenta. Seis de ellos votaron por ella, dos más, que no lo hicieron, consideran que lo está haciendo bien. Notable, particularmente en estos tiempos de crisis de legitimidad de las élites políticas en todo el planeta.
Una parte de esta luna de miel obedece a causas naturales, dirán sus críticos; es propia de los primeros meses. Pero otra parte de la explicación tendría que ver con algo que no se está percibiendo. La lenta y callada transición de una fuerza política desarrollada originalmente en torno a la voluntad de un líder, carismático e irrepetible, a un entramado de políticas públicas que institucionalicen un proyecto de país más justo y equilibrado. En este esquema no hay subordinación al líder original, pero tampoco traiciones. Ser títere o distanciarse es una falsa disyuntiva.
Sheinbaum seguirá apelando a la imagen del líder por muchas razones. Porque es un recurso político, porque constituye un reconocimiento a los méritos históricos, porque invoca marcas de identidad y cohesiona al movimiento. Al convertirse en la heredera de “esa patente”, empodera su propio liderazgo. Hacer un mítin en el Zócalo en términos tradicionales y apelar a un discurso cargado de invocaciones populares, puede parecer para muchos algo irreconocible en una científica. Pero son tareas que abonan al enorme reto de mantener el apoyo político intacto, y funcionan. La científica, mientras tanto, está enhebrando poco a poco la respuesta al otro enorme desafío: hacer viable el modelo económico que pueda sostener el proyecto político y social de la 4T.