Lo más relevante, al menos para mí, de la ceremonia del primero de octubre en el Congreso, no fueron los retumbantes vivas y abrazos de los vasallos del oficialismo, sino el pasmo de los opositores, su resignada capitulación ante López Obrador que se marchaba y Claudia Sheinbaum que arribaba. Dos horas los tuvieron en el salón sin molestarlos con una trompetilla, con un “¡buuu!”. Pues cien días después la oposición política luce aún más desinflada, derrotada. Para efectos decisivos no cuenta, no pinta, no existe. Fue arrasada en cada votación significativa en el Congreso, y fueron muchas votaciones. No ha podido abrir un solo debate digno de llamar la atención. No ha creado un discurso. No ha perfilado, no se diga producido, un personaje, uno. Desorientada, como si su músculo ayudara, ha ido a postrarse tiernamente ante el gobierno para comprometer que defenderá a México ante Estados Unidos. Nada aporta sobre los migrantes o el tratado comercial. Ni sobre la tragedia de la inseguridad y la violencia. Nada articuló sobre el atropello de Maduro en Venezuela, las voces que se escucharon fueron de los viejos Fox y Calderón. Cien días después, la 4T no tiene oposición política que contenga o pese. Cien.