La presidenta tiene el cambio de poder en la Casa Blanca y la polémica por la reelección de Nicolás Maduro en Venezuela como los principales desafíos internacionales de su Administración en el arranque de 2025
La presidenta de México llegó a la cumbre del G20 en Río de Janeiro con una declaración de intenciones. Claudia Sheinbaum sostuvo reuniones bilaterales con Joe Biden, de Estados Unidos; Xi Jinping, de China; Justin Trudeau, de Canadá y Emmanuel Macron, de Francia. Se enfundó en un abrazo con Luiz Inácio Lula da Silva a su llegada y se sentó con el colombiano Gustavo Petro y el chileno Gabriel Boric para fortalecer su alianza con los Gobiernos progresistas de Latinoamérica. Se dio tiempo también para dialogar con los miembros del MIKTA (Indonesia, Corea del Sur, Turquía y Australia) y de plantear ante los principales líderes mundiales la propuesta de destinar el 1% del gasto militar a programas de reforestación contra el cambio climático. Después de un sexenio de ausencia y pese a contadas excepciones, el Gobierno mexicano volvía a la primera línea de la política internacional.
El primer viaje internacional de Sheinbaum, a mediados de noviembre y a poco más de un mes de tomar posesión, sigue teniendo ecos y aún divide opiniones sobre si representó un viraje significativo respecto a la línea que había marcado su predecesor y mentor, Andrés Manuel López Obrador, frente al mundo. “Fue un cambio importante respecto a lo que se hizo antes, sostuvo reuniones al más alto nivel y sacó del aislamiento al que se había sometido al país durante el Gobierno anterior”, afirma el diplomático en retiro Ernesto Campos. “Se encuentra también con una coyuntura compleja, sobre todo a la luz del triunfo de Donald Trump en Estados Unidos”, agrega.
La presidenta, con todo, mantuvo varios elementos que le fueron legados: desde lo simbólico ―la decisión de viajar en un vuelo comercial o las referencias a Benito Juárez en su discurso― hasta lo programático ―aprovechar el escaparate para políticas como Sembrando Vida o insistir en un trato de iguales con Estados Unidos. “Continuidad con cambio”, rezaba su eslogan de campaña, una paradoja omnipresente en el inicio de su mandato y que también se ha reflejado en los primeros atisbos de su política exterior. Esa aparente contradicción ha fijado también sus márgenes de maniobra en la silla presidencial, al aceptar el papel de heredera del proyecto político de López Obrador y, al mismo tiempo, mandar el mensaje de que buscará imprimir un sello propio al movimiento que ahora encabeza.
Tras el G20 y los reflectores internacionales que recibió la primera mujer en la presidencia de México, la llegada de Trump ha acaparado la atención y los esfuerzos de su Gobierno hacia el exterior. El republicano regresa a la Casa Blanca el próximo 20 de enero. Lo hace con una batería de amenazas bajo el brazo, que han puesto en entredicho el futuro de los circuitos críticos y la salud de la relación bilateral: amagos de una guerra comercial, presiones en el combate al narcotráfico y medidas de mano dura contra la migración que han desbocado los temores entre una diáspora mexicana que rebasa los cinco millones en Estados Unidos. Las cartas, el cruce de declaraciones en redes sociales, las llamadas y los malentendidos que han surgido han avivado los pronósticos de cuatro años de turbulencias y tensiones, pero también han representado una primera toma de contacto para medir las afinidades personales y la posibilidad de encontrar soluciones negociadas en medio de las fricciones recientes.
Sheinbaum aún no ha definido si la toma de posesión de Trump será su primer visita a territorio estadounidense. Tiene pendiente, además, designar quiénes serán sus interlocutores con el próximo Gobierno en posiciones clave, como su representante en la Embajada en Washington o los miembros de su equipo para la renegociación del TMEC. Ya ha mandado señales de contención frente al magnate, con la movilización de su red consular ante la amenaza de deportaciones masivas y el mayor decomiso de fentanilo en la historia del país. Pero el grueso de los analistas aún tiene dudas sobre la estrategia de fondo en los múltiples frentes abiertos. “México ha reaccionado bien al ponerse firme ante las amenazas, pero ha llegado el momento de negociar a través de canales formales e informales”, señala Andrew Selee, director del Migration Policy Institute, y advierte de que los retos que entraña Trump 2.0 serán mayores que los que enfrentó el Gobierno anterior.
Las luces de citas como el G20 contrastan con algunas sombras que predominan en la política interna. El escándalo de un festejo privado celebrado en el Museo de Nacional de Arte por Martín Borrego, que estuvo en el primer círculo de confianza de la excanciller Alicia Bárcena, han pasado factura, así como la designación exprés de Rutilio Escandón, exgobernador de Chiapas, como cónsul de Miami. “Manda una señal terrible, porque no corresponde al perfil de lo que se necesita en este momento en Estados Unidos, es un error grave también porque se menosprecia el papel de los cónsules [de carrera]”, afirma Campos. Las preocupaciones sobre la salud de las finanzas públicas han planeado sobre la Secretaría de Relaciones Exteriores desde hace años, incluso desde el Gobierno de Enrique Peña Nieto, y se han profundizado en un momento crítico para la movilización de los recursos diplomáticos del país.
Antes que Trump, Nicolás Maduro volverá a ser investido en Venezuela el próximo 10 de enero, en medio de las críticas desde el extranjero y las sospechas de fraude. Colombia he insistido durante las últimas semanas en la necesidad de que México fije una posición más dura frente a las crisis política y eche mano de su liderazgo regional junto a Brasil. El Gobierno mexicano, sin embargo, ha mantenido su distancia bajo la premisa de respetar sus principios de política exterior, pero también como anfitrión de las negociaciones entre el chavismo y la oposición. En un giro poco esperado, ambos Gobiernos anunciaron esta misma semana que enviarán una representación diplomática a la toma de posesión de Maduro, pasando así de la imparcialidad y las negociaciones al apoyo al líder chavista.
Campos, con experiencia en varias embajadas de América Latina, vaticina que la política regional será uno de los puntos más desafiantes en las próximas semanas. Aunado a la crisis en Venezuela, prevalecen herencias como el estancamiento de los contactos políticos con Perú, la ruptura con Ecuador y la indiferencia frente a regímenes como la Nicaragua de Daniel Ortega. “Hay una continuidad, eso no es malo necesariamente”, reseña el diplomático sobre la alianza diplomática con otros Gobiernos de izquierdas, “pero si veo mal que no haya un acercamiento frente a Perú o un acuerdo negociado con Ecuador”.
Otro punto donde ha habido más continuidad que cambio ha sido el enfriamiento de la relación política con España, que derivó en el desaire a Felipe VI y en la primera controversia internacional de Sheinbaum, incluso antes de su llegada al poder. Los canales en otras áreas siguen abiertos, con guiños como el nombramiento del país europeo como invitado de honor en la FIL de Guadalajara, y un dinamismo que se mantiene en los vínculos económicos, pero pocos confían en que la situación se destrabe en el corto plazo, en medio de la polémica vigente por las peticiones de disculpas por los abusos cometidos durante la Conquista y la Colonia. La figura de Trump vuelve a influir en otros rincones del mundo, como la necesidad de recalibrar la relación con China y la diversificar los contactos diplomáticos con aliados como la Unión Europea, que ya ha avanzado en profundizar su integración económica con los países del Mercosur, no así con México.
La Administración de Sheinbaum ha tenido otros intentos de incidir en el plano internacional, al condenar los abusos del Gobierno Israelí en Palestina o tener una mayor presencia en foros multilaterales, aunque sin distanciarse del tono crítico de López Obrador frente a la ONU y otros organismos. A pesar de todo el camino por recorrer, los primeros meses de la presidenta ya han dejado una serie de gestos sobre cómo se plantará ante un contexto mundial cada vez más desafiante y convulso. Pero desafíos que ya son inminentes pueden marcar el tono y las prioridades de lo que vendrá para el resto del sexenio. Será, como reza el doctrinario oficialista, momento de definiciones.