México necesita un liderazgo fuerte, de lo contrario veremos un colapso, declaró el viernes Alejandro Moreno, Alito, a propósito de la cercana llegada de Trump. Eso me dijo también hace unos días. Iba a Sevilla a reunirse con políticos del oficialismo español, la izquierda (con quienes parece tener buenas relaciones), paró en Madrid, pidió vernos y platicamos un par de horas. El tema de Estados Unidos dominó su conversación. Aproveché y le dije en persona lo que había expresado en público: que ahora presidía, y quizá lo haga a perpetuidad, un PRI diminuto, chiquitito, mínimamente significativo. No era una cita para pelear, así que no se esforzó en contrarrestarme. Algo comenzó a explicar sobre los errores de la campaña, cuando, reconozco que de manera poco prudente, lo detuve para pintarle una analogía de raquetas, a él, jugador de pádel: si la elección del 2 de junio fue la final de Wimbledon y perdieron 6-1, 6-2, 6-1, su conquista posterior del PRI sería como haber ganado el Torneo del Pavo de Navidad del Club Libanés. Aguantó, creo que concedió con un “sí, fue una madriza, pero no nos van a doblar”. Regresó a Trump. Y se marchó a Sevilla. Diciembre, tiempo de recuentos.